WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual
Capa desta edição
Edições Anteriores
Adicionar
aos Favoritos
Defina como sua Página Inicial
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco
 
 
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 137 13 de Diciembre del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 


La muñeca despreciada
 
 

Los ojos de botón azul, salidos; cabellos rubios hechos con lana amarilla, divididos en dos trenzas amarradas con cinta de seda roja y boca en forma de corazón, así era la muñeca Catita, que vivía despreciada por su dueña.

¿Y saben por qué?

Porque Lucinha miraba de lejos a las niñas jugueteando con bellas muñecas, nuevas y relucientes, bien vestidas y peinadas con lindos caracoles, que hasta hablaban, y  se  sentía  llena

de envidia.  

Le gustaría también ser rica como los otros niños y poder tener todo lo que siempre soñó. Especialmente una enorme y linda muñeca nueva envuelta en papel.

Por eso, Lucinha estaba siempre irritada y descontenta, protestando de la vida. Su madre la reprendía con dulzura diciendo:

— Lucinha, hija mía, tenemos que conformarnos con la vida que Dios nos dio. Somos pobres, es verdad, sin embargo nada nos falta. ¡Tú tienes hasta una linda muñeca!

— ¡Vieja y fea! ¡Esto es lo que ella es! — respondió la chica, insatisfecha.

— No veo las cosas de esa forma — insistía la madre cariñosa. — Catita ha sido tu compañera de juegos hace muchos años y eso es importante. Está siendo ingrata con ella, hija mía.

— ¡Pues no quiero más esa muñeca horrorosa! — gritó Lucinha, rebelde.

— Hija mía, no podemos darte otra muñeca. Si no deseas más esta, no tendrás otra. Piensa bien.

Llena de rabia, Lucinha tiró a la pobre muñeca al suelo, y lo hizo con tamaña fuerza, que el paño que recubría el cuerpo del juguete se rasgó, y el relleno de serrín se esparció por el suelo.

No contenta con lo que había hecho, decidida y sin tener piedad, Lucinha se aproximó a la muñeca toda descoyuntada y, agachándose, la cogió del suelo y la tiró en la cubeta de la basura.

Algún tiempo después, Lucinha ya estaba arrepentida de lo que había hecho. Estaba triste. Echaba en falta a la muñequita. No sabía cómo jugar a las casitas sin una muñeca.

Había pedido otra, había insistido, había golpeado con el pie en el suelo, había llorado, pero los padres fueron insensibles a los ruegos, afirmando siempre:

— No tenemos dinero para comprar otra muñeca.

Cierto día, jugueteando en la calzada, Lucinha vio a una niña vestida muy pobremente aproximarse risueña. Traía un envoltorio en el brazo que parecía un bebé.  

Llegando más cerca, la pequeña se dirigió a Lucinha, diciendo:

— Vine a darte las gracias. Siempre quise tener una muñeca y nunca pude, pues somos muy pobres. Un día, pasando por la acera de enfrente a esta casa, vi una muñequita tirada en la basura. La cogí, agradeciendo a Jesús el regalo que me mandaba. ¡La llevé para casa, mamá la lavó, le colocó otro relleno, hizo un vestido nuevo y mira como está ella de bonita!

Diciendo eso, con una sonrisa satisfecha en el rostro, la niña quitó el paño que cubría el envoltorio a guisa de manta, y Lucinha, emocionada, pudo ver nuevamente a su querida Catita, toda bonita y completamente diferente. No se parecía más a aquella muñequita vieja y sucia que había tirado a la basura.

Comprendió finalmente, viendo el cariño y la atención que la niña daba a Catita, lo que había perdido. Percibía tardíamente que aquello que ella había rechazado había hecho la alegría de alguien que poseía menos que ella. Que ella, Lucinha, había poseído un tesoro que no había sabido valorar. Fue preciso no tenerlo más y verlo en los  brazos de otro

niño para sentir lo que había perdido.

Al acostarse, contó a la madre lo que había ocurrido y ella, después de meditar algunos segundos, respondió:

— Es así, hija mía. A veces no notamos como somos felices a no ser cuando perdemos algo precioso. Tú  perdiste sólo una muñeca. Pero tenemos muchos otros bienes preciosos a los que no damos valor: nuestra familia, la casa que nos cobija, la paz que disfrutamos, el amor que nos cerca...

Lucinha comprendió la extensión de la lección que recibió en aquel día y concordó:

— Tienes razón, mamá. Voy a valorar mejor todo lo que tenemos. Y, pensando bien, Catita está en buenas manos y recibirá todo el cariño que merece.

Y antes de dormir, aquel día, Lucinha agradeció a Jesús las bendiciones que le hubo dado y la familia amorosa que la rodeaba de afecto.

                                                                 
 
                                                                   Tía Célia 


 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita