Las enseñanzas
espíritas nos
habilitan al
progreso
“Fuera de la
caridad no hay
salvación.”
El lema arriba
es el primer
principio de la
Doctrina
Espírita que
abraza todas las
benéficas e
indulgentes
actitudes. No
hay progreso,
enseña el
Espiritismo, si
el amor no sea
el mayor
compromiso
infiltrado en
todas las
ocasiones.
Como nuestro
entrevistado de
la semana,
Douglas Salvador
Boaretto, que
pudo conocer la
doctrina
espírita desde
muy temprano,
muchos de
nosotros tenemos
la oportunidad,
cada uno a su
tiempo, de hacer
nuestra
iniciación
espírita y,
dotados de
informaciones
importantes,
enfrentar los
percances de la
vida.
Existe, sin
embargo, mucha
diferencia entre
ser presentados
al Espiritismo y
tornarnos
espíritas
conscientes de
la
responsabilidad
con que debemos
conducirnos a lo
largo del
camino.
Como hay
resistencia y
dificultad para
apreciar la
linda y pequeña
flor rodeada
por el denso
pantano, así
también ocurre,
de cierta
manera, cuando
nos proponemos a
conocer la luz
por medio de las
enseñanzas
espíritas.
La falta de
consciencia
íntima y
solidaria,
reunida al
desconocimiento
teórico de la
Doctrina, hace
arduo el trabajo
de adquisición
de un nuevo
horizonte. Pero
el Espiritismo
es la luz que
inunda la
criatura humana;
es la verdad que
todos podemos
conocer; es el
guía que nos
permitirá
conquistar el
dulce camino del
entendimiento en
el orden más
perfecto de la
vida.
No necesitamos
ir a determinado
lugar o aguardar
el tiempo
necesario para
hacer algo
relevante. Con
el Espiritismo
aprendemos que
el tiempo es
ahora y el
lugar es aquí
mismo,
exactamente
donde nos
encontramos,
para bien
cumplir los
objetivos por
los cuales
venimos, ya que
nadie erra el
local ni el
momento cuando
el asunto es
reencarnación.
Estamos, pues,
donde debemos
estar y con
quien
necesitamos
convivir. La
Sabiduría
Omnipotente, por
su vez, nos da
la oportunidad
de
perfeccionamiento
y
reconstrucción,
y apenas espera
la buena
voluntad del
Espíritu en la
decisión de
seguir el camino
del bien.
Nada en la vida
es por
casualidad y
todo en ella
objetiva un fin
mayor.
El Espiritismo,
en los asuntos
que son
esenciales al
nuestro
progreso, no
deja ninguna
pregunta sin
respuesta. Puede
ser que en
determinadas
situaciones
tengamos
dificultad en
comprender las
explicaciones
que él nos
transmite, una
vez que nuestro
grado evolutivo
es comparable a
un grano de
arena ante la
inmensidad del
océano.
La doctrina
espírita nos
enseña que en
las leyes
naturales que
rigen la vida la
coherencia y la
sabiduría saltan
a ojos vistos y
el Padre es,
como enseñado
por el
Espiritismo,
soberanamente
justo y bueno.
Como la
protección es
factor necesario
para el
crecimiento del
ser en todas las
formas, el Señor
no dejaría sus
hijos
desprotegidos o
a la merced de
las intemperies.
Por eso,
concedió a cada
uno de sus
pequeñitos hijos
un protector
espiritual, un
guardián, un
compañero que
pudiese
inspirarlo a
seguir el buen
camino, a buscar
la verdad y
aprovechar
útilmente la
experiencia de
cada nueva
existencia en la
esfera donde nos
encontramos. Y,
como se eso no
fuese
suficiente, Él
también nos
envía, de
tiempos en
tiempos,
mensajeros del
Mundo Mayor para
que, por
intermedio de
ellos, podamos
poco a poco
adquirir el
conocimiento de
que necesitamos
acerca de la
vida del Más
Allá.
El Espiritismo,
en su perfecta
sincronía de
idea,
desarrollo,
comprobación y
sentimiento, nos
oportuna la
comprensión de
que, en el
terreno de la
vida, somos
responsables por
la posición
donde nos
encontramos,
como resultado
de los actos que
anteriormente
practicamos.
Como Espíritus
perfectibles que
somos, cuanto
antes
comprendamos los
valores
esenciales de
nuestra
realidad, más
próximos
estaremos de
tocar otros
sencillos
corazones por el
nuestro ya
transformado.
La doctrina
espírita nos
ofrece, como se
ve,
informaciones
suficientes para
que sepamos
aprovechar
nuestro pasaje
por el orbe y
atingir así, con
el nuestro
perfeccionamiento
espiritual, la
meta a que todos
nosotros estamos
destinados, o
sea, la
perfección.
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