Un día Horacio, muy
avaro, propietario de la
hacienda en esa región,
caminaba por los
alrededores y en el
camino polvoriento
observaba el paisaje y
los campos por donde
pasaba.
Desalentado, pensaba en
cambiar de actividad. Su
esposa, cansada, se
había ido a la ciudad,
deseando una vida mejor.
La hacienda no rendía
nada; todo lo que se
plantaba se secaba por
falta de agua o moría
por las plagas, sin
producir nada.
El caballo andaba lento.
De pronto, se detuvo
sorprendido. En una
curva, vio un paisaje
diferente; en la entrada
de una hacienda, había
un hermoso portón
pintado de blanco, y dos
hileras de hermosos
árboles floridos que se
perdían en la distancia,
generando sombra y paz.
El hacendado quiso
conocer la propiedad. Se
bajó del caballo y se
acercó al portón,
pensando que estaba
cerrada. Se quedó
sorprendido, pues no
tenía ni cadena ni
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candado. La
abrió y entró,
pensando en la
excusa que daría
al propietario
de la hacienda. |
Sin embargo, después de
caminar por la hilera de
árboles encontró una
casa bien construida,
que debía ser la casa
principal de la
hacienda. Dio unas
palmadas. De pronto
apareció un hombre con
expresión sonriente, que
lo invitó a entrar.
Horacio se disculpó:
- Perdóneme por invadir
así su propiedad. Soy
Horacio, propietario de
unas tierras cerca de
aquí y ¡me quede
maravillado con su
hacienda!
No pude resistir y entré.
El dueño de la hacienda
extendió la mano,
saludándolo, y lo
invitó:
- Gusto en conocerte,
Horacio. Soy Manuel. ¡Si
quieres conocerlo, tengo
algo de tiempo y puedo
mostrárselo con
satisfacción!
El visitante aceptó
agradecido, y salieron a
caminar por la hacienda.
En todo Horacio veía la
mano del hombre
ayudando. Cuando
llegaron a la
plantación, con asombro
vio las plantas
cultivadas crecidas, ya
comenzando a producir, y
preguntó:
- ¡Qué bella plantación,
Manuel! Desde luego, no
te falta agua. Allá en
mi hacienda no hay agua
y las plantitas se
mueren, ¡incluso
brotando!
- Entiendo. ¡Aquí
también fue así!... Tuve
que hacer trabajos de
irrigación porque los
manantiales de agua
estaban lejos del
terreno de la
plantación. Para eso,
abrí un pozo artesanal
que ayuda mucho cuando
no llueve. Canalizando
el agua del pozo, el
problema del agua se
acabó. Además, la
casa-hacienda también se
benefició porque ahora
tenemos agua en
abundancia.
- ¡Ah!... ¿Pero y las
plagas?
En mi hacienda, hay
plagas y enfermedades en
los cultivos y termino
perdiendo la plantación.
¡Estoy desalentado! ...
¿Aquí también pasa eso?
- ¡Sí! En esos casos, es
necesario aplicar
productos que ayudan al
control de las plagas.
Lo mejor es buscar en la
ciudad a alguien que
entienda el problema y
ayude a acabar con las
plagas.
- ¡Pero para esto se
necesita mucho dinero!
Además, ¡también
necesitaría de hombres
que trabajen! - exclamó
Horacio, asustado por
los gastos que tendría
que hacer.
Manuel dio una risotada
alegre y respondió:
- ¡Horacio, sin gastar,
no haces nada! A veces
existen recursos
naturales y que cuestan
poco. El cultivo
necesita de cuidados que
solo la atención y la
dedicación podrán ayudar
a que las plantas
crezcan y produzcan
bien. La tierra, mi
amigo, es una compañera
buena y dedicada, pero
debe ser tratada con
cariño y atención para
dar sus frutos.
- ¡Manuel, yo siempre
trabajé en la hacienda y
nunca necesité de esos
recursos que tú usas!...
- Pero tampoco tuviste
producción y ganancias
en tu tierra, ¿no es
así?
- Bueno... Es verdad que
he tenido bastante
deterioro... Jamás
conseguí una buena
cosecha y la producción
es siempre poca y fea.
Manuel golpeó la espalda
del compañero y
reflexionó:
- ¡Pues sí!
Es que para recibir,
Horacio, primero tenemos
que aprender a dar de
nosotros mismos.
Recuerda esto, amigo
mío. La tierra es
generosa, pero necesita
ser tratada con cariño.
Si ponemos amor en todo
lo que hacemos, seremos
recompensados. ¡Piensa
en eso! Si quieres, te
puedo ayudar con mi
experiencia.
Horacio bajó la cabeza,
pensativo, y, quitándose
el sombrero, estuvo de
acuerdo con el otro.
Antes de irse, Manuel
murmuró suavemente:
- Perdóname, Horacio, lo
que te voy a decir.
Tenemos que pensar en
los demás, incluso en
los animales. ¡Mira!
Cuántas horas has estado
aquí en mi hacienda, y
ni te acordaste de darle
agua a tu caballo que,
con tanta dedicación, te
trajo hasta aquí.
Avergonzado, Horacio
enrojeció de vergüenza y
respondió:
- Tienes razón. Voy a
pensar en todo lo que
dijiste.
¡Gracias, amigo!
Y, montando su caballo,
decidió que llevaría una
vida diferente a partir
de ese día. No sólo en
relación a la hacienda,
tan mal cuidada, sino
que también se acordó de
su esposa que se había
ido a la ciudad por no
soportar el tipo de vida
que él le había dado
hasta el momento.
Decidió que iría a
pedirle perdón y que la
traería de regreso, con
mucho amor.
MEIMEI
(Mensaje psicografiado
por Célia X. de Camargo,
el 02/05/2016.)
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