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Año 4 172 – 22 de Agosto del 2010

SÉRGIO THIESEN  
sergiothiesen@gmail.com    
Rio de Janeiro, RJ (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 


Caos y Cosmos


En una indescriptible profusión de luces, colores y sonidos, esplendido infinito y majestuoso el imperio sideral de los universos divinos. Se mueven vertiginosamente por los espacios sin fin, incontables multitudes de nebulosas y galaxias, cargando consigo innumerables
aglomerados de miles de millones de estrellas, enanas o gigantes, nuevas o activas, blancas, amarillas, azules y rojas, con sus planetas y satélites, cometas y meteoros, en una sinfonía de bellezas que supera todos nuestros poderes de imaginación.

Y todo se mueve, se agita, en velocidades inimaginables, armoniosas o turbulencias, en vorágines y explosiones, en transformaciones y renacimientos, en un frenesí inestancable en que todo se equilibra bajo el mando invisible de la orden del orden supremo que todo preside: el Espíritu de Dios.

Cosmo o cosmos, que significa, del griego, orden, organización, belleza, armonía, es un término que designa al universo en su conjunto, la estructura universal en su totalidad, del infinitamente pequeño o microcosmo al infinitamente grande o macrocosmo. El cosmo es el conjunto, de la suma de todas las cosas de este universo ordenado, desde las estrellas y las galaxias colosales, hasta el conjunto de las partículas elementales, subatómica que forma la materia que constituye todos sus integrantes.

Por todo el transcurso de la historia, los seres humanos buscaron apasionadamente comprender el origen del universo. Tal vez ninguna cuestión sea capaz de trascender, más  que esta, el paso del tiempo y la diferenciación de las culturas y de inspirar la imaginación de la humanidad, tanto la de nuestros ancestrales como la de los investigadores de la cosmología moderna. Existe un ansia colectiva, permanente y profunda por una explicación para el hecho de que el universo existe, para la razón por la cual él tomó la forma que conocemos y para la lógica, el principio, que alimenta su evolución.

Lo que es fabuloso es que, por primera vez, la humanidad llegó a un punto en que comienza a surgir un esquema capaz de suministrar respuestas científicas a algunas de esas preguntas.

La teoría científica de la creación del cosmos hoy aceptada declara que el universo experimentó las condiciones más extraordinarias en sus primeros momentos – energía, temperatura y densidad enormes. Esas condiciones, como hoy sabemos, requieren que tengamos en cuenta tanto la mecánica quántica como la gravitación, razón de por qué el origen del universo proporciona un profundo campo de estudio en que nuevas teorías y concepciones se delinean en el horizonte del conocimiento.

Antes de la captura de electrones el universo estaba inundado por un denso plasma de partículas
eléctricamente activas

La temperatura del universo sólo 10-43 segundos después del Big-Bang, el llamado tiempo de Planck, era cerca de 1032° K (grados Kelvin), diez trillones de trillones de veces más caliente que el interior profundo del Sol. Rápidamente el universo se fue expandiendo y enfriándose y, al hacerlo, el plasma cósmico primordial, homogéneo y tórridamente caliente, comenzó a formar remolinos y concentraciones. Cerca de un centésimo milésimo de segundo tras el Big-Bang, las cosas habían enfriado lo suficiente (algo cómo 10 trillones de grados Kelvin – 1 millón de veces más caliente que el interior del Sol) para que los quarks pudieran organizarse en grupos de tres, formando los protones y los neutrones. Cerca de una centésima de segundo después las condiciones estaban listas para que los núcleos de los elementos más leves de la tabla periódica comenzaran a tomar forma, a partir del plasma original. En los 3 minutos que siguieron, cuando el universo se enfrió a una temperatura de 1 billón de grados, los núcleos predominantes eran de hidrogeno y helio, juntamente con trazos residuales de deuterio, el llamado hidrógeno pesado, y litio. Ese es el periodo del núcleo síntesis primordial.

Durante los primeros centenares de miles de años que siguieron no ocurrió nada de especial, además del proseguimiento de la expansión y del enfriamiento. Pero cuando la temperatura cayó a algunos miles de grados, la velocidad de los electrones que se movían en un frenesí desordenado se redujo lo suficiente para que los núcleos atómicos, especialmente los de hidrógeno y helio, los capturaran, formando así los primeros átomos eléctricamente neutros. Ese fue un momento crucial: a partir de entonces el universo como un todo se hizo transparente. Antes de la captura de los electrones el universo estaba inundado por un denso plasma de partículas eléctricamente activas – unas, como los núcleos, con carga eléctrica positiva, y otras, como electrones, con carga eléctrica negativa.

Los fotones, que inter-obran sólo con objetos dotados de carga eléctrica, eran tirados incesantemente de un lado para otro por el denso mar de partículas ionizadas, y prácticamente no llegaban a recorrer distancia alguna sin ser desviados o absorbidos. Esa nube espesa de partículas ionizadas impedía el movimiento libre de los fotones, lo que hacía el universo casi totalmente opaco, así como el aire que conocemos, en una neblina muy densa o en una vigorosa tempestad de nieve. Pero cuando los electrones con carga eléctrica negativa entraron en órbita alrededor de los núcleos, con carga eléctrica positiva, produciendo átomos eléctricamente neutros, la neblina desapareció.

Una manera de medir la profundidad de una teoría es verificar hasta que punto ella desafía nuestra
visión de mundo

Podríamos suponer que, desde entonces, un largo periodo de millones de años de verdadero caos o desorden caracterizaba la evolución del universo. A partir de ahí, como un punto de inflexión de la dinámica universal, el camino para la ordenación progresiva del Cosmo estaba definitivamente abierto. A partir de ahí, los fotones creados con el Big-Bang han viajado libremente, y toda la extensión del universo se volvió visible.

Más o menos 1 billón de años tras aquello que muchos físicos y cosmólogos creen ser el inicio de la formación del universo – el Big-Bang –, cuando el universo ya se hallaba substancialmente más tranquilo, las galaxias, las estrellas y por último los planetas comenzaron a surgir como aglomerados de los elementos primordiales, unidos por la gravitación. Hoy, cerca de 14 billones de años tras el descomunal episodio, nosotros nos maravillamos con la magnificencia del cosmos y con nuestra capacidad colectiva de reunir a nuestros conocimientos en una teoría razonable y experimentalmente probada del origen del mundo.

Aunque estemos física y espiritualmente conectados a la Tierra y a sus cercanías en el sistema solar, el poder del pensamiento y de la experimentación nos permite sondear las profundidades del espacio exterior y del espacio interior. Particularmente durante los últimos 100 años, el esfuerzo colectivo de muchos físicos reveló algunos de los secretos más bien guardados de la naturaleza. Y, una vez reveladas, esas joyas explicativas abrieron un nuevo panorama sobre un mundo que pensábamos conocer, pero cuyo esplendor ni siquiera hubimos llegado cerca de imaginar. Una manera de medir la profundidad de una teoría física es verificar hasta que punto ella desafía aspectos de nuestra visión de mundo que antes parecían inmutables. Bajo ese punto de vista, la mecánica quántica y las teorías de la relatividad fueron mucho más de nuestras expectativas más osadas: funciones de onda, probabilidades, tunelamiento quántico, el incesante tumulto de las fluctuaciones de energía del vacío, el entrelazamiento del espacio y del tiempo, la naturaleza relativa de la simultaneidad, la curvatura del tejido del espacio-tiempo, los agujeros negros y el Big-Bang. ¿Quién podría pensar que la perspectiva intuitiva, mecánica y precisa de Newton se haría casi tímida – que había un mundo nuevo y extraordinario debajo de la superficie de las cosas que vemos todos los días? Pero aún esos descubrimientos que sacuden nuestros paradigmas son sólo una parte de una historia mayor, que todo abarca.

La búsqueda de las leyes fundamentales del universo es un drama eminentemente humano, que expande
nuestra visión

Con una fe inquebrantable en que las leyes de lo que es pequeño y las de lo que es grande deben armonizarse en un conjunto coherente, los físicos prosiguen en su lucha incesante por encontrar la teoría definitiva. La búsqueda aún no terminó, pero la teoría de supercuerdas y su evolución en términos de la teoría M ya hicieron surgir un esquema convincente para la fusión entre la mecánica quántica, la relatividad general y las fuerzas fuerte, débil y electromagnética. Los desafíos traídos por esos avances a nuestra manera de ver el mundo son monumentales: lazos de cuerdas y glóbulos oscilantes que unen toda la creación en patrones vibratorios ejecutados meticulosamente en un universo que tiene numerosas dimensiones 'escondidas', capaces de sufrir contorsiones extremas, en las cuales su tejido espacial se rompe y después se repara.

¿Quién podría haber imaginado que la unificación entre la gravedad y la mecánica quántica en una teoría unificada de toda la materia y de todas las fuerzas provocaría tal revolución en nuestra comprensión de como el universo funciona?

No hay duda de que encontraremos sorpresas aún mayores a medida que avancemos en nuestra búsqueda de entender la realidad cósmica. Ya podemos vislumbrar un reino extraño del universo, debajo de la distancia de Planck – escala debajo de la cual las fluctuaciones quánticas del tejido del espacio-tiempo se hacen enormes,  que posiblemente no vigorizan las nociones de espacio y de tiempo. En el extremo opuesto nuestro universo puede ser simplemente una de entre innumerables burbujas que se esparcen por la superficie de un océano cósmico vasto y turbulento llamado multiuniverso. Esas ideas están en la vanguardia de las especulaciones actuales y presagian los próximos saltos por los cuales pasará nuestra concepción del universo.

Tenemos los ojos fijos en el futuro, a la espera de los deslumbramientos que nos están reservados, pero no debemos dejar de mirar también para atrás y maravillarnos con el viaje que ya hicimos. La búsqueda de las leyes fundamentales del universo es un drama eminentemente humano, que expande nuestra visión mental y enriquece nuestro espíritu. Einstein nos dio una descripción vívida de su propia lucha para comprender la gravedad: "los años ansiosos de la búsqueda en lo oscuro, que provocaban sentimientos intensos de angustia y alternancias entre estados de confianza y de exhaustación, y, finalmente, la luz". A medida que subimos la montaña del conocimiento, cada nueva generación se apoya sobre los hombros de la anterior aproximándose todos a la cima.

En el seno excelso del Creador Increado, en las cimas de la evolución, pontifica a los Cristos Divinos

No es difícil prever que algún día nuestros descendientes (tal vez nosotros mismos en necesario retorno a la escuela de la vida) llegarán al tope y gozarán de la soberbia vista que se abre sobre la grandeza y la elegancia del universo, con claridad infinita. Hoy nuestra generación se maravilla con nuestra visión del universo y cumple así su papel contribuyendo con un escalón de más en la ascensión humana que conduce, a través del conocimiento y de la virtud, adquisiciones del alma que se vuelven, humilde, serena y reverente, como el Cristo, a las Mansiones del Creador.

Análogamente, en la génesis planetaria, tanto por lo que sabe la ciencia común como por la espiritualidad, había una inmensa confusión general de los elementos constitutivos, antes de la formación del mundo. Una especie de desorden, llamado caos. Inmenso laboratorio donde estaban en conflicto materia incandescente, fuerzas telúricas y energías físico-químicas. Destacada del núcleo central del sistema, el Sol, el nuevo orbe donde iban a manifestarse todos los fenómenos inteligentes y armónicos, en el transcurso de incontables milenios, comenzaba a ser preparado por el Divino Escultor y sus legiones de trabajadores angélicos para su sagrado destino en el rumbo del porvenir.

Tal realización, bajo los auspicios de Jesús, por delegación divina, llevaría de las caóticas condiciones iniciales del proceso a las magníficas realidades del orbe bendecido, estable e insertado en el Cosmos Divino, para que tuviéramos el curso evolutivo espiritual de 22 billones de almas humanas, gravitando en él, como nos informa Emmanuel en el libro “Guión”, publicado por la Federación Espírita Brasileña, uno de los libros-astros de la siembra mediúmnica de nuestro añorado Francisco Cândido Xavier. Es que, en el seno excelso del Creador Increado, en las cimas de la evolución, pontifican los Cristos Divinos, los Debas Arcangélicos, cuya sublime gloria y soberano poder superan todo cuanto de magnificente y formidable pueda imaginar, de momento, la mente humana. Son ellos que, bajo la inspiración del Supremo Arquitecto del Universo, presiden, en el Infinito, a la construcción, al desarrollo y a la desintegración de los orbes, fijándoles las rutas, las leyes fisicoquímicas y bioma temáticas y generando sus destinos y los de sus habitantes.

La ciencia humana fue, es y será siempre necesaria y valiosa herramienta del progreso, trabajadora divina a servicio de la evolución de los Espíritus, vanguardista valerosa en el combate a las tiniebla de la ignorancia, para en ellas encender las luces cada vez más brillantes del conocimiento, a camino de la verdad.

Admirable y digna de aprecio son – reconozcamos – esas mentes extraordinarias que trabajan en favor de toda la humanidad, al precio de grandes cansancios y renuncias desconocidas, sobreponiendo el primado de la inteligencia realizadora y del maravilloso poder de la intuición que nace de la fe a sus propios intereses personales y alzando el alma a las cimas sublimes de las esferas resplandecientes en su marcha ascendente para Dios.


Sérgio Thiesen, professor de Medicina e Físico, reside no Rio de Janeiro-RJ.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita