Pedrito era un niño muy
arrogante. Siempre que
estaba quieto, su madre
ya sabía que estaba
planeando alguna cosa.
Además de travieso,
Pedrito también era
mentiroso.
Siempre que era
sorprendido haciendo una
de las suyas, inventaba
las mayores mentiras
para librarse de la
reprensión. Dotado de
bastante imaginación,
Pedrito creaba historias
para justificar lo que
había ocurrido;
generalmente echaba la
culpa a Clarita, la
hermana más mayor,
adolescente.
Cierto día, Bilu, un
bello perrito de pelo
claro y grandes orejas
marrones, entró en casa
todo cubierto de manchas oleosas y anaranjadas.
Sin conformarse, el
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animalito
intentaba
limpiarse,
pasando
desesperadamente
la lengua por el
cuerpo, pero sin
resultado. |
Cuando Julieta, la madre
de Pedrito, vio el
cachorro triste,
deprimido y cansado,
balanceó la cabeza,
pensando: ¡Eso es arte
de Pedrito!
Inmediatamente llamó al
niño.
— ¡Pedrito! ¿Qué fue lo
que tú hiciste a Bilu?
— ¿Yo? ¡Nada, mamá! ¿Qué
ocurrió? — respondió él
con la mayor
tranquilidad.
— No mientas, hijo mío.
Mira como está Bilu.
¡Desgraciado!
Y mostrando el perro al
niño, preguntó:
— ¿Qué fue lo que pasó
con él?
— No fui yo, mamá. ¡Fue
Clarita que pasó aceite
en el pelo de él! ¡Aquel
que tú usas para
limpiar los muebles! —
se justificó.
— No mientas, Pedrito.
Tú hermana está en la
casa de la abuela desde
ayer, ¿lo olvidaste? Y
ella no haría una cosa
de esas.
El niño desvío los ojos,
como siempre hacía
cuando estaba mintiendo,
y sugirió:
— Entonces creo que fue
él mismo que lo cogió
del armario.
— ¿Bilu?... ¿Como haría
él eso? — preguntó la
madre haciendo cara de
quien no estaba
creyéndoselo.
— Bien, creo que Bilu se
subió en el banco, abrió
la puerta del armario,
quitó la tapa del
cristal y se pasó el
aceite en todo el
cuerpo.
— ¿Es eso mismo lo que
tú quieres que yo crea,
Pedrito? — replicó la
madre, muy seria, con
las manos en la cintura.
El niño bajó la cabeza,
avergonzado. Sabía que
su historia no había
colado.
— Está bien, mamá. Fui
yo que pasé aceite por
él. Quería ver a Bilu
con los pelos brillantes
y bronceados, ¡como
Clarita hace cuando toma
el sol!...
— Menos mal que
decidiste decir la
verdad, hijo mío. La
mentira es una cosa muy
fea. Quién miente queda
desacreditado. Llega un
momento en que nadie más
confía en él. La verdad
puede ser difícil en un
primer momento, pero
cuando la gente la
enfrenta, el alivio es
muy grande. Quién anda
con la conciencia
tranquila nada tiene que
temer. ¿Entendiste?
Pedrito balanceó la
cabeza, como estando de
acuerdo.
— Y ahora, hijo mío,
¿que crees que debes
hacer?
— Bien, tú siempre dices
que cuando la gente se
equivoca necesita
reparar el mal que hizo.
— Eso mismo. Sólo que,
dependiendo del error,
no tenemos cómo notarlo
en aquel momento. Por
ejemplo: si tú hubieras
pasado algún producto
que causara daño a la
salud de Bilu, ¡él
podría quedar enfermo y
tal vez muriese!
El niño, al que le
gustaba mucho el perro,
estaba a punto de llorar
percibiendo el mal que
le podría haber causado.
— Tú tienes razón. Voy a
ser más responsable.
Finalmente, ya tengo
casi ocho años. ¿Cuál
será mi castigo?
— No voy a darte
castigo, hijo mío.
Quiero que tú pienses y
decidas lo que debes
hacer.
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— Gracias, mamá. Confía
en mí.
Voy a cuidar de Bilu.
Pedrito se alejó
corriendo y, diez
minutos después, la
madre miró por la
ventana y vio al niño en
el patio dando un baño
al perrito, que parecía
mucho más feliz y
satisfecho.
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Tras lavar, secar y
peinar al cachorro con
afecto, Pedrito
lo llevó para
que su madre lo
viera. El niño
estaba contento,
con expresión
compenetrada y
más madura. |
— A partir de hoy, mamá,
voy a cuidar muy bien de
mi amigo Bilu. Y prometo
también que no voy a
mentir más a ti o a
cualquier otra persona.
Tía Célia
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