Tadeo, un niño de siete
años de edad, salió de
su casa para ir al
colegio y, como se había
levantado más temprano,
tenía bastante tempo y
decidió ir por un camino
distinto, más largo.
Fue caminando y entró
por calles que no
conocía. Hasta se asustó
un poco porque, de
repente, se dio cuenta
de que no sabía cómo
llegar a su colegio.
Estaba en una región
fea, con casas muy
pobres y vio niños
jugando en la calle,
cuando preguntó:
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- Me he perdido.
¿Ustedes saben cómo hago
para llegar al colegio?
Una niña, que debía
tener más o menos su
edad, dijo:
- Vas por la primera
calle, después giras a
la izquierda, y ya
estarás cerca del
colegio.
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Tadeo agradeció y tomó
el rumbo que la niña le
había dado y pronto
llegó al colegio. Sin
embargo, se quedó
pensando en aquella
niña. Ella no salía de
su cabeza todo el día.
Así, al día siguiente,
hizo el mismo camino.
Los niños continuaban
jugando en la calle. La
niña formaba parte del
grupo y, como era mayor
que los demás, guiaba el
juego.
Tadeo se detuvo y la
saludó: |
- ¡Hola! Fue fácil
llegar al colegio ayer.
Me había equivocado de
camino y me perdí.
Gracias de nuevo. Yo soy
Tadeo. ¿Y tú?
- Virginia.
- ¡Ah! Virginia, nunca
te vi en el colegio.
¿Dónde estudias?
La niña dijo que no
estudiaba; sus papás no
tenían dinero para
gastarlo en el colegio.
- ¡Pero en el colegio
donde yo estudio no
necesito pagar nada! –
respondió Tadeo.
- Pero necesitas tener
buena ropa, cuadernos,
libros y todo lo demás.
Y no tengo – terminó la
niña triste.
Como Tadeo aún tenía
tiempo siguió
conversando. Se enteró
que los papás de
Virginia trabajaban todo
el día, ganaban poco y
ella cuidaba de sus
hermanos menores.
- ¡Pero aún eres muy
pequeña! ¿Cuántos años
tienes, Virginia?
- Siete años.
Tadeo miró a la niña
admirado. Ella tenía su
edad, pero ya cuidaba de
sus hermanos, por eso no
podía estudiar. Tadeo se
despidió de ella triste;
comparaba su vida con la
de la niña de su edad,
tan responsable.
Ese día casi no prestó
atención en clase. Al
regresar a casa, Tadeo
buscó a su mamá en la
cocina, donde ella
estaba terminando el
almuerzo, y dijo:
- Mamá, ¿sabías que
existen niños que no van
al colegio porque no
pueden?
- ¿Por qué esa pregunta,
Tadeo? – preguntó la
mamá asombrada.
Él le contó a su mamá lo
que había pasado y que
había conversado con la
niña.
- Mamá, tienes que
conocerla. ¡Ella tiene
mi edad y noté en ella
tristeza por no poder ir
al colegio! Yo también
me puse triste. Ella
vive cerca y quiero que
la conozcas.
- Hijo mío, entiendo tu
preocupación, pero hay
familias que son
realmente muy pobres,
sin la mínima condición
de vida. Después de
almuerzo iremos allá.
Nunca supe de ese barrio
tan pobre aquí cerca.
Veremos qué podemos
hacer, ¿está bien? –
dijo la mamá, abrazando
a su hijo con cariño.
El papá había llegado y,
más animado, el niño se
sentó a almorzar con su
familia. Después ellos
fueron hasta el barrio
al que Tadeo se había
referido. Su mamá
también quedó apenada al
ver la condición en que
las familias vivían. Él
le mostró la casa de
Virginia a su mamá y
fueron hasta allá. Tadeo
llamó a la niña, que
vino a atender un poco
asustada.
¿Qué querían con ella?
Él presentó la niña a su
madre y ambas comenzaron
a conversar.
Laura dijo:
- Virginia, Tadeo dice
que tú no estudias y que
debes cuidar a tus
hermanos. ¿Es verdad?
- Sí, señora. Mis papás
trabajan en una empresa
de reciclaje y ganan
poco.
Y yo cuido de mis dos
hermanos menores.
Sabiendo que sus papás
llegarían del trabajo al
anochecer, ella prometió
volver para conversar
con ellos, dejando
algunos alimentos que
había traído. Los ojos
de la niña brillaron,
diciendo que habían
llegado en buena hora,
pues ella no tenía nada
que dar de comer a sus
hermanos.
Así se despidieron,
dejando un poco de
alegría a esa casa. Al
final de la tarde, ellos
regresaron. Los papás de
Virginia los recibieron
con placer. Laura les
explicó la razón de su
visita, y preguntó:
- ¿Ustedes saben que hay
una guardería aquí
cerca, donde los niños
pueden estar bien
cuidados durante todo el
día?
¿No? ¡Pues es verdad!
- Doña Laura, llegamos
hace poco tiempo y no
conocemos nada de esta
ciudad. ¡Si los niños
tuvieran donde quedarse,
es una bendición!
Entonces Virginia puede
ir al colegio como tanto
desea – dijo el papá.
- Así es, Antonio. En
cuanto al material
escolar y libros, son
brindados por el mismo
colegio. Lo que haga
falta, yo se lo daré a
su hija. Además, mi
marido tiene contactos y
podrá conseguirles otros
trabajos.
¡Pueden contar con
nosotros para lo que
necesiten!
Unos días después,
Virginia ya estaba
matriculada en el
colegio y feliz de la
vida. Tadeo le dio una
mochila que le habían
regalado y no la iba a
necesitar, pues ya tenía
otra, además de ropa y
zapatos que no le
quedaban más a su
hermana, un año mayor
que él.
Así, la alegría volvió a
esa familia, donde todo
faltaba y donde ahora la
vida sería
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más fácil. Y en
la casa de
Tadeo, también
aumentó la
alegría, porque
habían ayudado a
otras personas
muy necesitadas.
Ellos
descubrieron que
en ese barrio
todos eran
pobres y vivían
con
dificultades.
Así, Laura y su
familia pasaron
a ayudar a otros
hogares, lo que
les proporcionó
una gran dosis
de satisfacción
y paz interior.
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Ahora, sus oraciones en
familia se revestían de
significado especial,
pues sentían que Jesús
estaba feliz con todos
ellos.
MEIMEI
(Recibida por Célia. X
de Camargo, el
22/07/2013.)
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