A Luísa le gustaba jugar
con su amiga Malu. Eran
vecinas y también
compañeras en la
escuela. Generalmente,
hacían los deberes
juntas y después
jugueteaban.
Sin embargo, últimamente
Luísa volvía siempre
desanimada. La amiga
estaba insoportable.
Protestaba por todo,
mostrándose irritada y
nerviosa por cualquier
cosa; finalmente, nada
estaba bien para ella. Y
Luísa se sentía muy mal
con el comportamiento de
Malu.
En aquella tarde la niña
entró en casa y dijo:
— ¡No voy más a la casa
de Malu!
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La madre, que estaba en
la cocina, oyó y paró lo
que estaba haciendo,
sorprendida.
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— ¡Ahora esa, hija mía!
¿Por qué eso ahora? ¡Tú
y Malu siempre
estuvisteis tan bien!...
— Es verdad, mamá. ¡Pero
Malu está muy rara!...
— ¿Vosotras pelearon?
— No, nosotras nunca
peleamos. Sin embargo,
ella protesta por todo,
está irritada, nerviosa.
¡Y yo no aguanto más!
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La madre se sentó, cogió
a la hija en los brazos
y consideró:
— Luísa, ¿ella siempre
fue así?
— No, mamá.
— Entonces, hija, Malu
no está bien. Debe estar
ocurriendo algo con
ella.
— ¿Será así?
La madre pensó un poco y
sugirió:
— ¡Vosotras sois tan
amigas! ¿No crees que
Malu pueda estar
necesitando de ti, de tu
comprensión? No dejes
que la irritación de
ella te contamine.
Mantén tu tranquilidad
para poder ayudarla.
— Tienes razón, mamá. Lo
peor es que quedo
nerviosa también.
— Pero si tú te dejaras
influenciar por ella, no
podrás ayudarla. Ves el
Sol, por ejemplo. En el
mundo, existen peleas,
desentendimientos, hasta
revoluciones y
ocurriendo guerras, pero
el Sol continúa siempre
allá encima, iluminando
a todos, ejerciendo su
tarea sin alterarse.
¿Entendiste?
— Sí, mamá. Tú eres mi
sol. Cuando estoy
nerviosa, tú también me
ayudas sin irritarte.
La madre, conmovida con
las palabras de la hija,
la abrazó con cariño.
— Eso mismo, Luísa.
Entonces, ¿por qué no
buscas saber lo que está
pasando con tu amiga?
— Puedes dejar, mamá.
Mañana mismo voy a hacer
eso.
Al día siguiente,
después de las aulas,
Luísa fue hasta la casa
de la amiga y encontró a
Malu llorando. Le
preguntó lo que había
pasado y ella respondió:
— Mi perrito Tito está
enfermo y necesita ser
ingresado en el
hospital.
Luisa se extrañó:
— ¡Yo no sabía que él
estaba enfermo, Malu!
— Es que yo estaba tan
molesta que no quería ni
tocar el asunto. Mamá
dice que él va sanar y
volver para nuestra
casa, ¡pero yo tengo
miedo que él muera!.
— No pienses en eso,
Malu. Además, en el más
allá, tú sabes que nadie
muere. Es sólo el cuerpo
que deja de existir. El
espíritu continúa vivo
en el mundo espiritual.
— Ah, esto ocurre con
las personas. Pero, ¿y
los perros?
— Los perros y todos los
animales, también
continúan vivos y
progresando siempre.
— ¿Tienes seguridad?
Entonces, ¿mi perrito
podrá volver en un nuevo
cuerpo?
— ¡Claro!
Y la niña ya comenzó a
imaginar:
— ¿Quién sabe si él
pueda renacer aquí cerca
de casa? ¿Quién sabe si
yo consigo reconocerlo?
¿Quién sabe si él venga
a visitarme? Quién
sabe...
Luísa halló graciosao la
imaginación de la amiga
y exclamó:
— ¡Malu! ¡Pero Tito no
murió!... ¿Por qué
pensar esas cosas?
En eso, la madre de Malu,
que estaba al teléfono,
dio la buena noticia:
— ¡Hija, Tito está bien
y ya puede venir para
casa!
Malu quedó muy feliz. Y,
ahora más animada, paró
de llorar y agradeció a
Jesús por haber curado a
su perrito. Después, se
puso a hablar de Tito y
de cómo él era
inteligente y gracioso.
Y Luísa, mirando para la
amiga, ahora risueña,
sonrió también pensando:
—
Mi madre tenía
razón. Como las cosas
cambian. Basta con que
sepamos lidiar con los
problemas, encontrando
el camino correcto, y la
solución aparece.
Meimei
(Mensagem psicografada
por Célia Xavier de
Camargo, em 28/2/2011.)
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