Hay muchas
personas, aún en
nuestro medio,
que no
entendieron aún
lo que Allan
Kardec dijo
cierta vez sobre
la propuesta
espírita cuando,
en respuesta a
un lector de
Bordeaux,
explicó que el
Espiritismo no
se dirige a
aquellos que
tienen una fe
religiosa
cualquiera, con
la intención de
desviarlos, pero
sí a la numerosa
categoría de los
inseguros y de
los incrédulos (Revue
Spirite de 1863,
pp. 17 a 20).
El ímpetu
proselitista se
revela, a veces,
en acciones
aparentemente
inocentes pero
que hieren
profundamente lo
que el
Codificador nos
enseñó.
Ya vimos en
determinada
institución
personas
defendiendo el
acceso a la sopa
dada a los
socialmente
necesitados sin,
antes de eso, la
persona oír la
conferencia
espírita o
recibir el pase
magnético,
violentando así
las convicciones
que tales
personas tienen,
ya que el hecho
de necesitar del
auxilio material
no significa que
sean
indiferentes a
esa o a aquella
religión.
Invitarlas a la
conferencia y
ofrecerles el
recurso del pase
magnético, he
ahí actitudes
que no ofenden a
nadie, pero
subordinar la
ayuda a la
aceptación de
tales
invitaciones es
algo que no
puede ser
aprobado por los
que estudiaron y
asimilaron la
propuesta
espírita.
Hay, aún, en
nuestro medio,
los llamados
espíritas
exaltados, a que
Kardec se
refiere en el
ítem 28 de El
Libro de los
Médiums.
Crédulos por
naturaleza,
aceptan
fácilmente y sin
reflexión todo
lo que provienen
del plano
espiritual.
Exagerados en su
creencia,
revelan una
confianza ciega
y a veces pueril
en las cosas del
mundo invisible.
Son ellos, por
lo tanto, los
menos indicados
para convencer,
lo que no impide
que quieran, a
cada momento,
ejercitar su
ímpetu
proselitista y
convertir a todo
el mundo.
El tema tiene,
también, una
repercusión bien
grande en la
forma como se
realiza la
divulgación de
la Doctrina, sea
en la tribuna,
sea por la
prensa.
En los sectores
más avanzados de
la comunicación
social espírita
se entiende que
el discurso
espírita debe
ser doctrinario,
pero jamás
adoctrinante. El
lenguaje
adoctrinante,
impositivo y a
veces
intolerante,
propia de
ciertos medios
religiosos, no
concuerda con la
metodología
espírita.
Si vamos a
tratar, digamos,
de una adicción
cualquiera, como
por ejemplo el
alcoholismo,
busquemos
exponer sus
maleficios
evidentes a la
salud, a la
familia y a la
sociedad, pero
evitemos
condenar,
maldecir,
endemoniar a los
que aún beben.
Los individuos
deben ser
siempre
respetados, no
sólo en lo
tocante a lo que
hacen, sino
también en
aquello en que
creen, en las
creencias a que
se adhieren.
Es preciso,
pues,
concienciarnos
de que el
Espiritismo no
surgió en el
mundo para
quitar adeptos
de ninguna
denominación
religiosa, más
vino, sí, para
los que dudan y
para aquellos
que, adoptando
alguna religión,
en ella no se
encuentran
satisfechos.
La divulgación
que hacemos de
la Doctrina
Espírita por la
red mundial de
ordenadores es
abierta y
dirigida a todo
el mundo, pero
sabemos que sólo
van a acceder a
las webs
espíritas los
que decidan
hacerlo, sin que
nadie los
obligue, movidos
únicamente por
el deseo de
conocer algo que
consiga
responder a la
muchas
inquietudes que
pueden existir
en el mundo
íntimo de esa o
de aquella
persona.
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