Los números que
retratan el
recrudecimiento
de la violencia
en Brasil
parecen
indiscutibles.
Y, hecho
curioso, los
porcentajes
pertinentes a la
criminalidad se
presentan
mayores,
conforme las
estadísticas
oficiales, en
los lugares en
que teóricamente
la pobreza y la
necesidad
material son
menores.
Toda vez que
esos datos son
públicos, el
gobierno federal
llama la
atención con un
nuevo plan de
seguridad que,
según la
propaganda
oficial, deberá
revertir la
situación,
esperando con
eso calmar la
población
brasileña, que
se encuentra
cansada de tanta
violencia, de
tanta corrupción
y de tantos
desmanes en un
país que
acostumbra, con
indescifrado
orgullo, decirse
cristiano.
Si las
estadísticas
valen para
alguna cosa, esa
última divulgada
por el gobierno
trae números
sintomáticos.
Veamos. Los que
tienen la manía
de atribuir la
violencia apenas
a la necesidad
material tendrán
dificultad para
explicar porqué
Maranhâo y el
Piauí, de los
estados del
Nordeste, ambos
muy pobres,
presentan
números más
civilizados e
inferiores a lo
apurado en el
rico Rio Grande
do Sul y en
opulento Paraná.
En verdad, como
escribió cierta
vez nuestra
compañera Jane
Martins Vilela
en un artículo
publicado en el
artículo El
Inmortal,
violencia
siempre hubo en
el mundo. ¿Ya
olvidamos las
dos Guerras
Mundiales, la
guerra de
Vietnam, la
guerra de Corea
y los conflictos
de Bosnia y de
Kosovo?
El mundo,
obviamente, no
está peor por
causa de ese o
de aquel estado
de beligerancia.
El mundo está,
sí, aunque de
forma lenta,
cada vez mejor,
ya que el número
de los que
matan, de los
que avanzan
sobre los cofres
públicos, de los
que no respetan
los derechos del
prójimo es
infinitamente
menor que el
número de los
que anhelan por
la paz, de los
que viven a
veces
miserablemente
con escasos
salarios y de
los que, incluso
así, respetan al
semejante. Como
decía J.
Herculano Pires,
la Tierra no
experimenta una
crisis de
involución, sino
de revolución,
crisis por señal
prevista por
Jesús en el
sermón
profético, según
el cual, antes
de la victoria
final del
Evangelio, que
será un día
enseñado y
practicado en
todos los
lugares, habría
guerras,
estremecimiento
de la tierra y
mucha iniquidad,
pero eso no
significa el fin
del mundo, sólo
el comienzo de
una nueva era.
El estado
caótico en que
aun nos
encontramos, a
pesar del
progreso
registrado en
los últimos
tiempos, muestra
sólo que la
Tierra es un
planeta aun muy
atrasado y lejos
de ese estadio
llamado Mundo de
Regeneración,
cuyo
advenimiento
para los
próximos años
sólo es
propagado por
las personas
desinformadas
que no ven
televisión ni
leen los
periódicos.
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