Carlitos era un niño que
tenía pocos amigos.
¿Y saben por qué? Porque
trataba mal a todas las
personas. Se hallaba
siempre con todos los
derechos y ningún deber
de nada.
En los juegos, trataba a
los amigos con grosería,
criticándolos
ásperamente por
cualquier error en el
juego.
En casa, maltrataba a la
madrecita respondiendo
sin educación y
protestando de todo lo
que ella hacía con la
mayor dedicación.
En la escuela, respondía
con rudeza a la
profesora, no
respetándola frente a
toda la clase.
Pero Carlitos, cuando se
trataba de él mismo, de
algo que alguien dijera
contra él, reaccionaba
con sensibilidad
exagerada.
Cuando los amigos, la
profesora o la madre
llamaban su atención por
alguna cosa que hubiera
hecho equivocado, él
quedaba inmediatamente
disgustado, agresivo. Y,
considerándose víctima,
quedaba mal con las
personas y no quería
hablarles más.
En virtud de ese
comportamiento, las
personas se apartaban de
él.
De esa forma, en poco
tiempo, Carlitos estaba
solo. No tenía más con
quién jugar o con quién
hablar.
No tenía compañeros para
el juego ni para paseos.
Un día, él estaba muy
triste sentado en el
sofá de la sala, y la
madre lo notó,
aproximándose cariñosa:
— Carlitos, ¡hace un día
tan bonito, mi hijo!
¿Por qué no vas a jugar?
El niño suspiró, y
respondió, con los
brazos apoyados en las
rodillas y las manos
cogiendo la cabeza:
— ¿Con quién? ¡Nadie
quiere jugar más
conmigo!
— Entonces, ve a pasear
un poco — sugirió la
madre.
Él movió la cabeza
desanimado,
respondiendo:
— Solo no tiene gracia.
La madre, apenada de la
situación del hijo, se
sentó a su lado. Con los
ojos húmedos de
lágrimas, él preguntó:
— ¿Por qué será, mamá,
que todos se alejaron de
mí? ¡Hasta la profesora
no habla más conmigo ni
pide que yo haga nada en
la clase!
La señora meditó por
algunos instantes y
respondió:
— Bien, creo que es
porque tú eres un niño
de cristal.
El chico miró a la
madre, sorprendido.
— ¿Niño de cristal?...
¿Como es eso?
— Carlitos, tu eres muy
sensible a las críticas
ajenas. Nadie puede
apuntar el más pequeño
error y tú te enfadas.
Como el cristal, se
quiebra con facilidad,
¿entendiste? Y, por otro
lado, no tienes el más
pequeño cuidado al
tratar a los otros y
herirlos con mucha
frecuencia.
— ¿Pero cuando los otros
cometen errores debemos
quedar callados? — se
justificó el niño.
— Jesús enseñó que no
debemos ver la paja en
el ojo de nuestro
hermano, cuando tenemos
en nuestro ojo una viga.
Esto quiere decir, mi
hijo, que necesitamos
ver primero nuestros
defectos y esforzarnos
para corregirlos. En
cuanto a los otros, no
es equivocado ver sus
faltas, sino es la
manera como hacemos eso.
Con cariño y respeto,
podemos hasta mostrarles
a ellos que están
equivocados, pero sin
molestar a nadie.
¿Comprendiste?
El chico quedó pensativo
durante algunos minutos
y después dijo,
pesaroso:
— Entendí, mamá. Sólo
que ahora ya no tengo
amigos.
La madre sonrió
comprensiva, afirmando:
— Cambia tu
comportamiento.
Muéstrales a ellos que
tú eres diferente y no
tardaran en notar tu
cambio. Ten paciencia y
da tiempo al tiempo.
— Entendí, mamá. Sólo
que ahora ya no tengo
amigos.
Carlitos así lo hizo. En
la escuela pasó a actuar
diferente, tratando bien
a la profesora y a los
propios compañeros que,
al principio lo miraron
entre sorprendidos y
desconfiados.
En el recreo, Carlitos
vio a los amigos jugando
con el balón y se
aproximó. Se quedó
sentado, observando
sólo. No pidió para
jugar ni quedó
criticando y protestando
como hacía antes. Sonría
sólo, animando a los
jugadores y aplaudiendo,
sonriente, cuando el gol
surgía.
El tercer día, los
amigos hablaron entre sí
en voz baja y, después
invitaron a Carlitos
para participar del
juego. Él aceptó,
satisfecho, agradeciendo
con una sonrisa, lo que
dejó boquiabiertos a los
compañeros que conocían
su comportamiento
anterior.
Cuando se equivocaba, él
pedía disculpas,
reconociendo el error.
No tardó mucho, ya lo
buscaban en casa para
jugar.
La madre preguntó, una
semana después:
— ¿Cómo van las cosas,
hijo mío?
Con una enorme sonrisa
estampada en la cara, él
respondió:
— Muy bien, mamá.
Gracias a Jesús y a ti,
todo volvió a ser como
antes. No soy un niño
más de cristal.
Tía Célia
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