Lucas, un niño de siete
años, andaba siempre
mirando para el cielo,
admirando las estrellas
y soñando despierto.
Adoraba el espacio y le
gustaba imaginar que era
un astronauta. Siempre
que se reunía con
amiguitos, en su casa,
el juego más frecuente
era que estaban en una
nave
espacial, en viaje por
las galaxias. Inventaban dificultades,
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obstáculos y
problemas, que
ellos mismos
resolvían,
volviendo
siempre con
seguridad para
el planeta
Tierra. |
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Cuando a Lucas le
regalaron un traje de
astronauta, quedó
eufórico. Así no
conseguía hacer más
nada. Pasaba todo el
tiempo dentro de la
ropa, viviendo en su
mundo de fantasía.
En la escuela, tenía
dificultad en mantener
el pensamiento en el
aula.
Estaba siempre viajando.
Cierto día, él no
consiguió hacer los
deberes de casa, y la
profesora preguntó:
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— ¿Por qué no hiciste
las tareas, Lucas? |
Con la cabeza baja,
avergonzado por ser
reprendido frente a los
compañeros, él
respondió:
— Lo olvidé, profesora.
Daniel, un chico que
estaba siempre
jugueteando y haciendo
bromas acerca de todo,
sugirió:
— Va a ver que estaba
viajando por las
estrellas, profesora.
Todos rieron a
carcajadas.
— ¡Silencio! — ordenó la
profesora.
Después, mirando para el
bromista preguntó:
— ¿Por qué dijiste tú
eso, Daniel?
El niño, avergonzado,
respondió:
— Discúlpeme, profesora,
¡pero Lucas está siempre
jugando a viajes
espaciales!
— ¡Ah! ¿Entonces por eso
es por lo que tú no
hiciste las tareas,
Lucas?
— Es verdad, profesora.
Cuando juego no veo el
tiempo que pasa. Adoro
colocarme mi ropa de
astronauta e imaginar
que estoy en el espacio
en una misión.
— Entiendo. ¿Pero por
qué tanto interés? ¿Qué
esperas tú con eso?
Delante de la atención
de la profesora, Lucas
explicó:
— Tengo ganas de conocer
otros planetas, de
encontrar vida en otros
mundos, de conocer seres
diferentes. ¡Cuando
crezca, voy a estudiar
bastante y quiero ser un
astronauta!
La profesora, que lo
miraba seria, consideró:
— ¿Pero no sabes que
ahora, tú puedes
perjudicarte, y hasta
ser reprobado, si no
estudiaras? Además de
eso, Lucas, todo eso es
tontería. Hasta ahora
nadie probó que existe
vida en otros mundos.
Creo mejor olvidar esas
tonterías y tratar de
estudiar.
¡Vamos a la clase!
La profesora se volvió
para la pizarra,
escribiendo la materia
del día, y nadie más
habló del asunto.
Lucas, sin embargo,
estaba profundamente
molesto. Se sentía
humillado ante los
compañeros.
La profesora había
acabado con sus sueños,
con sus planes para el
futuro.
Triste y desilusionado,
con la cabeza baja,
Lucas volvió para casa.
Al verlo llegar
desanimado, la madre le
preguntó:
— ¡Hola, hijo mío! ¿Qué
pasó? Parece que tú
estés un poco triste.
Ven aquí, te sientas
cerca de la mamá y me
cuentas lo que ocurrió:
El chico relató lo
ocurrido en la sala de
aulas y, con lágrimas en
los ojos, quiso saber:
— Mamá, ¿es verdad que
no existe vida en otros
planetas?
La madrecita abrió los
ojos, sorprendida:
— ¿Cómo no, hijo mío? El
hecho de aún no haber
encontrado vida no
significa que no exista.
Los viajes espaciales
son hechos exactamente
para encontrar vestigios
de vida en otros mundos.
— Ah, ¿es verdad? Estoy
más tranquilo —
respondió el niño,
aliviado.
La madre pensó un poco,
y prosiguió:
— Además de eso, hijo
mío, juzgo que tu
profesora no conoce bien
el Evangelio de Jesús.
Y, delante del chico
maravillado, la madre
explicó:
— Cuando Jesús dijo: Hay
muchas moradas en la
Casa de mi Padre, habló
exactamente sobre ese
asunto. ¿Cuál es la Casa
del Padre, Lucas?
— ¡Aprendí que es todo
lo que existe!
— Exacto, hijo mío.
Entonces, la Casa de
Dios, nuestro Padre, es
el Universo, con todo lo
que él contiene: el Sol,
la Luna, las Estrellas,
los Planetas y todo lo
más. ¿Tú crees que el
Creador, que es la
sabiduría suprema,
crearía todo eso para
nada? Por ejemplo, ¿tú
crearías una ciudad para
colocar vida inteligente
sólo en una pequeña
barraca, de un barrio
muy distante?
— ¡Claro que no, mamá!
— Entonces, Lucas,
nuestro Padre Celeste
tampoco no haría eso.
Aun preocupado, el niño
replicó:
— Entonces, ¿por qué
hasta ahora no fue
encontrada vida en otros
mundos, mamá?
La madre pensó un poco y
concluyó:
— Tal vez aún sea
pronto, hijo mío. La
cantidad de planetas que
existe en el Universo es
inmensa, lo que hace la
búsqueda más difícil.
Ocurre también, que
nuestros aparatos y
naves no son equipados
de manera a realizar esa
hazaña, por el momento.
Además de eso, con
la violencia que existe
en nuestra sociedad, las
guerras, que son fruto
del orgullo, del egoísmo
y de la ambición de los
hombres, ¿qué crees que
iba a ocurrir si Dios
permitiera que el ser
humano desembarcara en
un otro planeta?
—
¡Llevaría peleas para
allí! – respondió el
chico.
— Eso mismo, hijo mío.
Llevaría confusión,
desorden, agresividad,
violencia, y mucho más.
Todo lo que existe aquí
en nuestro mundo. Y eso
Dios no puede
permitirlo.
Lucas quedó callado,
reflexionando en lo que
la madre le había dicho.
Viendo al hijo
pensativo, la madre
concluyó:
— Pero no pierdas la
esperanza, hijo mío.
Confía en Dios. Todo eso
va a cambiar. En el
futuro, cuando el hombre
sea mejor, cuando
consiguiera vivir en paz
con sus hermanos, cuando
sepa respetarse a sí
mismo, a su semejante y
a la propia naturaleza,
Dios permitirá que
realice su deseo y
encuentre vida en otros
mundos. Hasta entonces,
no dejes de soñar, pero
prepárate y estudia
bastante.
Lucas se llenó de
alegría y de renovadas
esperanzas ante las
palabras de la madrecita
y continuó mirando para
el espacio infinito,
admirando las estrellas
y soñando con el día en
que sería un astronauta,
para llevar la paz a
otros
planetas.
Tía Célia
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