Los teólogos
cambiaron por
completo el tono
de las críticas
que hacen al
Espiritismo. Ya
pasó el tiempo
en que las
comunicaciones
mediúmnicas eran
tenidas como
cosa del
“demonio” y en
el que los
médiuns no
pasaban de
farsantes.
Esa postura
nueva puede ser
encontrada en
obras diversas,
como por ejemplo
en el libro
titulado
“Espiritismo y
Fe”, de fray
Boaventura
Kloppenburg,
publicado por el
Círculo de
Lectura en 1986.
Fray Kloppenburg
es viejo
conocido de los
espiritistas
brasileños,
debido a las
diversas
publicaciones de
su labor
dirigida contra
los “heréticos”
del siglo XX. En
la obra citada
el teólogo
asume, sin
embargo, una
posición
curiosa.
Primero, declara
que jamás la
Iglesia
atribuyó
oficialmente al
demonio las
comunicaciones
del Más Allá. De
acuerdo con su
punto de vista,
las
comunicaciones
espíritas son
perfectamente
posibles; el
error sería
evocar los
Espíritus y
estaría ahí el
“pecado” de los
espiritistas.
La evocación – o
sea, el
llamamiento de
los Espíritus
por parte de
médiums o
evocadores –
sería un pecado
condenado por la
Biblia y
constituiría,
según su punto
de vista, uno de
los dos grandes
males del
Espiritismo. El
otro,
llamado por él
como “herejía”,
es la creencia
en la
reencarnación.
Heréticos
serían, pues,
todos aquellos
que creen en la
tesis de la
vuelta de un
Espíritu a un
nuevo cuerpo
físico para dar
proseguimiento a
su marcha
evolutiva. Ese,
es el núcleo de
las nuevas ideas
divulgadas por
el ilustre
teólogo.
Evidentemente,
nos cabe
respetar todas
las opiniones
sinceras. Fray
Boaventura es un
teólogo sincero;
merece por eso
nuestro mayor
respeto. Pero es
preciso
esclarecer que
ni la
reencarnación, y
mucho menos la
evocación de los
Espíritus,
fueron objeto de
condena por
Jesús de
Nazaret, el
verdadero autor
de la doctrina
cristiana,
superior, bajo
todos los puntos
de vista, a la
doctrina
contenida en el
Antiguo
Testamento, a la
que recurren los
críticos del
Espiritismo para
buscar la
prohibición de
las evocaciones
de los muertos.
La reencarnación
es uno de los
principios
fundamentales de
la Doctrina
Espírita y, a
buen seguro, uno
de sus puntos
fuertes. Quien
lo dice son los
espíritas recién
convertidos, que
explican que fue
gracias al
conocimiento de
la reencarnación
que pudieron
comprender mejor
sus problemas de
orden
existencial y
resolverlos.
Tras los
trabajos
publicados por
Ian Stevenson y
Banerjee, que se
ocuparon por
largo tiempo del
asunto, la
reencarnación
dejó de ser la
creencia ingenua
atribuida a los
espiritistas
para ingresar en
el área
académica. Y fue
exactamente un
psicólogo de
formación
protestante – el
americano Morris
Netherton –
quién, hace más
de treinta años,
fundó una nueva
técnica
terapéutica
basada en
nuestras vidas o
vivencias
pasadas, a la
cual se afilian
médicos y
profesionales
del área de la
salud en varias
partes del
mundo.
La comunicación
de los llamados
muertos ha
convertido a más
de un padre
desesperado que
encuentra en la
carta
post-mortem del
hijo querido el
mensaje
confortador de
la fe, de la
inmortalidad y
de la esperanza.
Chico Xavier fue
instrumento de
centenares de
casos de ese
orden. Pero no
fue él quien
evocó a los
jóvenes que
partieron. Fue
la nostalgia, el
deseo del
reencuentro, el
sufrimiento de
los padres que
hicieron – y aun
hacen –
que tales
Espíritus
vuelvan hasta
nosotros para
decir que están
vivos, que la
muerte no existe
y que es en
Jesús que
encontraremos la
verdadera senda
para la
felicidad con
que soñamos.
La evocación
directa de los
Espíritus fue un
proceso adoptado
por Kardec y por
incontables
discípulos del
Codificador para
la
estructuración
de la Doctrina
Espírita. Kardec
llevaba a las
reuniones una
lista
conteniendo
varias
indagaciones.
Los Espíritus
las respondían.
Así surgió “El
Libro de los
Espíritus”.
Actualmente, sin
embargo, no se
practica la
evocación, tan
condenada por
Fray Boaventura.
Los instructores
del Plano
Espiritual,
Emmanuel al
frente, nos
llaman la
atención para la
innecesidad
actual
de las
evocaciones
directas, de
modo que los
Espíritus se
comunican en las
sesiones
espíritas
espontáneamente,
según el permiso
de Dios, el
tiempo de que
disponen y su
propia necesidad
o voluntad de
manifestarse por
medio de un
médium.
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