Alfredo era un niño que
comía mucho,
especialmente todo lo
que podía engordar.
Estaba siempre con
hambre. Verduras,
legumbres, frutas y
demasiados alimentos
saludables, estaban
fuera de su lista de
alimentos.
La hora de la comida era
un drama. La comida
hecha con amor por la
madre, Elisa, no servía.
— ¡No, no y no!... ¡No
como esta porquería! —
decía el niño poniéndose
a berrear.
— ¡Mi hijo, la comida
está tan gustosa! ¡La
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hice con tanto
cariño, prueba!
Come un poco,
por lo menos —
decía la madre,
intentando
convencerlo. |
— ¡No! Quiero
hamburguesa y patatas
fritas.
— Ahora es hora del
almuerzo. No es hora de
merendar — afirmaba la
madre, llena de
paciencia.
— ¡Pero yo quiero,
quiero y quiero! —
gritaba el chico
indisciplinado.
— ¡Mi hijo, si continuas
así, luego tú estarás
gordo como un globo!
— ¡No vale! ¡Me Gusta la
hamburguesa, patatas
fritas, palomitas,
helados, chocolate y
refrescos! ¡Esa historia
de legumbres, verduras y
frutas, yo no como de
ninguna manera!
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Elisa, desanimada
delante del griterío del
hijo, acababa cediendo.
Además de eso, a Alfredo
no le me gustaba
moverse. Prefería quedar
sentado delante del
ordenador o de la
televisión. Entonces, el
tiempo pasó y él fue
engordando cada vez más.
En las actividades
deportivas de la
escuela, Alfredo no
conseguía hacer
ejercicios porque se
cansaba con facilidad;
en las carreras, era
siempre el último. En
los
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equipos de
fútbol y de
baloncesto,
nadie lo quería,
porque él no
corría, no
chutaba, no
cogía balones. |
Cierto día Alfredo llegó
a la casa con la cabeza
baja, triste. Sentado en
la calzada, estaba un
chico que él ya vio en
la escuela, y que
parecía tan triste como
él. Entonces, en un
impulso, se sentó cerca
del chico y empezó una
conversación:
— ¡¿Todo bien, chico?!
Tú me pareces triste...
Yo soy Alfredo. ¿Y tú?
El niño miró para
Alfredo espantado. Era
muy pobre, bien flaco y
pálido.
— Rogério. Estoy sin
comer hace dos días.
Nada tenemos en casa y
decidí salir para
conseguir alguna cosa.
Al oírlo hablar, Alfredo
bajó la cabeza,
avergonzado, pensando
que en su casa nunca
faltaba que comer; al
contrario, había comida
en exceso. Mirando para
el otro, él sintió más
vergüenza aún. Deberían
tener casi la misma
edad, pero el niño era
delgado, y él, enorme.
— ¡Rogério, ven conmigo!
— dijo Alfredo, tomando
una decisión.
Entraron y Alfredo
explicó la situación
para la madre, que
inmediatamente arregló
una comida y la dio al
niño. Enseguida, ella
quiso saber la situación
de la familia. Rogério
le dio la dirección y
contó que la madre de él
estaba enferma y el
padre, que era minero,
desempleado.
Después, Elisa le
entregó una bolsa con
alimentos para la
familia. El chico lo
agradeció y se despidió,
con la promesa de ella
de visitarlos al día
siguiente.
Después de la salida del
niño, Alfredo dijo para
la madre:
— ¡Ah, mamá! Quedé muy
avergonzado delante del
problema de Rogério. ¡Él
sin comida, con hambre,
y yo comiendo tanto! Tú
tenías razón. Yo como
mucho y engordé
bastante, y eso me
dificulta en la escuela,
con los compañeros...
¡finalmente, en todo!
La madre se sentó cerca
de él y dijo con cariño:
— Alfredo, lo que sobra
para unas personas falta
para otras. Es un buen
comienzo que tu hayas
reconocido eso. Pero,
para cambiar, es preciso
determinación y firmeza.
Tú necesitas mirar tu
problema de frente, para
tomar actitudes que te
ayuden de hecho.
— Tienes razón, mamá. No
me siento bien; estoy
siempre cansado, sin
disposición. ¿Tú
me ayudarás?
— Claro, hijo mío. Pero
tú tienes que
esforzarte. No va a ser
fácil.
Alfredo concordó y su
vida comenzó a cambiar.
Fue al médico, que le
dio las orientaciones
que necesitaba.
Él comenzó a levantarse
pronto, tomaba el
desayuno e iba para la
escuela. Almorzaba lo
que tenía en la mesa y
tomaba zumo; de
sobremesa, comía frutas.
A La tarde, hacía un
paseo, generalmente con
Rogério. Volvía cansado,
pero contento.
La actividad física
mejoraba su disposición.
Muchas veces, Alfredo se
sentía flaquear, pero
hubo aprendido con la
madre que la oración es
muy importante y que,
cuando tenemos un
propósito y deseamos
vencer, Jesús nos ayuda
siempre. Además de eso,
cuando él se acordaba de
Rogério y de sus
dificultades, se llenaba
de nuevo ánimo. Ahora
eran muy amigos y
siempre visitaban la
casa de él, donde todo
cambió para mejor. Con
la ayuda de Elisa, la
madre se restableció y
el padre estaba
empleado.
Más animado, Alfredo
hacía actividad física
en la escuela y no era
más rechazado. En poco
tiempo, había adelgazado
muchos kilos y estaba
muy diferente. Por su
parte, Rogério engordara
un poco, hubo ganado
nuevos colores y andaba
con un aspecto bien
mejor.
Un día, la madre invitó
a Alfredo y Rogério para
ir al centro comercial.
En la hora de la
merienda, Elisa dijo a
ellos que podrían
escoger lo que
quisieran.
— ¿Puedo, sí? — preguntó
Alfredo.
— ¡Claro! De tarde en
tarde no hace mal, hijo
mío. Tú te has esforzado
y lo mereces.
Entonces, Alfredo comió
con gran satisfacción la
hamburguesa que tanto le
gustaba acompañado
de patatitas y refresco.
Aquel sándwich, tras
meses, tenía un sabor
todo especial.
— Gracias, mamá, por el
apoyo que me has dado.
¡Valió! ¡Me siento mucho
mejor! Y, ¿quieres
saber? Ahora me gusta
realmente comer una
ensalada en la comida —
dije él, mientras la
madre y el amigo caían
en la risa.
Después, Alfredo pensó
un poco, y completó:
— Lo que me valió
incluso, cuando yo
estaba desanimado, casi
desistiendo, fueron las
plegarias que yo dirigía
a Jesús y la amistad de
Rogério. Tengo seguridad
de que el Señor me
socorrió muchas veces.
Hoy, agradezco por el
amparo que tuve de ti,
de Rogério y de Jesús.
Pero entendí también,
que lo importante es
mantener el equilibrio.
Todo lo que es demasiado
es exceso y sólo nos
perjudica.
Meimei
(Recebida por Célia X.
de Camargo en
17/01/2011.)
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