Los muertos viven
El querido Maestro Jesús
se reveló en el mayor
ejemplo de la seguridad
de la vida después de la
vida, porque Él mismo
demostró la
inmortalidad, revelando
la muerte de
la muerte,
continuando vivos
En la
fecha del 2 de
noviembre, los
cementerios están
abarrotados de personas
que allá van con la
intuición del homenaje
a sus muertos. Muchos
aprovechan el deseo para
decorar las tumbas,
otros encienden velas y,
felizmente, muchos
también se acuerdan de
dirigir sus pensamientos
a los desencarnados por
la oración.
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En El Libro
de los Espíritus,
en las
cuestiones 230 a
329, la
conmemoración
del llamado “Día
de los Muertos”
es descrito, con
mucha propiedad
y felicidad, por
los excelsos
Benefactores
Espirituales. Es
digno de
resaltar,
principalmente,
la enseñanza de
que los
Espíritus
rememorados
comparecen,
concurriendo a
las necrópolis,
atraídos por los
pensamientos de
sus amigos y
parientes
encarnados. Con
todo, la
enseñanza
doctrinaria
destaca que la
oración que
santifica el
acto del
recuerdo y “el
respeto que, en
todos los
tiempos y entre
todos los
pueblos, el
hombre consagró
y consagra a los
muertos es
efecto de la
intuición
natural que
tiene de
la vida
futura”, esto
es, de
|
que los muertos
viven.
El querido
Maestro Jesús se
reveló en el
mayor ejemplo de
la seguridad de
la vida después
de la vida. Él
mismo demostró
la inmortalidad,
revelando la
muerte de la
muerte,
continuando
viviendo.
Aparece
Magdalena, en
pleno sepulcro,
recién-
materializado,
ultra-electrizado,
alertándola para
que no lo
tocase, lo que
le acarrearía un
vigoroso choque
eléctrico. A
través,
igualmente, del
fenómeno
mediúmnico del
ectoplasma,
dialoga con
algunos
apóstoles, en el
camino de Emaús
y surge, en el
recinto cerrado,
comprobando por
la mediumnidad
de efectos
físicos la
inmortalidad.
Del mismo modo,
no se niega al
intercambio
mediúmnico,
comunicándose
personalmente
con el discípulo
Tomás,
inicialmente
incrédulo,
negando el
retorno del
Cristo a la
convivencia con
sus discípulos. |
El Cristo, en la vida
física, mantuvo contacto
con
Espíritus desencarnados
La materialización del
Maestro, resaltando la
sobrevivencia del ser,
se constituye en piedra
básica del Cristianismo,
conforme atestigua
Pablo, diciendo que “si
no hay resurrección de
muertos, entonces el
Cristo no resucitó. Y si
el Cristo no resucitó,
es vana nuestra
predicación y vana
vuestra fe” (1 Co.
15:14). El apóstol de
los gentiles enfatiza
que los muertos
resucitan en cuerpo
espiritual (1 Co. 15:44)
y grita con gran
convicción: “Tragada fue
la muerte por la
victoria. ¿Dónde está,
oh muerte, tu victoria?
¿Dónde esta, oh muerte,
tu aguijón? (1 Co.
15:54-55).
Jesús, reencarnado entre
nosotros, dialogó con
los llamados muertos. En
el llamado “Monte de la
Transfiguración”,
conversó con los
Espíritus Elías y
Moisés, utilizando a los
médiums de efectos
físicos, Pedro, Santiago
y Juan, los cuales se
encontraban dando la
neblina ectoplasmica,
responsable por el
proceso mediúmnico de la
materialización – “Pedro
y sus compañeros se
encontraban apremiados
por el sueño” (Lc.
9:32). Solamente la
hipótesis de estar
mediumnizados explicaría
el hecho de estar
dormidos después de la
transfiguración del
Maestro.
El Cristo, en la vida
física, mantuvo contacto
también con Espíritus
desencarnados
ignorantes, apareciendo
los mismos como
sordos-mudos, una
legión, etc.
El Maestro resaltó la
inmortalidad, probando
que los muertos
continúan vivos y cada
vez más vivos. Dijo
Jesús: “En cuanto a la
resurrección de los
muertos, no habéis leído
lo que Dios os declaro:
‘Yo soy el Dios de
Abrahán, el Dios de
Isaac y el Dios de
Jacob’. El no es Dios de
muertos y, sí, de vivos”
(Mt. 22:32). Están vivos
y bien despiertos.
La muerte no existe, por
cuanto la vida continúa
después del
fallecimiento corporal.
Si no hubiese vida fuera
de la tumba, no tendría
sentido la vida antes de
la muerte.
Los muertos viven y
tienen conciencia de sus
individualidades
El Espíritu preexiste al
cuerpo de carne – “antes
de nacer, yo ya te
conocía…” (Jeremías 1:4)
– y sobreviene más allá
de la sepultura, como
prueban numerosos
pasajes bíblicos, a
seguir enumerados: 1)
Juan, el discípulo
amado, nos alerta: “…No
deis crédito a cualquier
Espíritu, antes, probad
si proceden de Dios” (1
Ju. 4:1); 2) “Los
Espíritus saldrán del
sepulcro y se aparecerán
a muchos” (Mt. 28:3); 3)
Cuando fueron a la
tumba, Maria Magdalena y
la otra María vieron a
un Espíritu, ciertamente
materializado: “Su
aspecto era como un
relámpago, y su
vestidura blanca como la
nieve” (Mt. 28:3); 4) El
ser espiritual
denominado Gabriel
(“Hombre de Luz”) es
descrito como varón por
el profeta Daniel (Dn.
9:21), no siendo una
entidad creada aparte de
la creación, diferente
de las demás. Inclusive,
una entidad llamada
Miguel se presentó como
guerrero; 5) El apóstol
Pedro, seguro de la
existencia de la vida
después de la muerte y
de la posibilidad de la
comunicación mediúmnica,
afirmó que “después de
su muerte, procuraría
recordar a todos las
cosas que predicó” (1
Pe. 1:15)
En el Antiguo Testamento
hay un relato de una
sesión mediúmnica, en la
cual aparece el Espíritu
Samuel, dejando un
mensaje a Saúl, a través
de la pitonisa de En-Dor
(1-Sm. 28:1); 7) Job ve
a un ser espiritual,
relatando lo siguiente:
“Un Espíritu pasó por
delante de mí, me hizo
estremecer los cabellos
de mi cuerpo; pero a él
pero no le vi bien la
apariencia; una silueta
estaba delante de mis
ojos” (Jo 4:15_16) 8) En
el libro de Isaías,
denominado como “Quinto
Evangelista”, los
muertos hablan de las
“zonas purgatoriales”,
“sheol” o “umbral”,
sorprendidos por ver en
la misma situación de
sufrimiento, al famoso y
poderoso rey de
Babilonia (Is. 14:10);
9) Jesús, muerto en la
carne y liberado en
Espíritu, fue a
predicar, en esos mismos
parajes inferiores, a
los que se encontraban
en un atroz sufrimiento
(“prisión”) (1 Pe.
3:18-20).
Los muertos viven y
tienen conciencia de sus
individualidades,
habiendo vida de
relación en el más allá.
Que tengamos la certeza
de que, después del
fenómeno de la muerte,
continúa la vida. Dos
astrónomos dejaron
inscritos, en sus
epitafios, el siguiente
mensaje confortador:
“Amamos tan
apasionadamente a las
estrellas que no tememos
la noche”.
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