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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 – Nº 76 5 de Octubre del 2008

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org


Valorización de la Familia

 

Fabiana andaba sin destino por las calles de la ciudad. Se sentía triste y desolada. Miraba con admiración a las mujeres bien arregladas, perfumadas, llevando de la mano niños alegres y bien vestidos, que ni notaban su presencia.

De familia muy pobre, ella vivía en un barrio apartado donde faltaba de todo. Deseaba tener una vida mejor, pero su padre era un trabajador de una fábrica y ganaba poco; su madre lavaba ropas, lo que le rendía algunos beneficios,    mientras     Fabiana   cuidaba  de   los  dos

hermanos menores.     

Fabiana deseaba estudiar, tener una profesión y ganar dinero para ayudar a su familia, sin embargo tenía apenas doce años aun.  

Pasando por un jardín, se sentó para descansar. Luego, oyó llanto allí cerca. Se levantó, buscando de donde venía aquellos sollozos, y encontró a una niñita en el suelo, llorando.

- ¿Qué ocurrió? – preguntó, preocupada.

- Yo me caí y me golpeé mi rodilla. ¡Mira! – dijo la pequeña, limpiando las lágrimas y mostrando la rodilla raspada, de donde la sangre corría.

Condolida por la situación de la niña, que no debería tener más de tres años, Fabiana la consoló:

- Eso no es nada. Vas a sanar después. ¿Dónde están tus padres?

- Mi padre murió. Y mi madre está trabajando. Huí de casa. Quería hablar con alguien que me diese un poco de atención. ¡Tú eres la única que habló conmigo!

Sin que ellas lo notasen, Octavio, el padre de la niña, desencarnado, preocupado con la hija, estaba allí intentando ayudarla. Sonrió satisfecho al ver la atención que Fabiana le daba a ella.

- ¿Cómo es su nombre? – preguntó Fabiana, apenada, sintiendo un interés muy especial.

- Sofía.

- Un bonito nombre. ¿Y dónde vives tú, Sofía?

- Aquí cerca. ¡Allá en aquella casa! – respondió la niña, apuntando con el dedito.

Fabiana, acompañada por Octavio, cogió a la niña en brazos, atravesó la calle y la llevó hasta el portón. Tocó la campanilla y esperó. Después una empleada apareció. Cuando vio a la niña en los brazos de una desconocida, puso las manos en la cintura, irritada y sorprendida:

- ¡Sofía! ¿Tú huiste de casa? ¿Cómo conseguiste salir?

- Aproveché cuando el jardinero llegó. ¡Salí, y él ni me vio!

Con la cara contraída, la empleada gritó:

- ¡Muy bonito! Entonces, ¿huiste de la casa, no es así? ¡Y aun llegas en los brazos de una desconocida! ¿Tú no sabes que está prohibido hablar con extraños?

- Fabiana no es una extraña, Ema. Es mi amiga.

Viendo que la empleada estaba muy nerviosa, Fabiana explicó:

- No pelee con Sofía, por favor. Yo la encontré caída en el suelo, herida, y la traje para casa. Ella necesita de una cura.

Irritada, Ema gritó:

- Pues no voy a hacer cura ninguna. Ella se golpeó porque quiso. ¡Pasa ya para adentro, Sofía!

La niñita, no obstante, encogida de miedo, no quería entrar sin la nueva amiga. Preocupada con ella, Fabiana la acompañó. 

Entrando en la casa, que era un verdadero palacete, Fabiana quedó impresionada con la belleza y el lujo de la decoración.

Como la empleada no se preocupaba con la herida, Sofía fue a buscar la caja de primeros auxilios y, con cariño, Fabiana hizo una pequeña cura, en cuanto Ema continuaba protestando gritando.

Pero Clara, la madre de Sofía, que había salido de un recado más pronto, llegó justo en el momento en que Ema abría la puerta y, sin ser notada, oyó todo. Estacionó el coche en la calle, entró en la casa y se quedó parada en la puerta, muy espantada, observando la escena.

Cuando Ema vio a la dueña, se quedó blanca de susto. Hizo una sonrisa forzada, intentando justificarse:

- Doña Clara, estaba diciendo a Sofía que ella necesita…

Con la expresión grave, la dueña de la casa le impidió continuar:

- No te preocupes en explicaciones, Ema. Oí perfectamente lo que tú dijiste. Hablaremos después.

Sofía corrió al encuentro de la madre, feliz. Abrazada fuertemente a la madre, suplicaba:

-- ¡Mamá! ¡Que bien que llegaste! ¡Qué bien que tú estás aquí! ¡Quédate conmigo! No quiero quedarme más sola.

Al ver a la niña desconocida, la señora la saludó, gentilmente, en cuanto Sofía explicaba:

- Mamá, esta es mi amiga Fabiana. Yo huí de casa para pasear y caí en el jardín. ¡Fabiana me trajo en los brazos y mira la cura que ella hizo en mi rodilla!

Con una sonrisa, la madre agradeció a Fabiana la atención a su hija. La invitó para sentarse y habló con ella, haciéndole algunas preguntas. Y así supo como vivía ella, dónde vivía, y las dificultades de la familia.       

Mientras hablaban, Ema arreglaba la mesa para la cena, y la madre notó que toda vez que Ema se aproximaba, la hija se encogía de miedo, agarrándose aun más a la madre. Percibiendo el pavor que la empleada generaba en la niña, la señora ordenó que esta volviese a la cocina.

Cuando Ema salió de la sala, Sofía pidió:

- Mamá, ¿dejas a Fabiana quedarse conmigo?

- Eso es imposible, querida. Fabiana tiene familia y necesita volver a su casa – explicó la madrecita, cariñosamente.

- Si ella va yo también voy, mamá. Ella es mi amiga. Le gusto y no quiero quedarme más sola con Ema – insistió la niña.

Fabiana pensó que, con seguridad, vivir en una casa como aquella, sería un sueño para ella. Todavía, no podría dejar a su familia, que necesitaba de ella.

Al pensar en la familia, Fabiana se acordó que estaba haciéndose tarde. Se despidió de Sofía, dejó la dirección y prometió que siempre que pusiese vendría a visitarla.

Volviendo para la casa, la niñita encontró a la madre ocupada en poner la mesa para la comida, mientras el padre enchufaba la luz eléctrica y los hermanos jugaban en la sala.

Había tanto amor en todo, tanta armonía en aquella vida simple y pobre, que ella se emocionó.

- ¡Mamá! ¡Papá! Sé que anduve protestando de nuestra vida. Pero hoy pienso diferente. No cambiaría esa vida por ninguna otra. Podemos sentir la falta de algunas cosas, pero aquí tenemos el amor de una verdadera familia y eso no hay dinero que lo pague.

Todos se abrazaron felices.

Al día siguiente, al anochecer, Sofía y su madre aparecieron para hacer una visita a la casa de Fabiana, y conocieron a José y Ana.

Clara notó la pobreza de aquel hogar; habló con los padres de Fabiana, los encontró muy simpáticos. Después, aceptando la sugerencia de Octavio, desencarnado, que estaba allí, tuvo una idea y explicó:

- ¡José y Ana! Soy una mujer sola y trabajo mucho. Desde que Octavio, mi marido, falleció, tengo que cuidar de los negocios. De ese modo, estoy obligada a dejar a mi hija con personas que pueden no ser buenas  para ella.

Sofía, desde el momento que conoció a Fabiana, le gustó mucho. Ahora que estoy aquí, que conocí a ustedes, sentí el deseo de hacerles una propuesta: Tengo una casita al fondo de mi jardín. Necesito de alguien de confianza para tomar las riendas de la casa y de mí hija mientras trabajo, lo que Ana tiene condiciones de hacer. Y usted, José, puede continuar en su trabajo y, en las horas de descanso, cuidar del jardín y de otras pequeñas tareas de nuestra casa. Además de eso, los niños podrían ir a la escuela, aquí cerca; yo misma cuidaré de todo. ¿Qué piensan? ¡De esa forma creo que nos ayudaremos mutuamente!

Todos quedaron contentos con la solución del problema, especialmente Octavio que dio la sugerencia, y Sofía aun más, pues no se separaría de su querida Fabiana. ¡Además de eso, aun tendría a los hermanitos de ella para jugar!

La pequeña Sofía, emocionada, sintiendo la presencia del padre que partía para el mundo espiritual, dijo con sabiduría:

- Siento que papá está muy feliz.  

En la espiritualidad, Octavio agradecía a Dios por la ayuda que dieran a su familia, conmovido con las palabras de la hijita, testimoniando que nadie muere y que, después de la muerte, continuamos amando a la familia y a ayudarla en sus dificultades, siempre que es posible.       

                                                                  Tía Célia 
 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita