Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Caridad, felicidad


Pepitas de Felicidad


Giulia estaba participando en una campaña solidaria, recolectando alimentos y ropa. Ella y otros voluntarios acordaron encontrarse en el Centro Espírita al que frecuentaban y organizar las donaciones recibidas. Las entregarían a las familias pobres en esa tarde.

Giulia quería llevar a su hijo Guillermo a participar en la actividad con ella. Pensaba que él tenía condiciones para ayudar mucho. Pero Guillermo no quería ir.

- ¡Ay no, mamá! ¿Por qué tengo que ir? ¡Ya va a haber mucha gente allá! No va a haber diferencia si yo no voy – argumentaba el niño – Además, quiero descansar. ¡El fin de semana sirve para eso!

Guillermo prometió cumplir varias tareas si la mamá lo dejaba quedarse en casa. Arreglar el cuarto, darle un baño al perro, apagar la computadora… Pero no sirvió. Giulia estaba determinaba a llevarlo, y él tuvo que entrar en el carro e ir con ella.

- ¡Espero que no tarde mucho! No quiero quedarme ahí toda la tarde – dijo Guillermo, contrariado.

- Guille, sé que no quieres ir, hijo. ¿Pero sabes por qué insistí en que participaras? ¿Sabes por qué es importante que ayudes a cargar las cosas y visitar a las familias necesitadas?

- ¡Sí sé! ¡Para ayudarte a hacer el trabajo aburrido! – respondió Guillermo, malhumorado.

- No, hijo. ¡Es porque no quiero ganar las pepitas de oro sola!

Guillermo no entendió nada y miró a su madre sorprendido:

- ¿Qué? ¿Qué pepitas de oro? ¿Cómo es eso? ¿Van a distribuir oro?

La madre se rio de la confusión que provocó en el niño:

- ¿No conoces la historia de las pepitas de oro?

Guillermo dijo que no y Giulia entonces le contó:

“Una vez, un campesino estaba trabajando, cargando un saco con granos de trigo que él sembraba en la tierra mientras caminaba. Vio, a lo lejos, un carruaje suntuoso, rodeado de estrellas brillantes que se acercaba rápidamente. El carruaje llegó muy cerca de él y se detuvo. De él bajó aquel que el campesino identificó como el Señor de la Vida. Éste no dijo nada, solo le extendió la mano pidiendo una limosna.

El campesino se quedó confundido y pensó: ‘¿Pero cómo? ¿Qué puedo ofrecerle a Él, que tiene todas las cosas y todo lo puede, mientras que soy apenas un humilde siervo?’

Entonces, solo para atender el pedido de aquella figura maravillosa delante de él, cogió de su saco un grano de trigo y lo colocó en la mano extendida en su dirección.

El Señor de la Vida sonrió, entró en el carruaje y se fue.

El campesino iba a regresar al trabajo cuando notó una luz brillante que venía de su saco. El grano de trigo que él había ofrecido al Señor de la Vida había regresado a él en forma de una pepita de oro.

- ¡Qué tonto fui! – dijo el campesino. - ¡Debería haberle dado la bolsa entera!”

Giulia hizo una pausa y Guillermo se dio cuenta de que la historia había terminado.

- Ah, entiendo. – dijo el niño, desanimado. No van a dar pepitas de oro de verdad, ¿no?

- ¡Acertaste! La historia es una comparación. Dios no es una persona y no anda en carruajes. Pero es verdad que Él pide nuestra contribución. Las pepitas de oro de la historia sirven para mostrar cuán valiosa esa la recompensa de Dios. En verdad, Él retribuye con algo mucho mejor que el oro, que o puede ser perdida ni robada: ¡felicidad!

Giulia continuó:

- Ayudar a las personas necesitadas es una forma de atender al pedido de Dios. La gente alcanza la felicidad cuando la promueve en los otros. Solo que cada uno tiene que conquistar la suya.

Guillermo escuchó las palabras de su madre y comprendió sus intenciones. Cuando llegaron al Centro Espírita, estaba resignado y se dedicó a las tareas de la mejor manera que pudo.

Ese día, Guillermo ayudó. Y em otras ocasiones también, pues siempre que había una oportunidad Giulia llevaba a su hijo para acompañarla en las tareas del bien.

Él comenzó a habituarse a esas actividades. Pasó a hacerlas con placer, recibiendo la simpatía de los otros trabajadores. Presenciaba la mirada de gratitud de aquellos que eran ayudados. Se alegraba con la compañía de otros jóvenes, que se volvieron sus amigos y también se dedicaban a las buenas causas como él.

Guillermo, poco a poco, se dio cuenta de que las pepitas de felicidad eran muy reales.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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