WEB

BUSCA NO SITE

Página Inicial
Capa desta edição
Edições Anteriores
Quem somos
Estudos Espíritas
Biblioteca Virtual
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English Livres Spirites en Français Spiritisma Libroj en Esperanto 
Jornal O Imortal
Vocabulário Espírita
Biografias
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English Livres Spirites en Français Spiritisma Libroj en Esperanto 
Mensagens de Voz
Filmes Espiritualistas
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Efemérides
Esperanto sem mestre
Links
Fale Conosco
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 - N° 71 - 31 de Agosto del 2008

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


Necesidad del Perdón

 

El día estaba bonito y agradable. Marcelo, sin embargo, llegó a casa irritado y nervioso.

Entró pisando fuerte, golpeó la puerta con fuerza y tiró la mochila en una silla.

La madre, que lo observaba, se aproximó serena y le preguntó:

– ¿Por qué ese mal humor, hijo mío? ¡El sol está brillando allá fuera y la vida es bella! ¿Qué ocurrió tan grave que justifique la manera desagradable con que entraste en casa hoy?

Sombrío, el niño respondió:

– Estoy enfadado con Gabriel. Además de rasgar mí libro de evaluación, aun se peleó conmigo. ¡No voy a perdonarlo nunca!

La madrecita lo abrazó cariñosamente y le aconsejó:

– No digas eso, hijo mío. Todos nosotros necesitamos del perdón, pues también erramos. Jesús enseñó que debemos perdonar no siete veces sólo, sino setenta veces siete veces. Esto es, enseñó que debemos perdonar siempre. Además de eso, no

debemos juzgar a nadie tampoco . ¿Será que Gabriel rasgó tu libro a propósito?

– No sé y ni me interesa. No quiero más la amistad de él – afirmó el niño, categórico.

La madre pasó la mano por los cabellos del hijo y ponderó:

– Intenta perdonar, Marcelo. En cuanto tú no olvides la ofensa, no tendrás felicidad y paz.

– No lo consigo, mamá. Creo que no sé perdonar.

La señora pareció meditar por algunos instantes y después habló:

– ¿Te acuerdas cuando conseguiste la bicicleta?

– ¿Cómo no? – respondió Marcelo. – ¡Cuantas veces caí hasta conseguir equilibrarme y salir andando!

– Es verdad, hijo mío. Hoy, sin embargo, tú no te acuerdas más de eso cuando sales a pasear. ¿Y cuándo aprendiste a nadar?

– ¡También me costó mucho esfuerzo! – recordó el niño.

– ¿Y cuándo entraste en la escuela para ser alfabetizado? – insistió la madre.

– Ah, fue muy difícil. Gracias a Dios ya sé leer y escribir bien – respondió el pequeño contento consigo mismo.

– Entonces, hijo mío, nada se consigue sin esfuerzo. También nuestras imperfecciones necesitan de mucha buena voluntad de nuestra parte para ser retiradas de nuestro interior. Y el resentimiento es una de ellas. Necesitamos aprender a perdonar.

– ¡Ah! Ya entendí. ¿Tú quieres decir que necesito ejercitar el perdón, no es así?

– Exactamente.

– Está bien, mamá. Voy a intentarlo.

Al día siguiente, muy coincidentemente, Marcelo fue a jugar con un vecino y, sin querer, rompió un carrito muy apreciado del niño.

Triste, pero conforme, el niño aceptó su petición de discúlpas, diciendo:

– No tiene importancia, Marcelo. Sé que tú no lo hiciste a propósito.

Al oír las palabras del amigo, que con justa razón debería estar enfadado con él, Marcelo se acordó de las palabras de la madre cuando afirmó que todos necesitamos de perdón.

En aquel mismo día, buscó al amigo en la escuela y, con una sonrisa alegre, dijo:

– Quiero que tu me discúlpes si fui grosero el otro día, Gabriel.

– Tú tenías razón, Marcelo. Yo rasgué tu libro – respondio el niño.

– Pero tengo seguridad de que no fue queriendo – afirmó convencido.

– Es verdad. Él cayó de mis manos e, intentando cogerlo, lo rasgué.

Se abrazaron contentos, prometiendo mutua amistad.

Después de las clases, Marcelo llevó a Gabriel a su casa y se lo presentó a su madre.

– Mamá, este es mí “amigo” Gabriel – dijo acentuando la palabra.

Muy satisfecha, por la sonrisa del hijo la madre notó

que el malentendido terminó y que Marcelo había aprendido a perdonar. 

     
                                                                   Tía Célia
      
 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita