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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 129 – 18 de Octubre del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La regla colorida


 

Maria Rita cursaba secundaria en la escuela de su barrio.

Como su padre tenía dinero, ella siempre llevaba a la escuela cosas diferentes, dejando a los otros alumnos llenos de admiración y envidia.

Ese día, María Rita revolvió la mochila buscando su regla nueva. Sentado en la cartera a su lado, Leandro, un niño pobre, observaba sin decir nada.

Llena de irritación, Maria Rita lo acusó, apuntando con el dedo:

— ¡Fue él, profesora! ¡Fue él quien robó mi regla nueva!

El niño sorprendido, la miraba con los grandes ojos abiertos.

La profesora paró de escribir en la pizarra y advirtió a la niña:

— ¿Cómo puedes decir una cosa de esas, Maria Rita?

Golpeando con el pie en el suelo, la niña afirmaba, segura:

— Tengo la seguridad, profesora. ¡Aun ayer lo sorprendí admirando mi regla!

El niño confirmó, tranquilo:

— Es verdad, profesora, me gustaba ver la bonita regla colorida de Maria Rita. Pero no la cogí.

La profesora miró para la alumna aconsejando:

— No debemos juzgar a nadie, Maria Rita, aún más cuando    no   tenemos   pruebas   de  aquello  que 

afirmamos. Tú puede haber dejado la regla en casa.

La niña, sin embargo, continuaba obstinada.

— No. Fue Leandro sí, tengo seguridad. En la hora del recreo fue el último en salir de la clase y aprovechó el momento para robarme. ¡Quiero mi regla! ¡Quiero mi regla!...   

La confusión se estableció dentro de la sala y los otros alumnos tomaban partido de ese o de aquel lado. No valieron consejos y advertencias, sugerencias y cuidados.

Para restablecer el orden, la profesora decidió examinar las cosas del chico que, muy humillado, pero confiado, se sometió.

Nada encontró. Pero, como la niña continuara exigiendo la devolución de su pertenencia, resolvió encaminar ambos para la dirección de la escuela.

En breve la calma volvió a la sala de clase, después de la salida de los dos protagonistas.

Al día siguiente, Leandro no fue a la escuela. Dos días después él volvió pálido y abatido. Aunque nada hubieran encontrado en su poder, la acusación le había dejado marcas profundas y el niño había caído en cama, con fiebre.

Una semana después, Maria Rita llegó a la escuela  acompañada  de  su  madre,  que hubo

quedado profundamente avergonzada del comportamiento de la hija al saber del triste episodio. Con la cabeza baja, Maria Rita permanecía callada. Su madre miró a toda la clase y explicó:

— Mi hija tiene algo que decir a todos. ¿No es verdad, Maria Rita?

La chica, colorada de vergüenza, balbuceó:

— Quiero contar a vosotros que yo encontré mi regla.

Un murmullo apagado agitó la clase. Leandro sonrió, respirando aliviado. La niña continuó:

— Aquel día, al arreglar mis cosas no noté que la regla había caído en un rincón, entre el armario y el escritorio. Solamente hoy la criada, haciendo la limpieza, la encontró.

Hizo una pausa y, aproximándose a Leandro, dijo:

— ¿Podrás perdonarme la acusación injusta? ¡Estoy tan

avergonzada! Prometo que eso nunca más va a ocurrir. Aprendí ahora que no debemos juzgar para no ser juzgados.

El niño, sonriente y aliviado, abrazó a la compañera afirmando:

— Nada tengo que perdonar, Maria Rita. Lo importante es que tú encontraste la regla y todo quedó aclarado.

La niña sonrió, agradecida por la generosidad del compañero, y, cogiendo la regla de la mochila, consideró:

— Sé que nada puede borrar el mal que te causé. Sin embargo, me gustaría que aceptaras este recuerdo, pues sé cuánto la aprecias.

Encantado, Leandro cogió la bonita regla coloreada, lleno de satisfacción, mientras la clase toda aplaudía, satisfecha con la solución del caso.


 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita