Un saludo a un
querido
amigo
que partió
El jueves ya
empezaba a
oscurecer cuando
el teléfono nos
trajo una
noticia que las
personas
generalmente no
desean recibir:
alguien nos daba
cuenta del
fallecimiento de
un ente próximo
y querido.
Hablamos de
nuestro cofrade
Adervaldo
Roberto Patta,
trabajador
dedicado y uno
de los
fundadores de la
Comunión
Espirita
Cristiana de
Londrina, en la
cual se dedicaba
hacía más de
veinte años, sin
perjuicio de las
tareas que
realizaba
también en el
Centro Espirita
Nuestro Hogar,
localizado en la
misma ciudad.
Su fallecimiento
ocurrió en el
día 11, horas
después de una
cirugía de
emergencia en la
que fue
sometido,
después de dos
meses de
sufrimiento
causado por una
enfermedad que
le provocaba
constantes
pérdidas de
sangre en el
intestino.
El lector
ciertamente no
ignora que el
sentimiento del
espirita delante
de la muerte no
es, y no debe
ser, sentimiento
de pérdida,
porque la muerte
no existe de la
manera como
generalmente las
personas la
imaginan.
La muerte es un
cambio de
domicilio y de
tareas.
Evidentemente,
las personas que
ya cambiaron
algunas veces de
ciudad saben que
no se trata de
algo fácil, que
exige una fase
de adaptación
hasta que las
cosas se encajen
y todo vuelve al
normal.
Cambiar de
tareas no es,
igualmente, cosa
que agrade.
Quien ya perdió
el empleo y tuvo
de recomenzar en
otra empresa
sabe bien como
eso es difícil,
aunque sea
igualmente
pasajero.
Es tal vez por
eso que la
muerte nos
causa, mismo a
nosotros que
somos espiritas,
una cierta
aprehensión,
semejante a la
experimentada
por aquellos que
pasan por las
situaciones que
nos referimos.
La muerte, no
obstante, no
existe. Dice
ella respeto tan
sólo al cuerpo
perecible y a
esa contingencia
nadie escapará.
Pero no atinge
el alma, ser
inmortal e
indestructible
que prosigue en
su caminata con
vistas a atingir
la meta para la
cual fuimos
criados, o sea,
la perfección.
Nuestro
sentimiento y
nuestro deseo,
en relación al
amigo que
partió, es que
él pueda en
breve estar de
nuevo integrado
a la tarea y,
con la buena
voluntad y la
dedicación que
siempre lo
caracterizaron,
vuelva a
trabajar y
auxiliar
aquellos que
necesitan, sin
las dificultades
y los óbices que
nosotros, los
encarnados,
enfrentamos.
Delante del
ataúd donde se
encontraba el
cuerpo inerte de
Allan Kardec,
Flammarion-
dirigiéndose
evidentemente al
Espíritu del
Codificador -
dijo estas
palabras que se
tornaron
célebres:
“Ahora
retornaste a ese
mundo de donde
vinimos, y
recoge los
frutos de tus
estudios
terrestres. Tu
envoltorio
duerme al
nuestros pies,
tu celebro está
aniquilado, tus
ojos están
cerrados para no
más abrirse, tu
palabra no se
hará más oír…
Sabemos que
todos nosotros
llegaremos a ese
mismo último
sueño, a la
misma inercia,
al mismo polvo.
Pero no es en
ese envoltorio
que colocamos
nuestra gloria y
nuestra
esperanza. El
cuerpo cae, el
alma permanece y
retorna al
espacio. Nos
encontraremos,
en ese mundo
mejor, y en el
cielo inmenso
donde se
ejercerán las
nuestras
facultades, las
más poderosas,
continuaremos
los estudios que
no tenían sobre
la Tierra si no
un teatro muy
estrecho para
contenerlos.
Nos gusta más
saber esta
verdad de que
creer que todo
yace enteramente
en ese cadáver,
y que tu alma
haya sido
destruida por la
cesación del
funcionamiento
de un órgano. La
inmortalidad es
la luz de la
vida, como ese
brillante Sol es
la luz de la
Naturaleza.
Hasta pronto mi
caro Allan
Kardec, hasta
pronto”.
Al Roberto
Patta, con el
nuestro abrazo,
nos gustaría
decirte las
mismas palabras,
además de
enviarte desde
aquí nuestras
preces, que
extendemos a tu
madre y a los
demás
familiares.
Y, tal como
Flammarion, te
decimos: ¡Hasta
la vista,
querido amigo!
Nos aguarde,
porque más
temprano de lo
que imaginamos
estaremos de
nuevo reunidos.
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