Cargo en
mis
brazos
mi hijo
de dos
años de
edad. Yo
el
seguro
de lado, encajado
sobre mi cuadril,
sobrecargándolo
por la
cintura
con el
brazo
derecho
como
siempre
hago. El
tenis
pequeñito,
rallado
de
varios
colores,
el
pantalon
corto y la
camiseta
estampada,
de
colores chillones,
el gorro
amarillo
que él,
que por
encima
de su
pequeñez,
tanto le
gusta.
De
repente, en medio
de la
picadura
africana,
surge, a
mi izquierda,
un
barracón
del tipo
colonial cubierto
con
chapas
de zinc
–
construcción
que, aún
hoy, se
encuentra
por el
interior
de
África – bien
antiguo,
abandonado, en
ruinas,
otrora
utilizado
como estación
ferroviaria
en
lugarejos
perdidos aquí y
además
en la
grandeza
africana,
resquício del
dominio
del
Imperio
Británico.
Bien
próximo
a un
pequeño
muro de
enormes piedras,
algunas
ya
sueltas
por la
acción
del
tiempo y
del
viento,
caídas en el
suelo.
En él
encostado,
apoyado
a un
nudoso
cayado,
está un
negro,
viejo,
caídas en el
suelo.
En él
encostado,
apoyado
a un
nodoso
cayado,
está un
negro,
viejo,
encogido,
amplio sombrero
de paja,
de la
edad de
su dueño,
inclinado
por
sobre los ojos.
En la
boca,
una
cachimba
artesanal, bien
rudimentaria.
Más además,
un río
caudaloso,
de aguas
barrosas.
Me
aproximo
al viejo,
lo
saludo
con el
respeto
que de
la edad
le advém
y
pregunto
si puedo
tomar un
baño en
aquel
río, si
el río
tiene
crocodrilos.
Hago esa
pregunta
sin
saber la
razón,
porque,
en
verdad,
no tengo
la
mínima
intención
de
entrar
en
aquellas
aguas
oscuras
y mucho
menos
con mi
hijo en
la
cadera.
Con una
expresión
lejana y
una
lentitud
de quien
ya se
cansó de
ver el
tiempo
pasar,
aleja la
cachimba
de los
labios y
un ténue
humo se
enreda
en el
espacio.
– Usted
es quien
sabe. La
vida es
un río.
Con o
sin
crocodilos,
siempre
existen
peligros.
Sólo
usted va
a saber
si
quiere o
no
entrar
en ese
río. El
riesgo
es todo
suyo.
Cuando
iba a
continuar
el
diálogo,
el viejo,
en un
pase de
magia,
despareció.
Ojo para
mi
derecha.
Mis
fallecidos
abuelas,
de manos
dadas,
caminan
para mí,
sonriendo.
En una
fracción
de
segundo,
no están
más allá.
A mi
frente
el río
caudaloso,
ancho,
imponente.
En los
márgenes,
vegetación
rastrera,
pequeños
arbustos.
El agua
barrosa
corre
para el
desfiladero
en un
rumor
constante.
Aquí y
además,
circunda
una u
otra
roca, o
pie de
vegetación,
y
continúa
corriendo
para su
destino.
Infunde
respeto.
Camino
en su
dirección.
Cada
paso, el
agua,
como por
encanto,
queda
más y
más
clara.
En la
mitad
del río,
a mi
izquierda,
corre
ahora un
agua
cristalina,
transparente.
De mi
lado
derecho,
sin
embargo,
el agua
continúa
turbia,
enfangada
y espesa.
De
repente,
un ruído
ensordecedor...
Paro a
cierta
distancia
del
margen.
Un pez
enorme.
Nunca vi
un pez
así.
Recuerda
a un
delfin,
que se
hubiera
cruzado
con un
pez-sierra,
de pico
puntiagudo
y largo,
ceniza
claro
plateado,
mezclado
de
manchas
coloreadas,
como un
arco-íris
acuático.
¡Es
lindo!
El pez
se
desplaza
en
movimientos
extremadamente
lentos,
nada
entrando
y
saliendo
del agua,
diseña
lentamente
varios
arcos
imaginarios,
exhibiendo
toda su
belleza,
desparramando
el agua
en
pequeñas
gotas
doradas
y
plateadas.
De
repente,
una
confusión
ensordecedora…
de mi
lado
derecho;
el agua
oscura y
barrosa,
de un
marrom
rojizo,
se
agita,
revuelve
y
grandes
cantidades
de agua
se
elevan,
mientras
borbujas
enormes
de
oxígeno
se
desprenden
en la
superficie.
La masa,
saliendo
de en
medio de
las
aguas
fangosas,
comienza
a tener
contornos.
Un negro
enorme,
gigantesco,
se
yergue a
mi
frente.
El agua
se
escurre
por el
cuerpo
hercúleo,
que
ahora
rebrilla
a la luz
del sol.
Un
cuerpo
atlético,
musculoso,
proporcional,
una
verdadera
estatua
griega
de
ébano.
Un paño
negro,
prendido
en las
caderas,
le cubre
el
sexo.
Las
piernas
separadas,
los
brazos
ligeramente
alejados
del
cuerpo,
el
abdome
terso en
un
conjunto
de
músculos.
El
cuerpo
ligeramente
arqueado,
curvado
para el
frente
en mi
dirección.
El
cabello
negro,
espeso,
abundante,
se eleva
sobre la
cabeza
en tres
niveles,
como
sobre
una
estructura
propia,
cayendo
profusamente
hasta la
altura
de los
hombros.
Extrañamente
es
cabello
liso y
no
encrespado
característico
de los
negros
de
aquella
región.
Él me
mira.
Sus ojos
son
negros y
centelleantes.
El
brillo
de la
mirada
es
indescriptible.
Comienzo
a sentir
paz, una
sensación
de que
nada de
malo
puede
ocurrir,
una
seguridad
total.
Mi hijo
desaparece
de mis
brazos y
ni aún
ese
hecho me
asusta,
ni me
preocupa.
La
mirada
de ese
ser
lindo
encuentra
la mia y
quedo
estática,
encantada,
sin
conseguir
desviar
mis ojos,
como si
de
aquella
mirada
dependiera
mi vida.
Ese
hombre
sabe
todo,
todo, a
mi
respecto.
Yo no
necesito
decir
nada.
Zimbábue
era su
nombre
La voz
de él se
hace oír
sonora,
fuerte
sin ser
agresiva,
segura,
transmitiendo
la
certeza
que sólo
milenios
de
conocimiento
hacen
adquirir.
– Yo soy
Zimbábue.
Soy un
guerrero
africano.
Viví
hace
muchos,
muchos
años, un
tiempo
que no
da más
para
contar.
Combato
toda y
cualquier
injusticia
y
protejo
a quien
necesita
de ayuda.
Vine
para
mostrarle
el
camino a
ser
seguido.
Fue eso
que
usted,
finalmente,
pidió
hoy.
Aquí
estoy.
Siempre
estuve a
su lado,
pero
sólo
usted
pidió
ayuda
para
luchar
con su
vida.
Usted
tiene
libre-albedrío.
Puede
hacer lo
que
quiera.
Pero,
siempre
que se
sienta
sin
fuerzas,
llame
por mí.
Yo
vendré
en su
socorro.
Usted no
está
sola.
Usted
está sin
fuerzas,
sin
energía,
triste,
muy
triste,
porque
usted no
está
queriendo
entregarse
a su
misión
en la
Tierra.
No tenga
miedo de
vivir.
Usted es
una
guerrera
de luz,
así como
yo. Los
guerreros
sufren,
sienten
el
sufrimiento
con una
intensidad
muy
grande,
se dan a
las
otras
personas,
son
incomprendidos,
a veces
juzgados,
pero
luchan,
siempre
luchan.
No la
lucha
que
usted ha
abrazado.
Usted ha
luchado
por
valores
que,
para un
verdadero
guerrero,
nada
significan.
Ha usado
su
tiempo y
energía
en
cuestiones
frívolas,
tan
insignificantes
en
relación
a todo
el
Universo...
Por eso,
su lucha
ha sido
sin
gloria.
Su lucha,
la
verdadera
lucha,
está
comenzando
ahora,
si usted
así lo
quiere.
Es la
lucha
del
guerrero,
es la
lucha de
la
entrega
total.
No
existe
mayor,
ni más
difícil
y
dolorosa
lucha
que la
de la
entrega
total.
Si usted
quiere,
vencerá.
Está sin
fuerzas,
no
quiere
luchar
más,
porque
no tiene
más
sueños,
no cree
en ellos,
no cree
en el
ser
humano,
no cree
en usted
misma.
Todo
aquello
por lo
cual
usted ha
luchado
siempre
envolvió
alguna
segunda
intención,
algún
interés.
Ese es
el
motivo
de tanto
fracaso.
Yo estoy
aquí
para
ayudarla.
He
aguardado
por
usted en
silencio.
Su
momento
de
maduración.
Nada
podía
hacer,
si usted
primero
no lo
quisiera.
Su hora
llegó.
De hoy
en
delante,
cosas
que
usted
hallaba
extrañas,
malas,
producto
de su
imaginación
en un
pasado
próximo,
comenzarán
a ser
comprendidas
y usted
las
aceptará.
La duda,
que la
ha
atormentado
durante
estos
largos
años
sobre
espíritus
y vida
después
de la
muerte,
se
desvanecerá.
Todo
cambiará
en su
vida, es
sólo que
usted
cambie
su
actitud.
Pare de
pensar
que los
acontecimientos
son "coincidencias".
Observe
su
pasado.
¿Cuántas
"coincidencias"
usted
dejó
pasar
por no
creer en
ellas?
Usted ha
sido la
exterminadora
de sus
propios
sueños.
Zimbábue
levanta
los
brazos,
vuelve
las
palmas
de las
manos en
mi
dirección.
La
mirada
parece
fuego
consumiéndome.
De las
palmas
salen
dos
focos de
luz. Uno
de los
focos de
luz se
dirige
para mi
corazón.
El otro
foco
focaliza
un punto
en medio
de mis
ojos. Un
soplo
contenido
sale de
sus
labios
como si
toda una
energía
interior
estuviese
pasando
de aquel
ser para
mí.
¿Fue
todo un
simple
sueño?
Despierto,
atolondrada,
estremecida,
sudando
copiosamente,
sin
saber
dónde
estoy.
Algunos
minutos
después,
muy
lentamente,
reconozco
mi
cuarto,
mi cama.
Me
levanto.
Cojo una
toalla y
enjugo
el
cuerpo.
Voy para
la
varanda
– un
décimo
piso –
de donde
vislumbro
la playa
de Boa
Viagem.
Estoy en
la
ciudad
de
Recife.
Una luna
enorme,
como que
colgada
sobre el
mar. El
calor es
sufocante,
entremecido
por una
leve
brisa
que
sopla
del mar.
Vuelvo a
ver el
sueño.
Mi hijo
con dos
años
sólo.
Veinticinco
años
habían
transcurrido.
Mis
abuelos,
fallecidos
y
enterrados
allá en
la
lejana
África,
donde yo
había
nacido y
de donde
había
salido
para
Brasil.
Veinticinco
años...
Cuánta
emoción
reprimida,
pisada,
empujada
para el
fondo de
mi
corazón,
cuántas
luchas
vanamente,
sufrimiento,
decepción,
desilusión,
duda,
inseguridad,
resentimiento,
rechazo,
carencia,
la
soledad
corroyéndome
poco a
poco por
dentro,
dolor,
dolor,
dolor,
con el
cual yo
nunca
había
sabido
luchar.
¿Dónde
mis
sueños?
¿Qué
había
hecho de
mi vida?
¿Dónde
había
quedado
perdida
aquella
niña de
rubias
trenzas,
ojos
azules,
llenos
de
esperanza?
¿Por qué
siempre
ignoraba
dentro
de mí mi
infancia,
mi
familia?
¿Por qué
tanto
miedo de
pensar
en ellas?
Mi vida
era una
colección
de
pérdidas,
un
montón
de
despedidas.
¡Adiós!
¡Adiós!
¡Adiós!
¿Cuántas
veces,
yo había
pronunciado
esa
palabra
llorando
copiosamente?
Había
perdido
la
cuenta.
Adiós a
mi
padre,
mi héroe,
mis
abuelas,
a la
ciudad
donde
nací y a
mi
marido,
a los
buenos
empleos,
las
ciudades
donde
vivi; a
los
amigos a
quien
dejé...
Amores...
Mi hijo
–
siempre
adiós,
adiós,
adiós.
No
soportaba
más
cualquier
tipo de
despedida...
Y yo
luchaba.
Luchaba
mucho.
Últimamente,
ni
luchaba
más;
agitaba,
agitaba
mientras
los
garrotes
de la
vida me
imobilizaban
cada vez
más,
destruyendo
la
posibilidad
de
realizar
cualquiera
sueño,
hiriéndome
el
corazón
y alma.
Para
decir la
verdad,
yo ni me
daba al
trabajo
de soñar
más. Era
como si
la vida
finalmente
venciera
a la
leona
aguerrida
e
indomable,
que
existía
en mí y
lo peor
es que
yo misma,
sólo yo,
había
permitido
todo eso
y, cada
día,
cada
minuto,
yo
sentía
mi
agitación
cada vez
más
débil y
eso me
apavoraba,
un
pánico
devoraba
mi
corazón,
mi razón...
Nada
salía
bien...
¿Quién
era yo
en ese
momento?
¿Para
dónde
fue toda
mi
garra,
mi
fuerza?
Yo las
había
perdido
a lo
largo de
los años
como la
llama
trémula
de una
vela que
se
borra.
Y ahora
sentía
una
voluntad
enorme
de
volver a
África.
¡Hace
cuánto
tiempo
no
volvia a
ver a mi
familia
viviendo
en Cape
Town!
Pensé: "estoy
quedándome
loca...
viajar
para
África
ahora...
imposible".
Oí la
voz de
Zimbábue:
"No
luche
contra
usted
misma.
No dude.
Entréguese
en las
manos
del
Espíritu
Superior.
Él
dirigirá
sus
caminos.
Todo lo
que
usted
quiera,
verdaderamente
quiera
de bueno
para
usted,
vendrá a
tocar a
su
puerta
sin
explicaciones".
África,
África,
mi
tierra.
África
misteriosa,
caliente,
mística,
de
paisajes
múltiples,
de nacer
y poner
de soles
alucinantes,
esplendorosos,
inolvidables.
África
de sol
tórrido,
sangre
hirviendo
en las
venas,
alucinaciones...
¡Todo
muy
intenso!
–
Espíritu
Superior,
Espíritu
de Luz,
Zimbábue,
sé allá
quien
quiera
que
vosotros
seáis,
me
ayuden,
estoy
muy
cansada,
muy
cansada.
Había
perdido
todo en
la
guerra
africana
y
gracias
a dejar
mi país
con un
hijo
pequeño
y un
marido
en
estado
de chock.
Y Brasil
me
acogió
con
brazos
abiertos,
pero en
el
inicio
no fue
fácil. ¡Venir
para un
país sin
conocer
nadie y
sin
dinero,
ni
siquiera
había
tenido
tiempo
para
llorar!
De
repente,
un
llanto
convulsivo,
un
llanto
de años
y años,
explotó
en mí...
Lloré,
lloré
mucho
hasta el
agotamiento.
Volví
para la
cama y
adormecí.
Desperté
con el
teléfono
tocando.
La voz
alegre y
llena de
entusiasmo
de mi
adorada
hermana
pequeña,
conectando
de Cape
Town,
Sudáfrica.
–
¡Maninha,
sorpresa!
Ganaste
un
pasaje
para
venir
para acá
– regalo
mío y de
mi
marido.
¡Vienes
a pasar
la
Navidad
y tu
cumpleaños
con
nosotros!
Vienes a
cargar
tus
baterías
con
nosotros,
maninha.
Necesitas
volver.
Yo te
amo,
mana, y
estoy
con
mucha
nostalgia
tuya. ¿Cuándo
vienes?
Y yo,
atónita,
oyendo,
sin
saber si
había
soñado
antes, o
si
estaba
soñando
en aquel
momento.
Esclarecimiento
importante
Este
sueño/desdoblamiento
ocurrió
en
Recife,
en 1997.
A partir
de ese
sueño,
tuve
varios
otros y
siempre
la
preocupación
de, al
despertar,
registrarlos,
pero
nunca
olvidé
los
detalles
de
ninguno
de ellos.
Sólo 11
años
después,
ya en
Vinhedo,
comencé
a
estudiar
la
Doctrina
Espírita
y
comencé
a
comprender
verdaderamente
el
significado
de ese
sueño.
Prácticamente
11 años
después
de este
sueño,
resolví
investigar
sobre el
origen
de este
guerrero
africano,
de
cabello
liso, de
estatura
enorme,
de
nombre
Zimbábue,
que me
acompaña
a lo
largo de
la vida
y que,
en
situaciones
de
extremo
peligro,
fue
visto a
mi lado
por
otras
personas.
Algunos
asociaron
el
nombre
de este
mí guía
espiritual
al país
hoy
llamado
Zimbabwe.
Sin
embargo
este
nombre
sólo fue
adoptado
por la
antigua
Rodesia
recientemente,
en 1980,
fecha de
su
independencia.
Este
guerrero,
sin
embargo,
vivió
algunos
siglos
antes.
Como
nací en
Mozambique
y
Rodésia/Zimbabwe
tiene
fronteras
con
Zâmbia,
Mozambique,
Sudáfrica
y
Botswana
y en el
sueño
aparece
un río
caudaloso
y de
gran
anchura,
conecté
ese
hecho al
Río
Limpopo.
Y los
hechos
comenzaron
a
aparecer:
¡el Río
Limpopo
es el
segundo
mayor
río de
la
región
sur de
África y
sirve de
frontera
entre
Sudáfrica,
Botswana
y
Zimbabwe,
antes de
entrar
en el
norte de
Mozambique!
¡Mucha
coincidencia!
Comencé
a leer
más y
más
sobre la
cuestión,
sintiendo
aquel
frenesi
de quien
finalmente
está
llegando
a la
información
buscada.
Y
entonces,
de la
nada,
surgió
lo
siguiente:
Zimbabwe,
o
Zimbábue
(del
dialecto
xona,
significa
"casa de
piedra"):
está
localizado
en un
punto
común
entre
Mozambique
y el
actual y
reciente
país
Zimbabwe.
Sólo que
esta
civilización
aparece
el
primer
milenio
A.D. y
fue,
inclusive,
denominada
por la
ONU como
patrimonio
histórico.
Se
cuenta
que
hombres
negros,
de porte
enorme,
de
cabellos
lisos,
tal vez
venidos
del
Antiguo
Egipto,
habrían
descendido
hasta
esa
región y
allí
construido
una
ciudad
de
piedras
enormes
y muros
altísimos
y nadie
sabe de
donde
vinieron
esas
piedras.
Dicen
que
estos
seres de
gran
estatura
y fuerza,
guerreros
sin
miedo, y
con
conocimiento
desarrollado
em
metalurgia,
vinieron
de otros
planetas/o
em
discos
voladores.
Resumiendo
y
simplificando:
nadie
sabe
hasta
hoy de
donde
vino
aquel
pueblo,
y ni
como
aquellas
piedras
fueron
parar
allí, y
el
cabello
liso
contrastando
con el
cabello
de los
africanos
de aquel
lugar es
otro
misterio.
|
¡Bien,
yo que
nací en
Mozambique,
mientras
viví en
mi país,
nunca
supe de
ese
lugar y
sólo
llegué a
él, 11
años
después
de haber
tenido
un sueño
revelador
con mí
guía
espiritual,
Zimbábue!
Hay
cosas
que no
tienen
explicación,
sólo un
Espírita
entiende...
¡Y
pásmense!
Un día,
de la
“nada”
resolví
buscar
alguien
que
diseñara
el
Zimbábue,
con base
en la
descripción
que hice
del
sueño.
Busqué y
encontré
a una
joven,
que se
ofreció
a hacer
el
dibujo.
No la
conocí
personalmente,
sólo por
internet.
Mandé
sólo la
descripción
para
ella y
después,
ya con
el
dibujo
listo,
ella me
contó y
|
otra
coincidencia:
ella
también
es
espírita...
Y la
imagen
de mi
guía, yo
diría,
que está
en un
90%
igual al
que vi
en mi
sueño. |
|