Obsesores…
¿quién son
ellos?
“Recuerda tus
perseguidores
con piedad
consoladora,
laborando en
beneficio de
ellos con el
perdón. Evocaos
en tus oraciones
intercesoras,
que os
alcanzarán en
forma de
lenitivo y
esperanza.
Ayudaos por tu
vez, como ayer
te auxiliaron
otros corazones
de los cuales no
recuerdas”. (Joanna
de Ángelis)
Acordémonos de
cuanto cariño
debemos tener
por nuestros
obsesores.
Olvidemos cuanto
dolor llevan en
el pecho y que
no son solamente
odio, pues ellos
tienen, como
todos nosotros,
un lado humano,
aunque
empedernido por
el deseo de
venganza.
Imaginemos
cuanto amor
alguien tiene
por ellos. Una
madre, un padre,
un hijo,
hermanos,
amigos… Un
sentimiento de
piedad nuestro
pude mitigar el
alma desesperada
de aquellos que
nos odian. Ése
es el amor que
es posible
sentir por los
obsesores, mismo
que estemos aún
muy lejos de la
reconciliación.
Sin embargo, los
obsesores son
también
obsediados.
Mentes vigorosas
los mantienen
cautivos de una
influencia
maligna, en
cambio de
supervisión y
apoyo de otros
obsesores que se
asocian a ellos.
No es necesario
decir que son
hermanos
extremamente
infelices y que
los más
peligrosos
esconden un
vacío en el
corazón que
espera el
lenitivo que
ansían. Ellos
necesitan de los
obsediados para
cosechar
energías que los
sostienen.
Entendemos que
Jesús espera de
nosotros que
amemos nuestros
enemigos con un
amor tierno, con
afecto y cariño.
“Es natural que
tengamos
adversarios,
pero no
enemigos.” (André
Luiz)
Existen
adversarios que
se estiman
mutuamente, o
que al menos se
respetan sin
ningún tipo de
animosidad.
Transformar un
enemigo en
adversario es un
primer paso
rumbo al perdón,
desde que
nosotros ya
tengamos
perdonado.
El perdón
significa
libertar de las
cadenas de odio.
Pero, si
nosotros
perdonamos y
nuestro
adversario no,
se espera que el
vínculo obsesivo
se deshaga
naturalmente, a
no ser que la
prueba deba
continuar.
“Es con blandura
que se debe
corregir los
adversarios, en
la esperanza de
que Dios les
conceda el
arrepentimiento
para que
conozcan la
verdad y vuelvan
al sentido
común,
librándose de
las trampas del
diablo, a cuya
voluntad están
sujetos.” (2
Timoteo
2:25-26.)
Muchas veces
nuestros
obsesores fueron
nuestros
comparsas que
ahora ven
traición en el
hecho de
dejarlos para
seguir Jesús. Se
vuelven con odio
para nosotros e
invisten contra
nosotros,
atingiéndonos en
nuestros puntos
vulnerables y en
los más caros
intereses, pues
fueron nuestros
amigos y nos
conocen muy
bien. Su deseo
es atormentarnos
para ver hasta
qué punto
permaneceremos
fieles a Jesús,
aunque
reconozcan que
cambiamos de
alguna manera,
mismo que poco.
Pero ellos son
aún susceptibles
de retomar, en
el futuro, la
antigua amistad.
Ver amigos en
nuestros
obsesores es la
llave que abre
las amarras de
la obsesión.
Reconocer que la
prueba de la
obsesión es un
mecanismo de
redención cambia
toda nuestra
perspectiva
acerca de los
papeles que
interpretamos en
ese intrincado
laberinto de
animosidad,
donde
encontramos la
posibilidad de
convivir
íntimamente con
nuestros
enemigos,
estimándolos no
como enemigos,
pero como buenos
adversarios.
Entender el
dolor como
muelle
propulsora del
odio debe hacer
con que
trabajemos no
tanto por la
libertad, pero
para la
reconciliación
entre dos amigos
que sufren. Nos
acordemos que,
muchas veces, no
podemos hacer el
bien
directamente a
nuestros
obsesores porque
ellos se oponen
a eso, debido al
abismo que
separa obsesor y
obsediado.
Descubrimos,
entonces, el
valor del
silencio y de la
oración, que
ofertarán
lenitivo y
esperanza a un
corazón que
sufre, porque en
procesos como
esos nadie es
feliz y todos
sufren.
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