Algún tiempo
atrás el
periódico de la
Asociación
Médica
Norte-Americana
reveló la
historia de una
mujer que había
dado a luz una
niña saludable,
libre de genes
del mal de
Alzheimer. El
bebe, sin
embargo, casi
con seguridad no
escapará al
hecho de ver a
su madre enferma
y morir,
probablemente
antes de
conmemorar 10
años de edad.
Profesional de
la genética, la
madre tenía
perfecta
conciencia de
los daños que la
enfermedad
traería a su
cerebro y a su
familia. Su
padre había
muerto a los 42
años; la hermana
comenzó su
declive a los 38
años y falleció
cinco años
después; el
hermano sintió
que la memoria
comenzó a
fallarle a los
35. A los 33
años de edad,
sabía ella que
le era posible
tener un bebé
saludable.
Bastaría escoger
los genes sanos
en la selección
de óvulos y,
procediendo así,
los médicos
tendrían la
posibilidad de
implantar en su
útero embriones
libres de la
enfermedad,
valiéndose de la
técnica de la
fertilización in
Vitro. La
experiencia,
como se vio, fue
un éxito.
Divulgada la
noticia, vino a
discutirse una
pregunta
intrigante:
¿Obra
correctamente la
mujer que
embarazada,
segura de que su
hijo podrá
perderla aun en
la infancia?”
Para muchos,
como Nancy Gibbs,
en un artículo
publicado en la
revista Time, el
caso es más
ético que
científico.
A la luz del
Espiritismo, que
nos reveló con
claridad la
importancia del
proceso
reencarnatorio,
no se puede
condenar jamás
la gestación
responsable. La
venida de un
hijo al mundo
es, en estos
tiempos
difíciles en que
nadie quiere
hijos, algo que
sólo podemos
aplaudir.
Además, si el
Padre permite
que nazcan hijos
en experiencias
de esa
naturaleza, es
porque el hecho
no atenta contra
la ley natural,
sino al
contrario, se da
en consonancia
con ella.
Allan Kardec no
trato,
evidentemente
del asunto, del
mismo modo que
no trató el tema
de los
trasplantes.
Podemos, sin
embargo, afirmar
que los
Espíritus
Superiores,
decididamente
contrarios al
aborto, a la
eutanasia y a la
pena de muerte,
no son
contrarios a la
vida y al
notable
instrumento de
progreso que es
el proceso
reencarnatorio.
Como sabemos, la
encarnación es
indispensable al
progreso del ser
humano, y no se
da sólo por
castigo, como
defienden los
partidarios del
roustainguismo.
Conforme es
dicho claramente
en la cuestión
132 del El Libro
de los
Espíritus, la
finalidad de la
encarnación es
permitir a los
Espíritus que
progresen y, al
mismo tiempo,
que participen
de la obra de la
creación, razón
por la cual la
venida de un
niño al
escenario
terrestre sólo
puede recibir
aplausos, jamás
la condenación.
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