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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 153 – 11 de Abril del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

En el camino de Damasco

 

Hace dos mil años, existió un muchacho de nombre Saulo, natural de la ciudad de Tarso, donde vivía con su familia. Hebreo por nacimiento, él demostró desde pronto inclinación para la religión y para las leyes.

De carácter íntegro, inteligente y amante del orden, después sobresalió de entre los otros alumnos, haciéndose, aún muy joven, un doctor de la ley.

Orgulloso, defendía su religión, el judaísmo, con todas las fuerzas de su corazón impetuoso.

Saulo no comprendía que pudiesen otras personas, inclusive judíos, seguir a Jesús de Nazaret y observar las enseñanzas de un carpintero que había muerto como un criminal, crucificado entre dos ladrones.

Así, Saulo comenzó a perseguir a los seguidores de Jesús, obligándolos a abandonar su Maestro y volver para su antigua creencia, el judaísmo.

Cuando las personas no estaban de acuerdo con las órdenes de Saulo, eran prendidas, torturadas y, muchas veces, hasta muertas.

Intentando acabar con la secta del Nazareno, cierto día Saulo fue hasta Damasco, en Siria, para prender a algunos cristianos.  El viaje era largo y cansado. Cuando estaban casi llegando a Damasco, Saulo vio una gran luz, como si el cielo se hubiera abierto como una cortina. Era mediodía y el sol estaba muy fuerte, pero la luminosidad que surgió era mucho más intensa.

El joven doctor de la ley, delante de ese hecho, pierde el equilibrio y cae del animal, sobre la ardiente arena del desierto.

En esa otra luz que surge a sus ojos deslumbrados, un camino se  abrió, y en él Saulo vio a un hombre radiante de luz aproximarse, como si viniera a su encuentro. túnica era toda de puntos luminosos, tenía los cabellos que descendían hasta los hombros y ojos llenos de amor que irradiaban

mucha paz. En la fisonomía grave y tierna del desconocido, él notó una divina tristeza.

El joven doctor de la ley lo contemplaba con espanto profundo cuando la voz inolvidable indagó:

— ¡Saludo!... ¡Saulo!... ¿por qué me persigues?

Sin que se diese cuenta, Saulo cayó arrodillado en la arena. Surprendido, él preguntó:

— ¿Quién eres tú, Señor?

Con simplicidad, el ser iluminado respondió:

— ¡Yo soy Jesús!...

Entonces, el orgulloso doctor de la Ley se curvó para el suelo, en llanto convulsivo. En aquel momento Saulo comprendió que aquellas personas que él perseguía andaban con  razón al seguir a Jesús, y percibió todo el mal que les había hecho, arrepintiéndose de sus actos.

El Maestro se aproximó más, contemplándolo con cariño. Después, le tocó los hombros con ternura, diciendo paternal:

— ¡No te resistas contra los aguijones!...

Saulo comprendió lo que Jesús quería decir.

Él sabía que aguijón era una punta de hierro aguda colocada en la punta de una vara para reconducir a los esclavos, y especialmente los animales, para la ruta correcta, pues, alcanzando la carne, hería, causando gran sufrimiento.

Saulo entendió, analizando su existencia y los sufrimientos que ya había enfrentado, que estaba recibiendo estímulos, incentivos para redirigir su vida. Hacia mucho tiempo, fuerzas profundas lo conducían, cada momento y en cualquier lugar, a meditar en las nuevas enseñanzas traídas por Jesús.

Cristo lo había llamado por todos los medios y de todos los modos, y él no había entendido. Como último y extremo recurso, se hubo hecho visible a él, ahora, en pleno desierto, para que no cometiera más errores.

Entonces, entendiendo que no adelantaba resistir más, que Jesús era verdaderamente el Mesías, él preguntó:

— Señor, ¿qué quieres que yo haga?

Entonces, Jesús le ordenó que entrara en la ciudad de Damasco y allá le sería dicho lo que hacer.

Tras esa orientación, Saulo no vio más a Jesús, sintiéndose como sumergido en la oscuridad. Él estaba ciego. Llamando a los compañeros de viaje, les contó que había visto a Jesús de Nazaret, y que estaba ciego, pidiéndoles que lo condujeran hasta Damasco. Allá, fue hasta una hospedaría, pidió un cuarto y esperó.

Tres días después, recibió la visita de Ananias, un viejito muy bondadoso, exactamente la persona que él venía a prender, por ser seguidor de Jesús.

Ananias, con cariño, le contó que Jesús lo había enviado para que pudiera restituirle la visión, de modo que Saulo no dudase más.
 

El bueno viejito colocó sus manos en los ojos de Saulo, curándolo. Alegre y aliviado, Saulo volvió a ver.


Se hicieron amigos y Saulo, después de aprender las enseñanzas que Jesús había dejado, nunca más fue el mismo.

Iniciando una vida nueva, Saulo adoptó el nombre de Paulo, que significa Saulo en la lengua de los romanos. Se dedicó de cuerpo y alma a la divulgación del Evangelio de Jesús, viajando incansablemente por todos los lugares,   aún  los   más   lejanos,

llevando las lecciones de su Maestro.

Por más de treinta años consecutivos, Paulo de Tarso ejerció su misión de divulgar el Cristianismo y, al dejar su cuerpo físico, fue recibido en la Espiritualidad por Jesús, que vino a agradecerle el trabajo ennoblecedor a que se había dedicado, ayudando a todos los necesitados de consuelo, amor y esperanza.


(Adaptación de texto contenido en la obra “Paulo y Esteban”, de Emmanuel, por medio de la psicografía de Francisco Cândido Xavier.) 

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita