Narciso, un chico muy
mimado, vivía siempre
creando problemas con
los compañeros. Él no
aceptaba ser
contrariado. Su voluntad
tenía siempre que
prevalecer. Y, cuando
eso ocurría, se cerraba,
irritado, y no hablaba
con nadie.
Se aproximaba la
primavera, estación de
las flores. En un lindo
día de sol, la profesora
llevó a sus alumnos
hasta un jardín, en el
fondo de la escuela.
— Como vosotros sabéis,
el invierno está
terminando e
inmediatamente la
primavera va a llegar.
Por eso, hoy vamos a
tener un aula práctica
de jardines. Ya
aprendisteis en clase lo
que las plantas
necesitan para germinar,
desarrollarse y dar
flores o frutos.
Entonces, vosotros vais
a plantar ahora las
semillas o cambiar las
que trajisteis de casa.
Los alumnos, animados,
fueron retirando de las
bolsas lo que habían
traído para plantar.
Cada uno de ellos
escogió una especie
diferente de flor. Un
alumno decía, orgulloso:
— Profesora, traje
algunas semillas de
once-horas. Mamá dijo
que ellas se arrastran
con facilidad y dan
lindas flores.
— Muy bien, Zezinho.
— Yo traje una cambia de
hortensia, profesora —
dije Ricardo.
— ¡Y yo, una maceta de
planta para adornar y
perfumar nuestro jardín!
— afirmó Bentinho. Y
así, cada uno de ellos
mostraba lo que había
traído de casa: rosas,
crisantemos, petunias,
violetas, margaritas y
muy más.
Narciso, que recordó en
la última hora la
necesidad de llevar una
planta para la escuela,
al salir de casa arrancó
la primera que encontró.
Al observar lo que los
compañeros trajeron, se
sintió disminuido al ver
que había plantas mucho
más bonitas que la suya.
Viendo que sólo él se
mantenía callado, la
profesora preguntó:
— Narciso, ¿que
trajiste tú?
Avergonzado, él
respondió, mostrando la
planta, cuyas hojas
caídas parecían
marchitas: — No sé el
nombre de esa planta,
profesora.
— ¿Alguien lo sabe? —
ella indagó a los demás.
Rafael, un chico muy
despierto e inteligente,
el cual no le gustaba a
Narciso, respondió:
— ¡Yo lo sé, profesora!
Es una mimosa o
sensitiva. Ella se
encoge toda al ser
tocada, por eso está
así.
Uno de los niños comentó
en tono de juego:
— Narciso tiene nombre
de flor, pero se asemeja
más a la sensitiva:
¡nadie puede aproximarse
a él! Los demás cedieron
a la risa. Sintiéndose
humillado ante el
conocimiento del otro y
el juego del compañero,
Narciso replicó,
irritado:
— ¿Y tú, Rafael,
trajiste esa enorme flor
amarilla para aparentar,
no es? Rafael, que
realmente había traído
una maceta ya con una
linda flor, extrañó la
reacción del compañero.
Miró para él, pensó un
poco y respondió
tranquilo:
— Estás engañado,
Narciso. Escogí el
girasol porque es una
planta que encuentro
bonita y admiro mucho.
No sé si tú lo notaste,
pero él siempre, donde
esté, busca el sol. Hay
gente que busca la
oscuridad, pero yo, como
el girasol, deseo buscar
la luz.
Narciso bajó la cabeza.
Tal vez la respuesta
estuviera en esa frase,
pensó. Rafael siempre
estaba cercado de
amigos, y él siempre
solo. No gustaba a
nadie. Sintió que
necesitaba cambiar su
comportamiento si quería
hacer amigos.
Aquella mañana los
alumnos quedaron en el
jardín entretenidos con
las plantas. Al tocar la
señal, cada uno tomó su
rumbo.
En el trayecto para
casa, Narciso notó a
Rafael que, un poco
atrás, iba para el mismo
lado.
Paró y esperó. Rafael se
aproximó de él y pasó a
acompañarlo.
— Narciso, yo sé que a
ti no te gusto, pero
quiero ser tu amigo. Si
yo hice algo que te
disgustó, te pido
disculpas.
Nunca tuve la intención
de molestarte.
El otro, mirando para el
compañero, notó tanta
sinceridad en su
actitud, que se desarmó:
— No, Rafael, tú nunca
me hiciste nada. La
culpa es mía. Yo es que
soy un antipático.
Por primera vez, sintió
necesidad de ser
verdadero, humildemente
reconociendo sus
errores. Intercambiaron
una sonrisa y, a partir
de ahí, pasaron a
hablar, hablando sobre
la escuela, fútbol y de
lo que a cada uno más le
gustaba.
En aquel pequeño
trayecto, aprendieron a
conocerse mejor y
Narciso empezó a estimar
a Rafael. Parecían
viejos amigos. Al llegar
a casa, lo invitó para
entrar y conocer a su
madre, y el otro aceptó,
satisfecho.
Llegando a la cocina,
Narciso presentó al
compañero: — Mamá, este
es mi amigo Rafael.
¡Como él, yo también
quiero ser como un
girasol!
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