La muerte de los
entes queridos
continúa siendo
uno de los
momentos más
difíciles y
dolorosos en la
vida de las
personas.
El sentimiento
de perdida, en
situaciones así,
es un hecho
frecuente,
aunque mucho
entiendan los
cristianos, de
un modo general,
que la vida
continúa y que,
en esencia, la
muerte no existe
tal cual muchos
la suponen.
Cuando ocurrió,
años atrás, en
la capital de
San Pablo el
incendio del
edificio Joelma,
en que murieron
decenas de
personas, unas
víctimas del
fuego, otra por
la asfixia
causada por el
humo y un cierto
número por haber
caído del
edificio en un
intento
desesperado de
huir de la
muerte, el
médium Francisco
Cándido Xavier
sirvió de
intermediario a
la revelación de
una información
al mismo tiempo
curiosa y
consoladora.
Los inmortales
dijeron
entonces, por
las manos del
añorado médium,
que en aquellas
horas difíciles
dos eran los
escenarios.
El primero, del
lado de acá,
estaba
constituido de
mucho
sufrimiento, de
desesperación,
de gritos, de
desesperanza. La
acción de los
bomberos, el
movimiento de
los reporteros,
la búsqueda de
noticias por
parte de los
familiares que
trabajaban en
aquel edificio,
todo eso
contribuía para
dar al episodio
un carácter de
tragedia, típico
de situaciones
como aquella.
El otro
escenario,
invisible a
nuestros ojos,
se presentaba
enteramente
diferente.
Espíritus amigos
de los que allí
perecieron
recibían con
fiesta a los que
volvían en aquel
momento a la
llamada vida
espiritual.
Cánticos de
alegría, abrazos
calurosos y
aplausos, es el
tono de un
escenario que
mostraba como se
da la recepción
espiritual a
aquellos que
cumplen hasta el
fin su deber en
el plano
corpóreo.
Comentando el
tema muerte,
Kardec hizo, en
un momento
determinado, una
analogía entre
ese hecho y la
liberación de un
prisionero que
acababa de
cumplir una
larga pena.
Imaginemos,
escribió el
Codificador, la
situación del
amigo de celda
que ve partir
al amigo. Está
claro que el
sentirá
nostalgia del
compañero, pero,
en sana
conciencia,
jamás lamentará
la liberación
del amigo que,
atendidas las
exigencias de la
Justicia, gana
ahora la
libertad.
La muerte es
eso. Ella es una
especie de
conquista de la
libertad,
retomar las
actividades que
ya eran
ejecutadas por
la persona antes
de la existencia
ahora finalizada
y que ahora
pueden tener
continuidad.
Después de
peregrinar por
muchos años en
la superficie
del planeta,
limitado por un
cuerpo material
que restringe,
como sabemos,
las
posibilidades
perceptivas del
alma, el
individuo tiene
el derecho, en
fin, de
reencontrar a
los amigos que
lo aguardan y
dar secuencia a
un proyecto cuya
meta es la
perfección,
asunto a que
Jesús se refirió
tantas veces.
En efecto, los
cristianos que
conocen el
Evangelio han de
acordarse, por
cierto, de estas
palabras del
Maestro:
“Vosotros sois
dioses. Todo lo
que hago podéis
hacerlo también
y mucho más”
Delante del
ataúd,
acordemosno
pues, de la
información
traída por el
añorado médium y
estemos seguros
de que la muerte
sólo alcanza el
cuerpo material
pero nada
ocasiona al
Espíritu. Muerte
y cambio de
domicilio y de
tareas. No hay
motivo real para
lamentarla,
incluso porque,
exceptuando los
casos de
suicidio
voluntario o
involuntario,
nadie vuelve a
la vida
espiritual antes
de la hora. Por
lo menos es eso
que centenas de
mensajes
enviados por los
propios
Espíritus han
dicho al
respecto del
asunto.
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