Caminos de
Damasco
Como dice Leya
Fernandes Reis,
entrevistada de
esta edición, su
aproximación del
Espiritismo fue
mediada por el
dolor y por dos
amigos. No
encontrando
respuestas en su
creencia
religiosa – el
catolicismo – al
respecto de la
muerte de su
hermano, se dejó
llevar por el
cariño y
discreción de
los dos amigos
espíritas que la
aconsejaron.
Todos nosotros
recibimos un
llamamiento,
seamos espíritas
o legos. Un día
nos encontramos
en los brazos
espirituales que
nos conducen al
nuestro Camino
de Damasco.
Esos nuestros
amigos, que nos
aman
profundamente,
nos llevan, poco
a poco, a partir
de dolores
crueles o ánimo
revigorado,
hasta el
conocimiento de
la voluntad de
Jesús sobre
nosotros y nos
despiertan del
sueño profundo
de la
indiferencia, o
de la
perversidad, o
del culto de las
cosas
materiales.
Entonces, ellos
aprovechan un
momento oportuno
de reflexión.
Puede ser el
tedio, puede ser
la necesidad de
consuelo, de
esperanza o de
arrepentimiento.
Delante de la
presencia de
Jesús, Paulo –
aún Saulo –
sintió un dolor
punzante. Era el
arrepentimiento
tocando su
corazón
empedernido,
abriéndolo por
la fuente de
lágrimas y sin
cualquier
obstáculo entre
la nueva vida y
el hombre viejo.
Paulo
simplemente
dijo: “Señor,
¿qué quiere que
yo haga? Actitud
de gran
humildad,
despuntando de
un corazón de
piedra que
comenzaba a
ablandar al
toque del
sufrimiento.
En esos eventos
sencillos, se
destaca la
Providencia
Divina que,
haciendo Paulo
ciego, lo
prepara para
volver a ver y
mirar un nuevo
camino en busca
del hombre
nuevo.
Nosotros tenemos
en el
sufrimiento el
propulsor de la
humildad. Un
gesto de
humildad basta
para que nos
conectemos con
nuestros
protectores.
Desde ahí
entonces
nuestras ideas
se renuevan,
adquirimos
fuerzas y coraje
para luchar el
buen combate en
contra nuestras
imperfecciones.
Cuanto más
luchamos, más
humildes nos
tornamos.
Entonces
comprendemos que
nosotros
luchamos con
sólo un enemigo,
que no viene del
exterior.
Nuestra lucha no
es contra
enemigos;
nuestra lucha es
contra nosotros
mismos.
Por eso es
necesario
conocerse. La
verdad nos
liberta. ¿Qué
verdad? La
verdad sobre
nosotros mismos.
Si hiciésemos
como Agustín,
Obispo de
Hipona,
analizando
nuestros actos,
palabras y
prejuicio,
tendremos medios
de conocernos a
los pocos.
Muchas actitudes
que pasan
desapercibidas,
cuando no
reflexionamos
sobre ellas,
pueden ser fruto
del egoísmo,
orgullo,
vanidad.
Conociendo
cuales son
nuestros
objetivos,
nuestros fines y
nuestros medios,
tenemos
elementos para
combatir los
vicios que aún
nos molestan y
corroen.
Si tuviésemos
grupos de apoyo
como los
alcohólicos
anónimos, en los
cuales
pudiésemos
compartir
vivencias,
analizar en
conjunto
nuestros actos,
deseos y
objetivos,
buscando en las
experiencias
compartidas los
medios de
corregir
comportamientos
a partir del
diálogo,
tendríamos mucho
a ganar para el
conocimiento de
nosotros
mismos.
El llamamiento
de Agustín se
dio a través de
un canto donde
un niño cantaba
“Tome y lea,
tome y lea”,
con una melodía
que jamás oyera,
teniendo buscado
en vano los
cantos de niños
que oyera en la
escuela. Él
comprendió que
debería abrir
por casualidad
el libro que
tenía en manos,
libro de las
cartas de Paulo,
donde leyó:
“Comportémonos
honestamente,
como de día, no
viviendo en
orgías y
borracheras, en
concubinato y
libertinaje, en
peleas y celos.
Al contrario,
revestid del
Señor Jesucristo
y no os
preocupéis en
satisfacer los
apetitos de la
carne.”
(Romanos
13:13-14.)
Era la respuesta
de que
necesitaba para
dejar de lado
las costumbres
mundanas y
seguir Jesús.
Llamados somos
en todos los
momentos. Ese
llamamiento es
la voz de
nuestra
conciencia, en
común acuerdo
con la voz de
nuestros
protectores.
Si nos
quedásemos
vigilantes,
prestando
atención en las
ideas que se
forman en
nuestras mentes,
siendo buenas,
entonces
podremos confiar
que,
siguiéndolas,
estaremos oyendo
del Señor:
“¡Levántate!
Entre en la
ciudad y allá
será dicho lo
que conviene
hacer”.
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