A camino de la escuela,
llevada de la mano por
la madre, Carla se
sentía irritada y
descontenta.
¿Por qué tenía que
estudiar? Su padre no
había estudiado y
ciertamente no lo echaba
en falta. Trabajaba como
albañil y construía
lindas casas.
¡No es justo! – pensaba
la niña. ¡Sólo yo estoy
obligada a ir a la
escuela!
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Pasando por una granja,
Carla vio a una gallina
picoteando en el terreno
y dijo:
— Aquella gallina es
feliz, mamá. No necesita
estudiar y no hacer
nada.
— ¿Cómo no?
— dijo la
madre. —
Aquella gallina trabaja
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poniendo los
huevos que serán
usados en la
alimentación de
la familia. |
Más adelante, la niña
vio una vaca pastando
tranquilamente teniendo
un becerrito a su lado.
Suspiró, protestando:
— La vaca no necesita
trabajar ni ir a la
escuela, mamá. ¡Debe ser
muy feliz!
— Pero la vaca colabora
dando la leche que será
servida a los niños,
hija mía.
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Pasando por un jardín,
Carla vio a una abejita
que vino volando,
volando... y se posó
sobre una flor.
— Aquella abejita no
hace nada. Pasea todo el
tiempo. ¡Es lo que a mí
también me gustaría
hacer!
La madre, paciente,
aclaró:
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— Te engañas, mi hija.
Las abejas que vuelan
por los campos y
jardines están
trabajando, realizando
su tarea. Ellas cogen de
las flores el néctar con
que producirán la miel
tan sabrosa y útil para
la salud, y que a ti te
gusta tanto.
Carla se sentía
desalentada.
— ¿Quieres decir que
todos trabajan?
— Sí, hija mía. En la
naturaleza, todos los
seres vivos colaboran
ejecutando sus tareas.
Irritada, la niña
replicó:
— Sin embargo, nadie
necesita ir a la
escuela. Mi padre no
estudió y gana dinero
con su trabajo de
albañil.
La señora miró a la hija
con cariño y respondió:
— ¡Ah, hija mía! Tú no
sabes lo mucho que tu
padre lamenta no haber
estudiado. Cuando niño,
el padre vivía en una
hacienda que no tenía
escuela; después, la
familia se cambió para
la ciudad, pero su
abuelo, padre de él, no
podía pagar una escuela
para los hijos. Por eso,
tú padre, que siempre
soñó ser ingeniero, no
pudo estudiar. Hoy, como
albañil, construye
casas, pero no es lo que
él soñaba hacer. Quería
planear construcciones,
hacer plantas colocando
en el papel su
creatividad. Ahora, él
sólo obedece a las
órdenes que le son
dadas. Tu padre no
protesta ni es ingrato
con Dios, pues con su
trabajo gana lo
suficiente para mantener
a nuestra familia. Sin
embargo, si hubiera
podido escoger, él
habría estudiado.
Carla quedó callada,
pensativa. Después,
cuando llegaron cerca
del portón de la
escuela, se despidió de
la madre, diciendo:
— Nunca más voy a
protestar, mamá. Entendí
que todos hacen alguna
cosa y que yo también
tengo que hacer.
Necesito estudiar para
tener un futuro mejor.
Madre e hija se
abrazaron y Carla caminó
sonriente, junto con sus
compañeros, para dentro
de la escuela.
(Mensaje de Meimei,
recibido por Célia
Xavier de Camargo en
julio del 2005, en
Rolândia, PR.)
Tía Célia
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