Constituye un
hábito al final
de cada año
desear a los
amigos y
familiares que
tengan en el año
que se aproxima
un largo periodo
de paz y de
prosperidad.
A propósito del
asunto, hasta
una simpática
canción fue
concebida y es
cantada por
mucha gente, por
lo menos aquí en
Brasil: “Adiós,
año viejo, feliz
año nuevo. Que
todo se realice
en el año que va
a nacer… ¡mucho
dinero en el
bolsillo, salud
para dar y
vender!”
No huyendo a esa
regla, también
formulamos aquí
para nuestros
lectores y
amigos votos de
que el 2009 sea
realmente para
todos mucho
mejor de lo que
fue el año
recién
finalizado y,
sobre todo,
repleto de paz y
prosperidad.
Nos cabe, sin
embargo, añadir
una explicación
con respecto al
vocablo
prosperidad, que
no es utilizado
aquí en el
sentido usual,
si no en el
sentido
verdadero por el
cual ese vocablo
debe ser
entendido, en
base de lo que
aprendemos con
la Doctrina
Espírita.
Prosperidad es
algo que viene
de la
consecución del
programa que
traemos para la
presente
existencia.
Como pocos
ignoran, no
siempre
realizamos en el
plano terrestre
lo que fue
programado antes
de nuestro
sumergimiento en
la carne. Es por
eso que,
conforme observó
Herculano Pires,
muchas
existencias en
la Tierra
componen lo que
él llamó como
círculo vicioso
de la
reencarnación.
Nos dice el
nostálgico
compañero que el
desenvolvimiento
del ser humano
no es continúo,
sino
discontinúo. En
cada experiencia
reencarnatoria
el individuo
desenvuelve
ciertas
potencialidades,
pero la ley de
la inercia puede
retenerlo en una
posición
determinada por
los límites de
la propia
cultura en que
se desarrolló.
Con la muerte
del cuerpo
físico, el
vuelve al mundo
espiritual, sus
percepciones se
amplían y, en
poco, comprende
que su
perfectibilidad
no tiene
límites. Al
volver a una
nueva
existencia,
puede recomenzar
con más
eficiencia el
desenvolvimiento
de su
perfectibilidad.
Pero, si no
recibe en esa
fase
reencarnatoria
los estímulos
adecuados, podrá
nuevamente
sentirse preso a
la condición de
la existencia
anterior y
estacionar en
una repetición
de estadio. Es a
eso, a esa
repetición, que
Herculano dio el
nombre de
círculo vicioso
de la
reencarnación.
La teoría fue
expuesta en su
libro
Pedagogía
Espírita,
pero ha sido
comprobada por
varios autores,
como André Luiz
demostró en el
libro Sexo y
Destino,
obra
psicografiada
por Chico
Xavier,
publicada en el
año 1963.
Conforme es
relatado por
André, en 82
años de
existencia del
instituto “Almas
Hermanas”, una
institución
educacional
existente en el
Plano
Espiritual, de
cada 100 alumnos
desencarnados
necesitados de
reeducación
sexual que
procuraron
aplicar en la
existencia
corpórea las
enseñanzas
recogidas en el
Instituto, 34
fracasaron,
volviendo a la
vida espiritual
sobrecargados
con nuevas
deudas, 26
mejoraron
ligeramente,
aunque
imperfectamente,
22 registraron
alguna mejora y
18, solamente
dieciocho
vencieron en los
compromisos de
la
reencarnación.
Los desafíos de
la existencia
corpórea no son,
como es fácil
observar, algo
que se vence
fácilmente. Para
obtener victoria
en esa lucha, es
preciso
dedicación,
oración,
vigilancia y una
búsqueda
permanente de la
meta a ser
alcanzada, que
es la
perfección, un
objetivo posible
y, según Jesús,
factible, pues
como todos
sabemos, fue el
Maestro de
Nazaret quien
afirmó:
“Vosotros sois
dioses; todo lo
que hago podréis
hacer también y
mucho más”.
La prosperidad
que auguramos a
nuestros amigos
no es, por
tanto, la
ganancia
pecuniaria, la
simple mejoría
de las
condiciones de
vida, sino la
victoria real
del individuo en
esa búsqueda
incesante que
debe ser la
razón principal
de nuestra vida.
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