Evolución y sexo
La aparición de
cualidades magnéticas
positivas y negativas en
células y bacterias,
descargadas por los
Orientadores
Espirituales, encargados
del progreso del
planeta, inicia la
evolución animal.
Una bacteria
diferenciada (leptótrix)
que recuerda a una
larva, cubierta de
hierro del cual se nutre
y que es gracias a nadar
cuando se despoja de esa
envoltura hasta que otra
semejante la envuelva,
sirve a esos
Instructores para
impulsarla a la
transformación. Después
de largo periodo de
nuevas
experimentaciones,
renace en la forma de
algas verdes,
inaugurando la
comunicación sexual
sobre el mundo.
El hiato que existe
entre el leptótrix y el
surgimiento del alga
verde deja sin respuesta
a los biólogos más
modernos, cuando
intentan establecer una
línea evolutiva de esas
estructuras. Ese espacio
fue llenado por las
actividades en el Plano
Mayor que sometió la
primera a
profundas alteraciones,
transmutándose los
individuos más
complejos, haciéndolos
reaparecer
metamorfoseados en la
referida alga,
instalando así nuevo
ciclo de progreso y
renovación.
Cuando, fueron
transcurridas eras
inmensas, el principio
inteligente, después de
experiencias en dos
planos distintos, se
muestra trabajando con
una constitución más
compleja, recibe del
Plano Superior
concentraciones fluídico-magnéticas
especiales en los
cromosomas, que André
Luiz
llama de “dones de la
reproducción más
compleja”. Dice el autor
espiritual que, en la
falta de terminología,
esas concentraciones
pueden ser comparadas a
los “moldes fabricados
para el servicio de
fundición en el taller
tipográfico”.
Los cromosomas se
distribuyen del cuerpo
físico por el núcleo de
la célula en que se
mantienen y del cuerpo
espiritual por el
citoplasma en que se
implantan, por ser
gránulos infinitesimales
de naturaleza
fisiopsicosomática. Son
constituidos por los
elementos llamados
genes, que dan a
ellos características de
inmortalidad en las
células, pues se
renuevan transmitiendo a
las sucesoras sus
particularidades. Con la
evolución, los
cromosomas se
diferencian dando origen
a las diferentes
especies.
Formas monstruosas
aparecen y desaparecen
hasta que las especies
consigan adaptación en
los tipos. Pero “los
cromosomas permanecen
imperecederos a través
de los centros genéticos
de todos los seres”.
André Luiz nos llama la
atención para que
observemos que las leyes
de la reproducción
animal, desde el
leptótrix, a través de
la retracción y
expansión de la energía,
en las circunstancias
del nacimiento y muerte
de la forma,
sean las mismas en la
evolución filogenético
de la organización de
cualquier vehículo
humano en la fase
embrionaria. Así, si hay
una ciencia que estudia
la génesis de las
formas, hay también una
genealogía del Espíritu.
Hereditariedad – Ley que
define la vida,
circunscrita a la forma
en que se exterioriza
Arquitectos espirituales
gastaron siglos
preparando las células
que servirían de base al
reino vegetal. Era
necesario establecer un
nivel seguro de fuerzas
constantes entre el
equipaje del núcleo y el
citoplasma. Procesos de
división celular son
probados.
Surge la mitosis,
división simple e
indirecta, alterando
naturalmente la monada
celeste, que se refleja
en el núcleo, ya
prenunciando mayores
transformaciones. A
través del Centro
celular (núcleo), los
Espíritus Superiores
mantienen la unión de
las fuerzas físicas y
espirituales; y es en
ese “punto que se
verifica el impulso
mental, de naturaleza
electromagnética, por el
cual se opera el
movimiento de los
cromosomas”, fijando la
carga hereditaria en
número y valores
diferentes para cada
especie.
Esa conciencia latente
(crisálidas de
conciencia) dentro del
principio de repetición:
nacimiento – experiencia
- muerte – experiencia –
renacimiento, en los
planos físico y
extrafísico, procede
como seres
autotróficos (André
Luiz usa un término que
no es usado más
por la moderna
Biología), es decir,
seres autosuficientes,
que producen el propio
alimento, como las
plantas, por ejemplo. En
ese estadio, el
principio inteligente,
sirviéndose de la
hereditariedad y de las
experiencias
recapituladas, progresa
para una diferenciación
mayor
en la escala animal,
donde el cuerpo
espiritual ya ofrece
moldes más complejos,
delante de las
reacciones del sistema
nervioso, “elegido para
la sede de los instintos
superiores, con la
facultad de archivar
reflejos condicionados”.
Nuevas transformaciones
en las células son
necesarias, porque el
elemento espiritual debe
vivir ahora como ser
heterótrofo o
heterotrófico, es decir,
ser que no produce la
energía para su
nutrición, como, por
ejemplo, los animales
(El término alótrofos,
citado por André Luiz,
no aparece en los
compendios de la
Biología actualmente).
Avanzando en la ruta del
progreso, el principio
inteligente plasma
complementos nuevos en
el vehículo de expresión
– elementos para
equilibrar las sales en
las células y elementos
digestivos para el
equilibrio de la
nutrición
(protozoarios).
Conquista, finalmente,
un “cuerpo fisiológico”
estructurado en sistemas
constituidos de órganos,
que son formados por
tejidos, compuestos por
moléculas con
estructuras y funciones
específicas, que, en el
acto de la fecundación,
se mezclan a las
unidades masculinas y
femeninas y, obedeciendo
a la repetición en la
ley de la hereditariedad,
van a determinar su
descendencia genética.
Ya como hombre, el
Espíritu y no más,
comanda el principio
inteligente, por la
propia voluntad – con su
presencia, o simple
influencia –, los más
complejos fenómenos de
división celular, en el
interior del huevo
materno, edificando las
bases de su propio
destino, en el estadio
en que se encuentra para
una nueva experiencia,
dentro del merecimiento
que venga a poseer.
Conclusión
El proceso de creación
del hombre es una lenta
elaboración desde el
principio de los
tiempos.
De la manera como los
científicos admiten la
existencia humana –
proceso evolutivo en el
cual el hombre es el
resultado de una
filogénesis fantástica –
se tiene la impresión
que desde su creación, a
partir del mineral, el
hombre no tenga ninguna
otra experiencia además
de aquellas
que enfrentó en ese
proceso evolutivo. Pero
la inteligencia
creadora, inherente al
hombre, lo hace capaz de
no tener límites en su
imaginación y que,
sumada a un anhelo
creciente de hacerse
cada vez mejor, lo
impulsa a ir además de
su propia condición
humana. Si en el inicio
los Sembradores Divinos
guiaban la elaboración
de las formas y las
rutas al mundo celular,
en favor del principio
inteligente, a medida
que él progresa, pasa a
responsabilizarse por sí
mismo.
Con base en la
hereditariedad, toma la
forma física y se
deshace de ella, para
retomarla en nueva
encarnación, en un
proceso para elevarse
cultural y moralmente o,
cuando no, para rehacer
tareas olvidadas o
abandonadas. Compelido a
vivir entre sus
semejantes –
hereditariedad y
afinidad en el plano
físico y en el
extrafísico son leyes
inmutables –, va
aprendiendo, por la
propia elección, a
conducirse por el bien,
asegurando así el
equilibrio y el poder de
alterar circunstancias
en el medio ambiente en
que vive, y a interferir
en la formación del
cuerpo que va a servirle
de instrumento la
mayores conquistas
evolutivas – si dispone
de méritos para tal –, a
través de valores más
elevados para sus
impulsos de perfección.
En ese anhelo de
elevación y de
comunicación con los
planos superiores, él
crea, cada vez más, un
contraste entre su
condición primitiva y la
del hombre que busca su
elevación. ¿De dónde
viene todo eso?
La respuesta está en la
vuelta a la idea de
Dios, innata en la
criatura humana: el Ser
perfecto de Descartes
encontrado en el fondo
de nuestra propia
imperfección y la Ley de
Adoración que Kardec nos
trae en la Codificación.
El acaso de la
concepción materialista
en la construcción del
Universo se pierde, si
miráramos para elementos
más simples como el
átomo y su universo
microscópico. No
necesitamos siquiera
pensar en la compleja
formación del hombre, o
de las galaxias, o de
los sistemas solares.
Así también será si
miramos las
“experiencias de Dios”
buscadas a través de los
artificios religiosos
para explicar el
surgimiento de ese
hombre sobre el planeta.
“No importa ser creado
del lodo de la tierra,
según la alegoría
bíblica, o arrancado de
las entrañas del reino
mineral, según la teoría
evolucionista espírita,
el hombre continúa en
formación, madurando en
las experiencias que
enfrenta en la
existencia corporal.” El
cuerpo es
su instrumento de
elevación, vivo y activo
que necesita y debe ser
controlado por la fuerza
del Espíritu. Es, por lo
tanto, el único
responsable por el éxito
o fracaso de su
existencia. Dios es, en
ese hombre, el poder
orientador y mantenedor,
no fuerza castigadora.
Su conciencia será su
juez y sus actos, el
proceso.
Bibliografia:
ÂNGELIS, Joanna de
(Espírito). Estudos Espíritas.
(psicografado por)
Divaldo Pereira Franco.
3ª ed. Rio de Janeiro:
FEB, 1983. Cap. V.
LUIZ, André (Espírito). Evolução
em dois Mundos. (psicografado por)
Francisco Cândido
Xavier. 11ª ed. Rio de
Janeiro: FEB, 1989, 1ª
parte, Cap. IV
a VIII.
_____________________Sexo
e Destino (psicografado
por) Francisco
Cândido Xavier e Waldo
Vieira. 16ª ed. Rio de
Janeiro: FEB, 1996, 1ª
parte, Cap. I,
págs. 13 e 14, Cap. III,
págs. 25 e 26, Cap. X,
págs. 105 a 111.
PIRES, J. Herculano – Agonia
das Religiões. 4ª
ed. São Paulo: Paideia
Editora, 1994,
Cap. IV.