Caos y Cosmos
En una indescriptible
profusión de luces,
colores y sonidos,
esplendido infinito y
majestuoso el imperio
sideral de los universos
divinos. Se mueven
vertiginosamente por los
espacios sin fin,
incontables multitudes
de nebulosas y galaxias,
cargando consigo
innumerables
aglomerados de miles de
millones de estrellas,
enanas o gigantes,
nuevas o activas,
blancas, amarillas,
azules y rojas, con sus
planetas y satélites,
cometas y meteoros, en
una sinfonía de bellezas
que supera todos
nuestros poderes de
imaginación.
Y todo se mueve, se
agita, en velocidades
inimaginables,
armoniosas o
turbulencias, en
vorágines y explosiones,
en transformaciones y
renacimientos, en un
frenesí inestancable en
que todo se equilibra
bajo el mando invisible
de la orden del orden
supremo que todo
preside: el Espíritu de
Dios.
Cosmo o cosmos, que
significa, del griego,
orden, organización,
belleza, armonía, es un
término que designa al
universo en su conjunto,
la estructura universal
en su totalidad, del
infinitamente pequeño o
microcosmo al
infinitamente grande o
macrocosmo.
El cosmo es el conjunto,
de la suma de todas las
cosas de este universo
ordenado, desde las
estrellas y las galaxias
colosales, hasta el
conjunto de las
partículas elementales,
subatómica que forma la
materia que constituye
todos sus integrantes.
Por todo el transcurso
de la historia, los
seres humanos buscaron
apasionadamente
comprender el origen del
universo. Tal vez
ninguna cuestión sea
capaz de trascender,
más que esta, el paso
del tiempo y la
diferenciación de las
culturas y de inspirar
la imaginación de la
humanidad, tanto la de
nuestros ancestrales
como la de los
investigadores de la
cosmología moderna.
Existe un ansia
colectiva, permanente y
profunda por una
explicación para el
hecho de que
el universo existe, para
la razón por la cual él
tomó la forma que
conocemos y para la
lógica, el principio,
que alimenta su
evolución.
Lo que es fabuloso es
que, por primera vez, la
humanidad llegó a un
punto en que comienza a
surgir un esquema capaz
de suministrar
respuestas científicas a
algunas de esas
preguntas.
La teoría científica de
la creación del cosmos
hoy aceptada declara que
el universo experimentó
las condiciones más
extraordinarias en sus
primeros momentos –
energía, temperatura y
densidad enormes. Esas
condiciones, como hoy
sabemos, requieren que
tengamos en cuenta tanto
la mecánica quántica
como la gravitación,
razón de por qué el
origen del universo
proporciona un profundo
campo de estudio en que
nuevas teorías y
concepciones se delinean
en el horizonte del
conocimiento.
Antes de la captura de
electrones el universo
estaba inundado por un
denso plasma de
partículas
eléctricamente activas
La temperatura del
universo sólo 10-43
segundos después del Big-Bang,
el llamado tiempo de
Planck, era cerca de
1032° K (grados Kelvin),
diez trillones de
trillones de veces más
caliente que el interior
profundo del Sol.
Rápidamente el universo
se fue expandiendo y
enfriándose y, al
hacerlo, el plasma
cósmico primordial,
homogéneo y tórridamente
caliente, comenzó a
formar remolinos y
concentraciones. Cerca
de un centésimo milésimo
de segundo tras el Big-Bang,
las cosas habían
enfriado lo suficiente
(algo cómo 10 trillones
de grados Kelvin – 1
millón de veces más
caliente que el interior
del Sol) para que los
quarks pudieran
organizarse en grupos de
tres, formando los
protones y los
neutrones. Cerca de una
centésima de segundo
después las condiciones
estaban listas para que
los
núcleos de los elementos
más leves de la tabla
periódica comenzaran a
tomar forma, a partir
del plasma original. En
los 3 minutos que
siguieron, cuando el
universo se enfrió a una
temperatura de 1 billón
de grados,
los núcleos
predominantes eran de
hidrogeno y helio,
juntamente con trazos
residuales de deuterio,
el llamado hidrógeno
pesado, y litio. Ese es
el periodo del núcleo
síntesis primordial.
Durante los primeros
centenares de miles de
años que siguieron no
ocurrió nada de
especial, además del
proseguimiento de la
expansión y del
enfriamiento. Pero
cuando la temperatura
cayó a algunos miles de
grados, la velocidad de
los electrones
que se movían en un
frenesí desordenado se
redujo lo suficiente
para que los núcleos
atómicos, especialmente
los de hidrógeno y
helio, los capturaran,
formando así los
primeros átomos
eléctricamente neutros.
Ese fue un momento
crucial: a partir de
entonces el universo
como un todo se hizo
transparente. Antes de
la captura de los
electrones el universo
estaba inundado por un
denso plasma de
partículas
eléctricamente activas –
unas, como los núcleos,
con carga eléctrica
positiva, y otras, como
electrones, con carga
eléctrica negativa.
Los fotones, que inter-obran
sólo con objetos dotados
de carga eléctrica, eran
tirados incesantemente
de un lado para otro por
el denso mar de
partículas ionizadas, y
prácticamente no
llegaban a recorrer
distancia alguna sin
ser desviados o
absorbidos. Esa nube
espesa de partículas
ionizadas impedía el
movimiento libre de los
fotones, lo que hacía el
universo casi totalmente
opaco, así como el aire
que conocemos,
en una neblina muy densa
o en una vigorosa
tempestad de nieve. Pero
cuando los electrones
con carga eléctrica
negativa entraron en
órbita alrededor de los
núcleos, con carga
eléctrica positiva,
produciendo átomos
eléctricamente neutros,
la neblina desapareció.
Una manera de medir la
profundidad de una
teoría es verificar
hasta que punto ella
desafía nuestra
visión de mundo
Podríamos suponer que,
desde entonces, un largo
periodo de millones de
años de verdadero caos o
desorden caracterizaba
la evolución del
universo. A partir de
ahí, como un punto de
inflexión de la dinámica
universal, el camino
para la ordenación
progresiva del Cosmo
estaba definitivamente
abierto. A partir de
ahí, los fotones creados
con el Big-Bang han
viajado libremente, y
toda la extensión del
universo se volvió
visible.
Más o menos 1 billón de
años tras aquello que
muchos físicos y
cosmólogos creen ser el
inicio de la formación
del universo – el
Big-Bang –, cuando el
universo ya se hallaba
substancialmente más
tranquilo, las galaxias,
las estrellas y por
último los planetas
comenzaron a surgir como
aglomerados de los
elementos primordiales,
unidos por la
gravitación. Hoy, cerca
de 14 billones de años
tras el descomunal
episodio, nosotros nos
maravillamos con la
magnificencia del cosmos
y con nuestra capacidad
colectiva de reunir a
nuestros conocimientos
en una teoría razonable
y experimentalmente
probada del origen del
mundo.
Aunque estemos física y
espiritualmente
conectados a la Tierra y
a sus cercanías en el
sistema solar, el poder
del pensamiento y de la
experimentación nos
permite sondear las
profundidades del
espacio exterior y del
espacio interior.
Particularmente durante
los últimos 100 años, el
esfuerzo colectivo de
muchos físicos reveló
algunos de los secretos
más bien guardados de la
naturaleza. Y, una vez
reveladas, esas joyas
explicativas abrieron un
nuevo panorama sobre un
mundo que pensábamos
conocer, pero cuyo
esplendor ni siquiera
hubimos llegado cerca de
imaginar. Una manera de
medir la profundidad de
una teoría física es
verificar hasta que
punto ella desafía
aspectos de nuestra
visión de mundo que
antes parecían
inmutables. Bajo ese
punto de vista, la
mecánica quántica y las
teorías de la
relatividad fueron mucho
más de nuestras
expectativas más osadas:
funciones de onda,
probabilidades,
tunelamiento quántico,
el incesante tumulto de
las fluctuaciones de
energía del vacío,
el entrelazamiento del
espacio y del tiempo, la
naturaleza relativa de
la simultaneidad, la
curvatura del tejido del
espacio-tiempo, los
agujeros negros y el Big-Bang.
¿Quién podría pensar que
la perspectiva
intuitiva, mecánica y
precisa de Newton
se haría casi tímida –
que había un mundo nuevo
y extraordinario debajo
de la superficie de las
cosas que vemos todos
los días? Pero aún esos
descubrimientos que
sacuden nuestros
paradigmas son sólo una
parte de una historia
mayor, que todo abarca.
La búsqueda de las leyes
fundamentales del
universo es un drama
eminentemente humano,
que expande
nuestra visión
Con una fe
inquebrantable en que
las leyes de lo que es
pequeño y las de lo que
es grande deben
armonizarse en un
conjunto coherente, los
físicos prosiguen en su
lucha incesante por
encontrar la teoría
definitiva. La búsqueda
aún no terminó, pero la
teoría
de supercuerdas y su
evolución en términos de
la teoría M ya hicieron
surgir un esquema
convincente para la
fusión entre la mecánica
quántica, la relatividad
general y las fuerzas
fuerte, débil y
electromagnética. Los
desafíos traídos por
esos avances a nuestra
manera de ver el mundo
son monumentales: lazos
de cuerdas y glóbulos
oscilantes que unen toda
la creación en patrones
vibratorios ejecutados
meticulosamente en un
universo que tiene
numerosas dimensiones
'escondidas', capaces de
sufrir contorsiones
extremas, en las cuales
su tejido espacial se
rompe y después se
repara.
¿Quién podría haber
imaginado que la
unificación entre la
gravedad y la mecánica
quántica en una teoría
unificada de toda la
materia y de todas las
fuerzas provocaría tal
revolución en nuestra
comprensión de como el
universo funciona?
No hay duda de que
encontraremos sorpresas
aún mayores a medida que
avancemos en nuestra
búsqueda de entender la
realidad cósmica. Ya
podemos vislumbrar un
reino extraño del
universo, debajo de la
distancia de Planck –
escala debajo de la cual
las fluctuaciones
quánticas del tejido del
espacio-tiempo se hacen
enormes, que
posiblemente no
vigorizan las nociones
de espacio y de tiempo.
En el extremo opuesto
nuestro universo puede
ser simplemente una de
entre innumerables
burbujas que se esparcen
por la superficie de un
océano cósmico vasto y
turbulento llamado
multiuniverso. Esas
ideas están en la
vanguardia de las
especulaciones actuales
y presagian los próximos
saltos por los cuales
pasará nuestra
concepción del universo.
Tenemos los ojos fijos
en el futuro, a la
espera de los
deslumbramientos que nos
están reservados, pero
no debemos dejar de
mirar también para atrás
y maravillarnos con el
viaje que ya hicimos. La
búsqueda de las leyes
fundamentales del
universo es un drama
eminentemente humano,
que expande nuestra
visión mental y
enriquece nuestro
espíritu. Einstein nos
dio una descripción
vívida de su propia
lucha para comprender la
gravedad: "los años
ansiosos de la búsqueda
en lo oscuro, que
provocaban sentimientos
intensos de angustia y
alternancias entre
estados de confianza y
de exhaustación, y,
finalmente, la luz". A
medida que subimos la
montaña del
conocimiento, cada nueva
generación se apoya
sobre los hombros de la
anterior aproximándose
todos a la cima.
En el seno excelso del
Creador Increado, en las
cimas de la evolución,
pontifica a los Cristos
Divinos
No es difícil prever que
algún día nuestros
descendientes (tal vez
nosotros mismos en
necesario retorno a la
escuela de la vida)
llegarán al tope y
gozarán de la soberbia
vista que se abre sobre
la grandeza y la
elegancia del universo,
con claridad infinita.
Hoy nuestra generación
se maravilla con nuestra
visión del universo y
cumple así su papel
contribuyendo con un
escalón de más en la
ascensión humana que
conduce, a través del
conocimiento y de la
virtud, adquisiciones
del alma que se vuelven,
humilde, serena y
reverente, como el
Cristo, a las Mansiones
del Creador.
Análogamente, en la
génesis planetaria,
tanto por lo que sabe la
ciencia común como por
la espiritualidad, había
una inmensa confusión
general de los elementos
constitutivos, antes de
la formación del mundo.
Una especie de desorden,
llamado caos.
Inmenso laboratorio
donde estaban en
conflicto materia
incandescente, fuerzas
telúricas y energías
físico-químicas.
Destacada del núcleo
central del sistema, el
Sol, el nuevo orbe donde
iban a manifestarse
todos los fenómenos
inteligentes y
armónicos,
en el transcurso de
incontables milenios,
comenzaba a ser
preparado por el Divino
Escultor y sus legiones
de trabajadores
angélicos para su
sagrado destino en el
rumbo del porvenir.
Tal realización, bajo
los auspicios de Jesús,
por delegación divina,
llevaría de las caóticas
condiciones iniciales
del proceso a las
magníficas realidades
del orbe bendecido,
estable e insertado en
el Cosmos Divino, para
que tuviéramos el curso
evolutivo
espiritual de 22
billones de almas
humanas, gravitando en
él, como nos informa
Emmanuel en el libro
“Guión”, publicado por
la Federación Espírita
Brasileña, uno de los
libros-astros de la
siembra mediúmnica de
nuestro añorado
Francisco Cândido
Xavier.
Es que, en el seno
excelso del Creador
Increado, en las cimas
de la evolución,
pontifican los Cristos
Divinos, los Debas
Arcangélicos, cuya
sublime gloria y
soberano poder superan
todo cuanto de
magnificente y
formidable pueda
imaginar, de momento,
la mente humana. Son
ellos que, bajo la
inspiración del Supremo
Arquitecto del Universo,
presiden, en el
Infinito, a la
construcción, al
desarrollo y a la
desintegración de los
orbes, fijándoles las
rutas, las leyes
fisicoquímicas y bioma
temáticas y generando
sus destinos y los de
sus habitantes.
La ciencia humana fue,
es y será siempre
necesaria y valiosa
herramienta del
progreso, trabajadora
divina a servicio de la
evolución de los
Espíritus, vanguardista
valerosa en el combate a
las tiniebla de la
ignorancia, para en
ellas encender las luces
cada vez más brillantes
del conocimiento, a
camino de la verdad.
Admirable y digna de
aprecio son –
reconozcamos – esas
mentes extraordinarias
que trabajan en favor de
toda la humanidad, al
precio de grandes
cansancios y renuncias
desconocidas,
sobreponiendo el primado
de la inteligencia
realizadora y del
maravilloso poder de la
intuición que nace de la
fe a sus propios
intereses personales y
alzando el alma a las
cimas sublimes de las
esferas resplandecientes
en su marcha ascendente
para Dios.
Sérgio Thiesen,
professor de Medicina e
Físico, reside no Rio de
Janeiro-RJ.
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