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Año 2 - N° 100 – 29 de Marzo del 2009


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 


La muerte en una
perspectiva espírita

 

La muerte de los entes queridos continúa siendo uno de los momentos más difíciles y dolorosos en la vida de las personas.

El sentimiento de perdida, en situaciones así, es un hecho frecuente, aunque mucho entiendan los cristianos, de un modo general, que la vida continúa y que, en esencia, la muerte no existe tal cual muchos la suponen.

Cuando ocurrió, años atrás, en la capital de San Pablo el incendio del edificio Joelma, en que murieron decenas de personas, unas víctimas del fuego, otra por la asfixia causada por el humo y un cierto número por haber caído del edificio en un intento desesperado de huir de la muerte, el médium Francisco Cándido Xavier sirvió de intermediario a la revelación de una información al mismo tiempo curiosa y consoladora.

Los inmortales dijeron entonces, por las manos del añorado médium, que en aquellas horas difíciles dos eran los escenarios.

El primero, del lado de acá, estaba constituido de mucho sufrimiento, de desesperación, de gritos, de desesperanza. La acción de los bomberos, el movimiento de los reporteros, la búsqueda de noticias por parte de los familiares que trabajaban en aquel edificio, todo eso contribuía para dar al episodio un carácter de tragedia, típico de situaciones como aquella.

El otro escenario, invisible a nuestros ojos, se presentaba enteramente diferente. Espíritus amigos de los que allí perecieron recibían con fiesta a los que volvían en aquel momento a la llamada vida espiritual. Cánticos de alegría, abrazos calurosos y aplausos, es el tono de un escenario que mostraba como se da la recepción espiritual a aquellos que cumplen hasta el fin su deber en el plano corpóreo.

Comentando el tema muerte, Kardec hizo, en un momento determinado, una analogía entre ese hecho y la liberación de un prisionero que acababa de cumplir una larga pena.

Imaginemos, escribió el Codificador, la situación del amigo de celda que ve partir al  amigo. Está claro que el sentirá nostalgia del compañero, pero, en sana conciencia, jamás lamentará la liberación del amigo que, atendidas las exigencias de la Justicia, gana ahora la libertad.

La muerte es eso. Ella es una especie de conquista de la libertad, retomar las actividades que ya eran ejecutadas por la persona antes de la existencia ahora finalizada y que ahora pueden tener continuidad.

Después de peregrinar por muchos años en la superficie del planeta, limitado por un cuerpo material que restringe, como sabemos, las posibilidades perceptivas del alma, el individuo tiene el derecho, en fin, de reencontrar a los amigos que lo aguardan y dar secuencia a un proyecto cuya meta es la perfección, asunto a que Jesús se refirió tantas veces.

En efecto, los cristianos que conocen el Evangelio han de acordarse, por cierto, de estas palabras del Maestro: “Vosotros sois dioses. Todo lo que hago podéis hacerlo también y mucho más”

Delante del ataúd, acordemosno pues, de la información traída por el añorado médium y estemos seguros de que la muerte sólo alcanza el cuerpo material pero nada ocasiona al Espíritu. Muerte y cambio de domicilio y de tareas. No hay motivo real para lamentarla, incluso porque, exceptuando los casos de suicidio voluntario o involuntario, nadie vuelve a la vida espiritual antes de la hora. Por lo menos es eso que centenas de mensajes enviados por los propios Espíritus han dicho al respecto del asunto.


 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita