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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4 172 – 22 de Agosto del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

La tabla

 

Cierta vez, andando por una carretera en búsqueda de trabajo, un hombre halló una grande tabla noble y bella. Miró para todos los lados y no vio a nadie. Por descontado habría caído de algún camión de madera, hecho común en aquella región.

Entendió el auxilio divino y la llevó para casa, agradeciendo a Dios, contento, la oportunidad de poder trabajar, acariciándola con las manos.

— ¡Esta madera es muy buena! ¿Qué puedo hacer con ella?

Pensó... pensó... pensó... pero no consiguió decidirse. De repente exclamó:

— ¡Ya sé! Haré un caballito de madera para mi hijo. ¡Si a los vecinos les gusta, tal vez consiga pedidos!

Y se puso a trabajar. Con la prisa, no calculó bien el tamaño del caballito y, cuando estaba casi al fin, percibió que la madera no daría para hacer las patas.

No dejándose abatir y con firme propósito de aprovechar el material que tenía en las manos, el

hombre decidió hacer otra cosa.  

Pensó... pensó... pensó... y al final decidió:

— ¡Voy a hacer un muñeco! Esta vez, sin embargo, voy a comenzar por las piernas, para que no vaya a faltar madera.

Todo animado, él comenzó a trabajar. Casi al final, percibió que no daría para hacer la cabeza. Y un muñeco sin cabeza, no tiene utilidad.

La tabla, no obstante, se reducía mucho por los cortes que sufría.

Molesto, pero sin desanimar, pensó nuevamente qué hacer. Examinó la madera restante y resolvió hacer un pequeño cofre.

Satisfecho, se puso a trabajar. Recortó las piezas para los lados, el fondo, pero de repente percibió que no daría para hacer la tapa.

Y así, de intento en intento, el hombre estropeó toda la linda tabla. Lo que tenía ahora en las manos era un montón de fragmentos y trozos que sólo servían para ser quemados.

El hombre imprevisor, amargado, se acordaba de la oportunidad que Dios le hubo dado para trabajar encontrando aquella tabla tan valiosa.

Lamentando los errores que había cometido, reconocía que los intentos inútiles eran por su culpa, por falta de objetivo, planificación y cuidado en la realización. ¡Y él, que estaba sin trabajo, necesitaba tanto de recursos para mantener a la familia!...

Así, se sentó en la sala, triste, pidiendo perdón a Dios por haber errado tanto y suplicando al Señor una nueva oportunidad.

Con lágrimas, él oró mucho, rogando al Padre que no lo desamparara. De repente, abriendo los ojos, él miró la tapa de la mesa donde se apoyaba; después, los trozos de la madera preciosa que hubo estropeado, ¡y tuvo una idea luminosa!

Cogió la vieja mesa, cuya tapa estaba llena de defectos, y comenzó a trabajar. La limpió y la lijó. Después, cogió otros trozos de maderas diferentes y de colores variados. Ahora con más cuidado, estudiaba bien la colocación de cada pieza. Varios días después, dio por terminado el trabajo.

¡La mesa renovada quedó irreconocible!

La noticia se esparció por la pequeña ciudad, y sus habitantes corrían para ver la maravilla, encantados con la delicadeza del trabajo, y los pedidos comenzaron a surgir de todos los lados.

— ¿Cómo tuvo la idea? – preguntó alguien.

— ¡Fue Dios! Sólo aproveché fragmentos y trozos de maderas y compuse un mosaico, pegando las piezas y encajándolas bien. Después, lijé y pasé barniz.  

Ahora, la linda mesa ocupaba su casa, adornándola. Y cada vez que el hombre la miraba, agradecía al Señor por la nueva oportunidad que le había dado de hacer algo bueno y útil.

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita