No hace mucho
tiempo,
impresionó a
todos nosotros
de Brasil el
cuadro revelado
por la revista
Veja
respecto a la
decadencia del
pensamiento y de
la práctica
religiosa en
Europa. “Los
europeos son
ahora una de las
poblaciones
menos religiosas
del mundo”, dice
a la revista el
reverendo
anglicano
Timothy
Bradsshaw,
profesor de
teología en la
Universidad de
Oxford.
Los números
contenidos en el
reportaje son,
de hecho,
sorprendentes,
porque muestran
que las iglesias
están vacías,
tanto en el seno
del catolicismo
como en los
templos
protestantes,
como se da con
la Catedral de
Canterbury, que
quedan las
moscas hasta en
las mañanas de
domingo, el día
más movido en
cualquier templo
cristiano.
El cuadro
preocupa a las
autoridades
religiosas, que
no encuentran,
por más que lo
intenten, una
explicación
única para la
falta de interés
del europeo por
las religiones
tradiciones.
De entre los
especialistas
están los que
entienden que
parte de ese
desinterés esté
en la tradición
racionalista del
continente.
Otros citan el
consumismo
exagerado y la
estabilidad del
Viejo Continente
como los
factores
determinantes.
El patrón de
vida elevado y
menos
susceptible a
cuestiones que
atormentan a
otros
continentes,
como la
violencia, la
miseria o las
tensiones
raciales,
concurrirían
para que el
europeo deje de
ir a los cultos,
y ese hábito
acaba siendo
incorporado por
los hijos.
Es bien probable
que las razones
de la
incapacidad de
las religiones
tradicionales en
Europa sean la
suma de todos
los factores
citados, pero la
raíz principal
del problema se
localiza, sin
ninguna duda, en
la falta de
sintonía que
existe entre las
religiones
dogmáticas y los
nuevos tiempos,
que no admiten
la fe ciega,
como Kardec ya
advirtió en el
siglo 19 al
proponer un
nuevo tipo de fe
capaz de encarar
la razón cara a
cara, sin miedo
de la ciencia y
de los avances
tecnológicos,
porque nada
podrá
inquietarla.
Sobre el asunto,
escribió el
Codificador del
Espiritismo: “La
resistencia del
incrédulo,
debemos
convenir, muchas
veces proviene
menos de el que
de la manera en
que presentan
las cosas. La fe
necesita de una
base, base que
es la
inteligencia
perfecta de
aquello en que
se debe creer.
Y, para creer,
no basta ver; es
preciso, sobre
todo,
comprender. La
fe ciega ya no
es de este
siglo, tanto es
así que
precisamente el
dogma de fe
ciega es el que
produce hoy el
mayor número de
los incrédulos,
porque ella
pretende
imponerse,
exigiendo la
abdicación de
una de las más
preciosas
prerrogativas
del hombre: el
razonamiento y
el libre
albedrío” (El
Evangelio Según
el Espiritismo,
cap. XIX).
Fue entonces,
enseguida a
tales palabras,
que Kardec acuñó
la frase que
dice bien sobre
lo que nosotros,
espíritas
pensamos sobre
el importante
tema: “Fe
inquebrantable
sólo es la que
puede encarar de
frente la razón,
en todas las
épocas de la
Humanidad”.
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