A propósito del
tema muerte,
recordado el
último lunes
debido al día de
los Muertos, hay
quien persista
en la idea de
que nadie jamás
volvió para
decir si la vida
realmente
continúa.
Hecho curioso es
que los
cristianos creen
en eso y
demuestran su
creencia al
evocar a los
llamados
santos, que, en
verdad, son
personas como
nosotros que un
día pasaron por
aquí y volvieron
al mundo
espiritual, una
vez muertos sus
cuerpos. Esa
creencia no
tendría lógica
ninguna si la
vida cesara con
la muerte
corporal o si
los muertos no
pudieran venir
en nuestro
auxilio.
Los hechos, aun,
nos han mostrado
que el alma
sobrevive a la
muerte corpórea
y que, habiendo
permiso
superior,
pueden, sí,
comunicarse con
los llamados
vivos.
Los que
consiguen ese
permiso nos
traen noticias
del mundo
espiritual,
hablan del
trabajo que
realizan y de
las
preocupaciones
que los mueven,
además de
informarnos que
son muchas las
ocupaciones y
misiones que
desempeñan,
teniendo por
objetivo la
armonía del
Universo.
Los dicen ellos
que su ocupación
es continua,
pero nada tiene
de penosa, una
vez que no están
sujetos a la
fatiga ni a la
necesidades
propias de la
vida terrena.
Se engaña, por
lo tanto, quien
imagina que los
seres
desencarnados se
encuentran
descansando, sin
obligaciones y
deberes a
cumplir.
Desencarnados o
no, son ellos
incumbidos de
auxiliar el
progreso de la
Humanidad, de
los pueblos o de
los individuos,
dentro de un
círculo de ideas
más o menos
amplias, más o
menos
especiales,
cabiéndoles aún
velar por la
ejecución de
determinadas
cosas.
Algunos
desempeñan
misiones más
restringidas y,
de cierto modo,
personales o
enteramente
locales, como
asistir a los
enfermos, los
agonizantes, los
afligidos, velar
por aquellos de
quienes se
constituyeron
guías y
protectores,
dándoles
consejos o
inspirándoles
buenos
pensamientos.
Existen tantos
géneros de
misiones como
las especies de
intereses a
resguardar,
tanto en el
mundo físico
como en el
moral, y el
Espíritu se
adelanta
conforme la
manera por la
cual desempeña
su tarea.
En lo tocante al
mundo de los
encarnados, los
Espíritus se
ocupan con las
cosas que nos
dicen respeto de
conformidad con
el grado de
evolución en que
se hallan. Los
superiores sólo
se ocupan con lo
que sea útil al
progreso. Los
inferiores se
conectan más a
las cosas
materiales y de
ellas se ocupan.
La felicidad de
los Espíritus
bienaventurados
no consiste,
así, en la
ociosidad
contemplativa,
que sería una
eterna y
fastidiosa
inutilidad. Sus
atribuciones son
proporcionadas a
su grado
evolutivo, a las
luces que
poseen, a su
capacidad,
experiencia y al
grado de
confianza que
inspiran al
Supremo Creador.
Pero, al lado de
las grandes
misiones
confiadas a los
Espíritus
superiores,
existen otras de
peso relativo,
concedidas a
Espíritus de
todas las
categorías,
pudiendo
afirmarse que
cada uno tiene
la suya, de modo
que todos tienen
deberes a ayudar
al bien del
semejante y que
es, por lo
tanto,
equivocada la
conocida frase:
“Murió,
descansó”.
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