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Año 10 - N° 485 - 2 de Octubre de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

 
Obsesores…
¿quién son ellos?


“Recuerda tus perseguidores con piedad consoladora, laborando en beneficio de ellos con el perdón. Evocaos en tus oraciones intercesoras, que os alcanzarán en forma de lenitivo y esperanza. Ayudaos por tu vez, como ayer te auxiliaron otros corazones de los cuales no recuerdas”. (Joanna de Ángelis)

Acordémonos de cuanto cariño debemos tener por nuestros obsesores. Olvidemos cuanto dolor llevan en el pecho y que no son solamente odio, pues ellos tienen, como todos nosotros, un lado humano, aunque empedernido por el deseo de venganza.

Imaginemos cuanto amor alguien tiene por ellos. Una madre, un padre, un hijo, hermanos, amigos… Un sentimiento de piedad nuestro pude mitigar el alma desesperada de aquellos que nos odian. Ése es el amor que es posible sentir por los obsesores, mismo que estemos aún muy lejos de la reconciliación.

Sin embargo, los obsesores son también obsediados. Mentes vigorosas los mantienen cautivos de una influencia maligna, en cambio de supervisión y apoyo de otros obsesores que se asocian a ellos. No es necesario decir que son hermanos extremamente infelices y que los más peligrosos esconden un vacío en el corazón que espera el lenitivo que ansían. Ellos necesitan de los obsediados para cosechar energías que los sostienen.

Entendemos que Jesús espera de nosotros que amemos nuestros enemigos con un amor tierno, con afecto y cariño.

“Es natural que tengamos adversarios, pero no enemigos.” (André Luiz)

Existen adversarios que se estiman mutuamente, o que al menos se respetan sin ningún tipo de animosidad. Transformar un enemigo en adversario es un primer paso rumbo al perdón, desde que nosotros ya tengamos perdonado.

El perdón significa libertar de las cadenas de odio. Pero, si nosotros perdonamos y nuestro adversario no, se espera que el vínculo obsesivo se deshaga naturalmente, a no ser que la prueba deba continuar.

“Es con blandura que se debe corregir los adversarios, en la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para que conozcan la verdad y vuelvan al sentido común, librándose de las trampas del diablo, a cuya voluntad están sujetos.” (2 Timoteo 2:25-26.)       

Muchas veces nuestros obsesores fueron nuestros comparsas que ahora ven traición en el hecho de dejarlos para seguir Jesús. Se vuelven con odio para nosotros e invisten contra nosotros, atingiéndonos en nuestros puntos vulnerables y en los más caros intereses, pues fueron nuestros amigos y nos conocen muy bien. Su deseo es atormentarnos para ver hasta qué punto permaneceremos fieles a Jesús, aunque reconozcan que cambiamos de alguna manera, mismo que poco. Pero ellos son aún susceptibles de retomar, en el futuro, la antigua amistad.    

Ver amigos en nuestros obsesores es la llave que abre las amarras de la obsesión.

Reconocer que la prueba de la obsesión es un mecanismo de redención cambia toda nuestra perspectiva acerca de los papeles que interpretamos en ese intrincado laberinto de animosidad, donde encontramos la posibilidad de convivir íntimamente con nuestros enemigos, estimándolos no como enemigos, pero como buenos adversarios.

Entender el dolor como muelle propulsora del odio debe hacer con que trabajemos no tanto por la libertad, pero para la reconciliación entre dos amigos que sufren. Nos acordemos que, muchas veces, no podemos hacer el bien directamente a nuestros obsesores porque ellos se oponen a eso, debido al abismo que separa obsesor y obsediado. Descubrimos, entonces, el valor del silencio y de la oración, que ofertarán lenitivo y esperanza a un corazón que sufre, porque en procesos como esos nadie es feliz y todos sufren.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita