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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 116 – 19 de Julio del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El girasol
 

Narciso, un chico muy mimado, vivía siempre creando problemas con los compañeros. Él no aceptaba ser contrariado. Su voluntad tenía siempre que prevalecer. Y, cuando eso ocurría, se cerraba, irritado, y no hablaba con nadie.

Se aproximaba la primavera, estación de las flores. En un lindo día de sol, la profesora llevó a sus alumnos hasta un jardín, en el fondo de la escuela.

— Como vosotros sabéis, el invierno está terminando e inmediatamente la primavera va a llegar. Por eso, hoy vamos a tener un aula práctica de jardines. Ya aprendisteis en clase lo que las plantas necesitan para germinar, desarrollarse y dar flores o frutos. Entonces, vosotros vais a plantar ahora las semillas o cambiar las que trajisteis de casa.

Los alumnos, animados, fueron retirando de las bolsas lo que habían traído para plantar. Cada uno de ellos escogió una especie diferente de flor. Un alumno decía, orgulloso:

— Profesora, traje algunas semillas de once-horas. Mamá dijo que ellas se arrastran con facilidad y dan lindas flores.

— Muy bien, Zezinho.

— Yo traje una cambia de hortensia, profesora — dije Ricardo.

— ¡Y yo, una maceta de planta para adornar y perfumar nuestro jardín! — afirmó Bentinho. Y así, cada uno de ellos mostraba lo que había traído de casa: rosas, crisantemos, petunias, violetas, margaritas y muy más.

Narciso, que recordó en la última hora la necesidad de llevar una planta para la escuela, al salir de casa arrancó la primera que encontró.

Al observar lo que los compañeros trajeron, se sintió disminuido al ver que había plantas mucho más bonitas que la suya.

Viendo que sólo él se mantenía callado, la profesora preguntó:

 — Narciso,  ¿que trajiste tú?

Avergonzado, él respondió, mostrando la planta, cuyas hojas caídas parecían marchitas: — No sé el nombre de esa planta, profesora.

— ¿Alguien lo sabe? — ella indagó a los demás. Rafael, un chico muy despierto e inteligente, el cual no le gustaba a Narciso, respondió:

— ¡Yo lo sé, profesora! Es una mimosa o sensitiva. Ella se encoge toda al ser tocada, por eso está así.

Uno de los niños comentó en tono de juego:

 —  Narciso tiene nombre de flor, pero se asemeja más a la sensitiva: ¡nadie puede aproximarse a él! Los demás cedieron a la risa. Sintiéndose humillado ante el conocimiento del otro y el juego del compañero, Narciso replicó, irritado:

— ¿Y tú, Rafael, trajiste esa enorme flor amarilla para aparentar, no es? Rafael, que realmente había traído una maceta ya con una linda flor, extrañó la reacción del compañero. Miró para él, pensó un poco y respondió tranquilo:

— Estás engañado, Narciso. Escogí el girasol porque es una planta que encuentro bonita y admiro mucho. No sé si tú lo notaste, pero él siempre, donde esté, busca el sol. Hay gente que busca la oscuridad, pero yo, como el girasol, deseo buscar la luz. 

Narciso bajó la cabeza. Tal vez la respuesta estuviera en esa frase, pensó. Rafael siempre estaba cercado de amigos, y él siempre solo. No gustaba a nadie. Sintió que necesitaba cambiar su comportamiento si quería hacer amigos.

Aquella mañana los alumnos quedaron en el jardín entretenidos con las plantas. Al tocar la señal, cada uno tomó su rumbo.

En el trayecto para casa, Narciso notó a Rafael que, un poco atrás, iba para el mismo lado.

Paró y esperó. Rafael se aproximó de él y pasó a acompañarlo.

— Narciso, yo sé que a ti no te gusto, pero quiero ser tu amigo. Si yo hice algo que te disgustó, te pido disculpas. Nunca tuve la intención de molestarte.

El otro, mirando para el compañero, notó tanta sinceridad en su actitud, que se desarmó: — No, Rafael, tú nunca me hiciste nada. La culpa es mía. Yo es que soy un antipático.

Por primera vez, sintió necesidad de ser verdadero, humildemente reconociendo sus errores. Intercambiaron una sonrisa y, a partir de ahí, pasaron a hablar, hablando sobre la escuela, fútbol y de lo que a cada uno más le gustaba.

En aquel pequeño trayecto, aprendieron a conocerse mejor y Narciso empezó a estimar a Rafael. Parecían viejos amigos. Al llegar a casa, lo invitó para entrar y conocer a su madre, y el otro aceptó, satisfecho.

Llegando a la cocina, Narciso presentó al compañero: — Mamá, este es mi amigo Rafael. ¡Como él, yo también quiero ser como un girasol!
 

                                                                      Tía Célia 

 

 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita