Hace dos mil años,
existió un muchacho de
nombre Saulo, natural de
la ciudad de Tarso,
donde vivía con su
familia. Hebreo por
nacimiento, él demostró
desde pronto inclinación
para la religión y para
las leyes.
De carácter íntegro,
inteligente y amante del
orden, después
sobresalió de entre los
otros alumnos,
haciéndose, aún muy
joven, un doctor de la
ley.
Orgulloso, defendía su
religión, el judaísmo,
con todas las fuerzas de
su corazón impetuoso.
Saulo no comprendía que
pudiesen otras personas,
inclusive judíos, seguir
a Jesús de Nazaret y
observar las enseñanzas
de un carpintero que
había muerto como un
criminal, crucificado
entre dos ladrones.
Así, Saulo comenzó a
perseguir a los
seguidores de Jesús,
obligándolos a abandonar
su Maestro y volver para
su antigua creencia, el
judaísmo.
Cuando las personas no
estaban de acuerdo con
las órdenes de Saulo,
eran prendidas,
torturadas y, muchas
veces, hasta muertas.
Intentando acabar con la
secta del Nazareno,
cierto día Saulo fue
hasta Damasco, en Siria,
para prender a algunos
cristianos. El viaje
era largo y cansado.
Cuando estaban casi
llegando
a
Damasco, Saulo vio una
gran luz, como si el
cielo se hubiera abierto
como una cortina. Era
mediodía y el sol estaba
muy fuerte, pero la
luminosidad que surgió
era mucho más intensa.
El joven doctor de la
ley, delante de ese
hecho, pierde el
equilibrio y cae del
animal, sobre la
ardiente arena del
desierto.
En esa otra luz que
surge a sus ojos
deslumbrados, un camino
se abrió, y en él Saulo
vio a un hombre radiante
de luz aproximarse, como
si viniera a su
encuentro. túnica era
toda de puntos
luminosos, tenía los
cabellos que descendían
hasta los hombros y ojos
llenos de amor que
irradiaban
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mucha paz. En la
fisonomía grave
y tierna del
desconocido, él
notó una divina
tristeza. |
El joven doctor de la
ley lo contemplaba con
espanto profundo cuando
la voz inolvidable
indagó:
— ¡Saludo!... ¡Saulo!...
¿por qué me persigues?
Sin que se diese cuenta,
Saulo cayó arrodillado
en la arena. Surprendido,
él preguntó:
— ¿Quién eres tú, Señor?
Con simplicidad, el ser
iluminado respondió:
— ¡Yo soy Jesús!...
Entonces, el orgulloso
doctor de la Ley se
curvó para el suelo, en
llanto convulsivo. En
aquel momento Saulo
comprendió que aquellas
personas que él
perseguía andaban con
razón al seguir a Jesús,
y percibió todo el mal
que les había hecho,
arrepintiéndose de sus
actos.
El Maestro se aproximó
más, contemplándolo con
cariño. Después, le tocó
los hombros con ternura,
diciendo paternal:
— ¡No te resistas contra
los aguijones!...
Saulo comprendió lo que
Jesús quería decir.
Él sabía que aguijón era
una punta de hierro
aguda colocada en la
punta de una vara para
reconducir a los
esclavos, y
especialmente los
animales, para la ruta
correcta, pues,
alcanzando la carne,
hería, causando gran
sufrimiento.
Saulo entendió,
analizando su existencia
y los sufrimientos que
ya había enfrentado, que
estaba recibiendo
estímulos, incentivos
para redirigir su vida.
Hacia mucho tiempo,
fuerzas profundas lo
conducían, cada momento
y en cualquier lugar, a
meditar en las nuevas
enseñanzas traídas por
Jesús.
Cristo lo había llamado
por todos los medios y
de todos los modos, y él
no había entendido. Como
último y extremo
recurso, se hubo hecho
visible a él, ahora, en
pleno desierto, para que
no cometiera más
errores.
Entonces, entendiendo
que no adelantaba
resistir más, que Jesús
era verdaderamente el
Mesías, él preguntó:
— Señor, ¿qué quieres
que yo haga?
Entonces, Jesús le
ordenó que entrara en la
ciudad de Damasco y allá
le sería dicho lo que
hacer.
Tras esa orientación,
Saulo no vio más a
Jesús, sintiéndose como
sumergido en la
oscuridad. Él estaba
ciego. Llamando a los
compañeros de viaje, les
contó que había visto a
Jesús de Nazaret, y que
estaba ciego,
pidiéndoles que lo
condujeran hasta
Damasco. Allá, fue hasta
una hospedaría, pidió un
cuarto y esperó.
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Tres días después,
recibió la visita de
Ananias, un viejito muy
bondadoso, exactamente
la persona que él venía
a prender, por ser
seguidor de Jesús.
Ananias, con cariño, le
contó que Jesús lo había
enviado para que pudiera
restituirle la visión,
de modo que Saulo no
dudase más.
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El bueno viejito colocó
sus manos en los ojos de
Saulo, curándolo. Alegre
y aliviado, Saulo volvió
a ver. |
Se hicieron amigos y
Saulo, después de
aprender las enseñanzas
que Jesús había dejado,
nunca más fue el mismo.
Iniciando una vida
nueva, Saulo adoptó el
nombre de Paulo, que
significa Saulo en la
lengua de los romanos.
Se dedicó de cuerpo y
alma a la divulgación
del Evangelio de Jesús,
viajando incansablemente
por todos los lugares,
aún los
más lejanos,
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llevando las
lecciones de su
Maestro. |
Por más de treinta años
consecutivos, Paulo de
Tarso ejerció su misión
de divulgar el
Cristianismo y, al dejar
su cuerpo físico, fue
recibido en la
Espiritualidad por
Jesús, que vino a
agradecerle el trabajo
ennoblecedor a que se
había dedicado, ayudando
a todos los necesitados
de consuelo, amor y
esperanza.
(Adaptación de texto
contenido en la obra
“Paulo y Esteban”, de
Emmanuel, por medio de
la psicografía de
Francisco Cândido
Xavier.)
Tía Célia
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