Los ojos de botón azul,
salidos; cabellos rubios
hechos con lana
amarilla, divididos en
dos trenzas amarradas
con cinta de seda roja y
boca en forma de
corazón, así era la
muñeca Catita, que vivía
despreciada por su
dueña.
¿Y saben por qué?
Porque Lucinha miraba de
lejos a las niñas
jugueteando con bellas
muñecas, nuevas y
relucientes, bien
vestidas y peinadas con
lindos caracoles, que
hasta hablaban, y se
sentía llena
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de envidia. |
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Le gustaría también ser
rica como los otros
niños y poder tener todo
lo que siempre soñó.
Especialmente una enorme
y linda muñeca nueva
envuelta en papel.
Por eso, Lucinha estaba
siempre irritada y
descontenta, protestando
de la vida. Su madre la
reprendía con dulzura
diciendo:
— Lucinha, hija mía,
tenemos que conformarnos
con la vida que Dios nos
dio. Somos pobres, es
verdad, sin embargo nada
nos falta. ¡Tú tienes
hasta una linda muñeca!
— ¡Vieja y fea! ¡Esto es
lo que ella es! —
respondió la chica,
insatisfecha.
— No veo las cosas de
esa forma — insistía la
madre cariñosa. — Catita
ha sido tu compañera de
juegos hace muchos años
y eso es importante.
Está siendo ingrata con
ella, hija mía.
— ¡Pues no quiero más
esa muñeca horrorosa! —
gritó Lucinha, rebelde.
— Hija mía, no podemos
darte otra muñeca. Si no
deseas más esta, no
tendrás otra. Piensa
bien.
Llena de rabia, Lucinha
tiró a la pobre muñeca
al suelo, y lo hizo con
tamaña fuerza, que el
paño que recubría el
cuerpo del juguete se
rasgó, y el relleno de
serrín se esparció por
el suelo.
No contenta con lo que
había hecho, decidida y
sin tener piedad,
Lucinha se aproximó a la
muñeca toda descoyuntada
y, agachándose, la cogió
del suelo y la tiró en
la cubeta de la basura.
Algún tiempo después,
Lucinha ya estaba
arrepentida de lo que
había hecho. Estaba
triste. Echaba en falta
a la muñequita. No sabía
cómo jugar a las casitas
sin una muñeca.
Había pedido otra, había
insistido, había
golpeado con el pie en
el suelo, había llorado,
pero los padres fueron
insensibles a los
ruegos, afirmando
siempre:
— No tenemos dinero para
comprar otra muñeca.
Cierto día, jugueteando
en la calzada, Lucinha
vio a una niña vestida
muy pobremente
aproximarse risueña.
Traía un envoltorio en
el brazo que parecía un
bebé.
Llegando más cerca, la
pequeña se dirigió a
Lucinha, diciendo:
— Vine a darte las
gracias. Siempre quise
tener una muñeca y nunca
pude, pues somos muy
pobres. Un día, pasando
por la acera de enfrente
a esta casa, vi una
muñequita tirada en la
basura.
La cogí, agradeciendo a
Jesús el regalo que me
mandaba. ¡La llevé para
casa, mamá la lavó, le
colocó otro relleno,
hizo un vestido nuevo y
mira como está ella de
bonita!
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Diciendo eso, con una
sonrisa satisfecha en el
rostro, la niña quitó el
paño que cubría el
envoltorio a guisa de
manta, y Lucinha,
emocionada, pudo ver
nuevamente a su querida
Catita, toda bonita y
completamente diferente.
No se parecía más a
aquella muñequita vieja
y sucia que había tirado
a la basura.
Comprendió finalmente,
viendo el cariño y la
atención que la niña
daba a Catita, lo que
había perdido. Percibía
tardíamente que aquello
que ella había rechazado
había hecho la alegría
de alguien
que poseía menos que
ella. Que ella, Lucinha,
había poseído un tesoro
que no había sabido
valorar. Fue preciso no
tenerlo más y verlo en
los brazos de otro
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niño para
sentir lo
que había
perdido. |
Al acostarse, contó a la
madre lo que había
ocurrido y ella, después
de meditar algunos
segundos, respondió:
— Es así, hija mía. A
veces no notamos como
somos felices a no ser
cuando perdemos algo
precioso. Tú perdiste
sólo una muñeca. Pero
tenemos muchos otros
bienes preciosos a los
que no damos valor:
nuestra familia, la casa
que nos cobija, la paz
que disfrutamos, el amor
que nos cerca...
Lucinha comprendió la
extensión de la lección
que recibió en aquel día
y concordó:
— Tienes razón, mamá.
Voy a valorar mejor todo
lo que tenemos. Y,
pensando bien, Catita
está en buenas manos y
recibirá todo el cariño
que merece.
Y antes de dormir, aquel
día, Lucinha agradeció a
Jesús las bendiciones
que le hubo dado y la
familia amorosa que la
rodeaba de afecto.
Tía Célia
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