Casamiento,
destino
y libre
albedrío
Muchas personas,
aún en nuestro
medio, entienden
que en la
cuestión del
casamiento todo
lo que en él
ocurre fue
predeterminado,
no existiendo
espacio para
experiencias no
previstas en el
momento en que,
elaborando su
programación
reencarnatoria,
el Espíritu
planea los
hechos
principales de
la existencia
corpórea que se
avecina.
La experiencia
muestra el
equívoco de ese
pensamiento.
Basta mirar lo
que ha ocurrido
en medios
artísticos,
tanto aquí como
en el exterior,
en que existen
actores y
actrices que ya
se
encuentran en la
tercera o cuarta
boda. Sería
ingenuidad
imaginar que
todos ellos
ocurrieron como
resultado de un
programa
previamente
elaborado en el
mundo
espiritual.
En efecto,
examinando el
tema fatalidad,
los instructores
espirituales
dijeron a
Kardec: “No
creas que todo
lo que ocurre
esté escrito,
como se dice”.
“Un
acontecimiento
es,
frecuentemente,
la consecuencia
de una cosa que
hiciste por un
acto de tu libre
voluntad, de tal
suerte que, si
tú no hubieras
hecho esa cosa,
el
acontecimiento
no ocurriría.”
(El Libro de
los Espíritus,
item 859-A.)
Con relación
específicamente
al casamiento,
Divaldo Franco
declaró
oportunamente,
en una
entrevista al
periódico O
Imortal, que
existen bodas
programadas y
bodas
resultantes tan
solamente de la
precipitación.
En el rol de
estos últimos
podemos
relacionar, sin
miedo de errar,
todas esas
uniones que,
motivadas
únicamente por
una atracción
del momento, no
duran seis
meses.
Podemos, por lo
tanto, afirmar
que las
programaciones
reencarnatorias
están, sí,
sujetas a cambio
y que un hombre
– gracias al
libre albedrío
de que es dotado
– puede,
perfectamente,
relacionarse con
una mujer no
incluida en su
proyecto
reencarnatorio y
de esa unión
incluso nazcan
hijos, lo que no
significa que
los hijos vengan
por casualidad,
simplemente
porque el acaso
inexiste.
El neófito en
Espiritismo
ciertamente
preguntará como
eso es posible.
La razón no es
difícil de
comprender: los
Benefactores
Espirituales
aprovechan toda
oportunidad, aún
las equivocadas,
para sembrar el
bien. El hijo
que nace de una
implicación de
esa naturaleza
tiene,
evidentemente,
conexión con los
padres, o con
uno de ellos, en
la mayor parte
de las veces con
la madre.
Kardec trató del
asunto de forma
bien clara en el
ítem 872 de
El Libro de los
Espíritus,
en el cual
enseña que el
libre albedrío
se ejerce de dos
formas bien
diferentes en la
vida de una
persona. En la
erraticidad,
él
se expresa en la
elección que da
forma a la
llamada
programación
reencarnatoria;
después, en la
condición de
encarnado, es él
que permite al
individuo
adoptar esa o
aquella
conducta, que
puede atender o
no a lo que fue
programado.
Existen aún los
casos de
reprogramación,
en que, para
atender a una
emergencia,
puede ser dado
nuevo rumbo a la
historia de una
persona.
Ejemplos de eso,
incontables,
encontramos en
las obras de
André Luiz. Uno
de los casos es
cuando, por
ejemplo, el
marido se
suicida, dejando
mujer e hijos
sin el arrimo
necesario al
cumplimiento de
sus tareas. Una
segunda boda en
la vida de esa
mujer puede
perfectamente
ser establecida,
con la ayuda de
los Benefactores
Espirituales.
El caso Octavio,
narrado en el
cap. 7 del libro
Los Mensajeros,
de André Luiz,
nos muestra lo
que puede
ocurrir en la
vida de un
hombre que se
rebela ante el
programa
trazado, y
revela que,
aunque no
destinado
a
casarse, el
individuo puede
hacerlo e
incluso tener
hijos,
incumpliendo el
compromiso
inicialmente
firmado y
asumiendo, por
eso aún, todas
las
consecuencias
derivadas de su
acto.
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