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Año 5 205 17 de Abril de 2011

LUCIANO DOS ANJOS      
lucianofilho@uol.com.br
Rio de Janeiro, RJ (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Chico Xavier fue Ruth-Céline Japhet  

Parte 2 e final

 
Amélie Boudet (Gabi, mujer de Allan Kardec) lo acompañaba siempre. Allí, tuvo inicio su trabajo misionero, cuando pasó de observador sagaz a conductor de los objetivos de las reuniones. El profesor Rivail inmediatamente percibió que las respuestas de los Espíritus eran de contenido
transcendente y deberían ser conducidas para el mejor aprovechamiento. Javary era uno de los mentores (en la época llamados guías) de las sesiones de carácter público. Ese nombre encubría un Espíritu que, en la encarnación anterior, había sido indio americano. A partir de entonces, la historia es bastante conocida. Asumiendo de hecho el control de las sesiones, Rivail recoge de ellas notables revelaciones, que irán a comparecer en las páginas de El Libro de los Espíritus. Propone abrir los trabajos a las 20 horas con una plegaria e introduce nuevo método de preguntas. En la reunión de 1º de enero de 1856, estaban presentes: Zéfiro, Agustín, Juan Evangelista, Vicente de Paul, Sócrates, Fénelon, Swedenborg, Hahnemann. Se reunían los miércoles y sábados. Desde abril de 1856, las médiums pasaron a usar la pluma de pato en vez de la cubierta tupia.

En los primeros momentos, la mayor parte de las respuestas vinieron por la mediumnidad de las hermanas Caroline y Julie Baudin, de hecho amigas íntimas de Ruth-Céline. En 1856, la familia Baudin estaba viviendo en la rue Lamartine nº 32. Los puntos más importantes, sin embargo, fueron psicografiados por Ruth-Céline. Fue también por intermédio de ella que el profesor Rivail recibió, el día 30 de abril de 1856, la primera noticia sobre su misión. Y también que supo de su encarnación pasada, al tiempo de Julio César, en las Galias, cuando había sido un sacerdote druida llamado Allan. Después, por el médium Roze, que colaboraría en la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, los Espíritus revelaron que el complemento del nombre era Kardec. Esta versión de que el nombre fue revelado de manera fraccionada, en dos etapas, es de la srta. Japhet, en conversación con Aksakof. Posteriormente es que Rivail habría hecho la unión de los dos, en la onomatopella que encubriría su verdadero nombre y que le habría costado algunas críticas, bastante injustas por señal, durante el famoso Proceso de los Espíritas. Allan Kardec narra que fue Z. (Zéfiro), su Espíritu protector, quien reveló el nombre y que los dos vivieron juntos en las Galias. Añadió, en otra oportunidad, que también las hermanas Baudin eran galesas, encarnadas en aquella misma época de Kardec. Por su parte, casi todos los del grupo de la srta. Japhet eran antiguos semitas, convertidos al cristianismo. Ya Ermance Dufaux – aprovecho para revelar – recibido de otro guía, en otro lugar, noticia de que hubo vivido igualmente en aquel grupo galés de Kardec. Sólo, se concluyó, Ruth-Céline era partidaría de otra región.

Las hermanas Baudin fueron, por lo tanto, las que más concursaron para la primera fase de los trabajos de composición de El Libro de los Espíritus. Con todo, los Espíritus recomendaron que fuera hecha una revisión amplia, de punta a punta, trabajo entonces realizado con la contribución de la srta. Japhet en sesiones particulares, en la residencia de Roustan, en la rue Tiquetone nº 14. Esa fue, pues, la tarea principal, que se extendió de junio a diciembre de 1856, habiendo Allan Kardec declarado que la médium “se prestó con la mayor buena voluntad y el más completo desinterés a todas las exigencias de los Espíritus” (Revue Spirite, 1858, p. 36). En cuanto al desinterés, parece que no fue así...

A finales de 1857, Julie y Caroline Baudin se casaron y la familia se dispersó

A principios de 1857, Allan Kardec encaminó a la editora los originales y, el 18 de abril de 1857, como todos saben, es lanzado, en el Palais Royal, El Libro de los Espíritus, de repercusión inmediata. Kardec cargó con todos los costes, pues el barón Tiedeman-Marthèse, amigo personal, “no quiso prestar su concurso pecuniário”, conforme el llamamiento del Codificador. Y aquí comienzan los contratiempos, muy bien escamoteados del público en general. Ruth-Céline Japhet andaba con 20 años.

Después de esa fecha, Allan Kardec dejó el grupo del sr. Japhet y pasó a hacer reuniones en su propia residencia, allí bien cerca, en la rue des Martyrs nº 8, donde vivió de 1856 a 1860, año este en que se cambió para el pasaje Sainte-Anne nº 59, sede también de la Revue Spirite. Ruth-Céline, Caroline y Julie estaban prometidas e inmediatamente se casaron. Allan Kardec explica, sucintamente, sin entrar en detalles, que, a finales de 1857, las dos Baudin se casaron, las reuniones cesaron y la familia se dispersó. Ruth-Céline, no mencionada, también se casó y, extrañamente, nunca más se habló de ellas.  Hay registros de que, por esa ocasión, se pretendió realmente hacer descender sobre la médium Japhet una cortina de silencio, al tiempo en que se distinguían, en los círculos de estudiosos, dos pensamientos distinguidos en cuanto a la cuestión de la reencarnación (espiritualistas versus magnetistas). Concomitantemente, Mme. Japhet, alejada, guardaba algunas desolaciones mientras esparcían que ella había desencarnado, por cuenta de desencuentros con miembros del grupo de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas. En ese grupo debería de hecho haber personas complicadas, pues el propio Allan Kardec irá a escribir, más tarde, que fue traicionado dentro de la entidad. Sin embargo, a pesar de dada como muerta, la verdad es que Mme. Japhet prosiguió dando consultas hasta por lo menos mediados de 1873, época en que vivia con el marido en París, en la rue des Enfants Rouges, G.

Como generalmente ocurre (hasta en el seno del apostolado de Jesus ocurrió), el lanzamiento de El Libro de los Espíritus provocó un impacto estruendoso en todos los círculos religiosos y culturales, pero trajo también en su interior algunas disensiones internas entre los integrantes del grupo de Roustan, donde había permanecido la srta. Japhet, y el grupo que acompañó a Kardec para las sesiones en su residencia, donde vendría a ser preparada la segunda edición definitiva de El Libro de los Espíritus.

Allan Kardec nunca escondió que Ruth-Céline Japhet y las hermanas Caroline y Julie Baudin fueron sus médiums principales. El trabajo de la srta. Japhet, después de pasar a la modalidad directa de psicografia, era completamente mecánico, por lo que ella tenía inclusive dificultad en seguir el enredo del que escribía. Sin embargo de nunca haber sido impedida por su guía espiritual, ella no se atrevía a escribir a solas. El trabajo final de la revisión de El Libro de los Espíritus, inclusive la Introducción y la Conclusión, fue hecho casi que íntegramente a través de la mediumnidad de ella, en la casa de ella, a veces con la colaboración de su padre en algunos puntos considerados más difíciles. Ya la revisión de la segunda edición, de 1860, cupo en gran medida a la médium Ermance Dufaux, realizada en la residencia del propio Codificador.

Ruth-Céline lamentó no tener su nombre y ni el de los demás médiums en los libros publicados

Aún en la conversación que tuvo, en 1873, con el conocido investigador ruso Alexandre Aksakof, la sra. Japhet, ya casada, se lamentó de que no había recibido ningún ejemplar de El Libro de los Espíritus y que Allan Kardec, al alejarse de su grupo para montar el propio, con el médium Roze, hubo llevado un mazo de manuscritos con los cuales, en parte, fue compuesto El Libro de los Médiums, en 1861. Había intentado verlos, pero supo sólo que Allan Kardec había sugerido que ella reclamara a la Justicia. Esa fue su declaración, al confesarse abatida con los acontecimientos de la época que, en el fondo, ocultaban algo por lo menos extraño.

Con todo, no debemos precipitar ilaciones que pueden estar divorciadas de las intenciones. En primer lugar, sería preciso saber de quien eran los manuscritos. ¿De la médium, o de Kardec? Mensajes y respuestas venían por la mediunidad de ella, pero las preguntas acostumbraban a ser propuestas por Kardec. Probablemente, no deseando que se creara una situación de incomodidad para los dos, Kardec prefirió aclarar con las leyes pretendiendo tal vez que todo se resolviera en el ámbito imparcial de la Justicia, camino muy natural para los que anhelan contornar pendencias personales. En el fondo, es hasta justo suponer que de hecho existía en el malestar una circunstancia importante para ambos. Ruth-Céline también lamentó no tener su nombre y ni el de los demás médiums en los libros publicados. Sería una compensación para quién hubo trabajado gratuitamente. Ahora, habiendo producido gran parte del texto y la integral revisión de la obra, la médium vivía, no más, una época de ignorancia en que la mediunidad valía dinero. Por lo tanto, ella estaría considerándose perjudicada.

Allan Kardec, por su turno, que ganaba dinero con sus obras pedagógicas (justa remuneración de su esfuerzo profesional), listamente despertó para una visión ética mucho más profunda de la nueva religión que hubo acabado de codificar. No podría concordar, aunque quisiera y pudiera – como podría, es claro, si hubiera fallado en la misión – con una mercantilización que desmoralizaría, en el origen, la enseñanza de los propios Espíritus en el sentido de que ningún producto espírita, principalmente mediúmnico, debería ser remunerado. Añade que el público, aunque estuviera acostumbrado a eso, difícilmente creería en un nuevo mensaje cristiano-espírita sabiendo que había sido obtenido a cuesta del dinero. Sin embargo, ese era concepto muy nuevo para ser entendido de pronto por los médiums profesionales de la época... Allan Kardec, en su visión misionera, asimiló muy bien y más rápido aún la importancia de ese criterio y no podría ceder; pero la srta. Japhet y todos los sonámbulos contemporáneos no tenían la más pequeña capacidad de alcanzar todos los valores de esa extraña moral. Hay, pues, que entender al Codificador; y perdonar a la más cualificada médium del periodo.

Kardec y Japhet eran misioneros, pero le faltaba a ella la visión luminosa que afloró en él en relación a sus respectivos papeles y a la substancia de los preceptos de la Tercera Revelación. Reencarnacionistas, médium y Codificador no tenían ninguna duda más a respecto de esa cuestión fundamental y, pues, estaban del mismo lado; pero la cuestión de la omisión de su nombre en la obra y de la renuncia forzada a cualquier pago profesionales, convengamos que era demasiado para la comprensión de ella.

La generosidad fue siempre un marco de honra en la mediumnidad del misionero de Pedro Leopoldo

En ese punto, Allan Kardec exhibía años luz de progreso espiritual y rápidamente asimiló el juicio ético. De cualquier forma, como nadie tiene el derecho de alegar desconocimiento de la ley, el Espíritu Ruth-Céline Bequet no se perdonaría, en la espiritualidade, de ese comportamiento y de ese inconformismo, imponiéndose a sí misma una nueva misión en que, en las mismas condiciones de gran médium, pudiera vencer todas las tentaciones para testificar su desprendimento total, su humildad extrema y su amor incondicional a favor de la doctrina de Jesús

Así, aquella crisis del siglo XIX se transformó en un clavo para el Espíritu que, al siglo siguiente, reencarnaría en Brasil comprometido en ampliar su esfuerzo mediúmnico en el trabajo desinteresado de desdoblamiento de la revelación. Ruth-Céline Japhet hubo conseguido evolucionar bastante para caer en sí y consertar su posicionamiento anterior. Esa parte de la historia es reciente y todos la conocen.

El desprendimiento fue siempre un marco de honra en la mediumnidad del misionero de Pedro Leopoldo y Uberaba. Vivió toda la vida como prisionero de invencible respeto a la humildad. Francisco Cándido Xavier rehusó sistemáticamente cualquier intento, directa o indirecta, que por toda la vida fue surgiendo en términos de remuneración material. Nunca aceptó cualquier tipo de compensación, y vivió de su trabajo de funcionario, tras su mísera pensión oficial y, más en la vejez, de la ayuda que amigos particulares le ofrecían, pero siempre a cambio de nada. Conocí a algunos de ellos.

Era preciso notar aquel tropiezo del pasado. Lo consiguió. Chico Xavier fue un vencedor y sabía que tendría, ahora, que sacrificarse hasta los límites de lo imposible para ejemplificar lo que podría haber aprendido, en ese particular, en la convivencia personal con Allan Kardec. Tuvo siempre repulsa – ese es el término exacto – a cualquier tipo de compensación por su trabajo. Y él arrastró periodos de grandes dificultades y de grandes tentaciones. Pero mantuvo altanera la dignidad y su credibilidad mediúmnica. Nunca tuvo adrenalina para acompañar a los que le envolvían el nombre asociándolo al derecho de ser recompensado en la Tierra.

No obstante, es siempre necesario repetir que Ruth-Céline fue una mujer de muchas virtudes y mucho afecto. Simpáticamente romántica, era una figura que se destacaba del biotipo francés. Tenía personalidad, talento propio y un alma generosa, reconocida por todos que compartían su amistad y de su intimidad. No era sin motivo que Amélie Gabrielle Boudet la llamaba hija. Delgada, pálida, esculpida de grandes ojos negros y de espesa cabellera negra, con marcados trazos judaicos de los pueblos orientales. Muchos la juzgaban de origen árabe. Su vida se mezcló de dolor y amor, en un caleidoscopio de bellas emociones.

Ruth-Céline Japhet tuvo una encarnación como hebrea, en Egipto; después, volvió como judía, en Canaán vivió nueva encarnación en Palestina; y en otra vida como mora, en Portugal. El ramo de su familia descendia remotamente de moros portugueses, convertidos hacia siglos al cristianismo. Esas encarnaciones, levantadas por el erudito investigador Canuto Abreu, tuvieron, por escrito, la aprobación de Emmanuel, a través del propio médium.

Chico Xavier es un Espíritu que ha vuelto al mundo sucesivamente en la forma femenina

Bien, esa es la historia de Ruth-Céline Bequet, conocida por srta. Japhet, y que vino a reencarnar en Brasil como Francisco Cândido Xavier, conocido por Chico Xavier.

Y, antes de cerrar y para enfriar de una vez el síncope de los más fanáticos, llamo la atención para tres hechos capitales:

1. Hay una comunicación de Allan Kardec, dictada el 30.3.1924, y publicada en la Revue Spirite de julio de 1924.

2. Francisco Cândido Xavier tenía a Zilda Gama en la cuenta de médium excepcional, sobre quien escribió para el presidente de la FEB, en 1946, expresando su contentamiento y bienestar por la noticia de un libro más por ella psicografiado. Pues es de ella un mensaje de Allan Kardec, recibido el 27.12.1912, estampada, con otras más, en su precioso libro Diario de los Invisibles (contenido la 2ª edición de 1943).

3. En la década de los 60, Francisco Cândido Xavier admitió, para un grupo reservado de amigos, que Allan Kardec ya estaba reencarnado. Nacido en Brasil, fue a estudiar en Suiza y vive allá hasta hoy, con doble nacionalidad (A.L.R.). La hipótesis – ya completamente descartada – tenía al menos un mínimo de coherencia. Se trata de un profesor humanista de notable erudicción, principalmente filosófica, y es admirado por los círculos más cultos del magistério suizo. Sólo que él mismo no quiere ni oír hablar del asunto.

Relacioné, en el inicio de este texto, estas y otras reencarnaciones que pude registrar de ese Espíritu maravilloso. Como puede ser observado, se trata de un Espíritu que ha vuelto sucesivamente en la forma femenina, ocurriendo la excepción sólo ahora, en Brasil de 1910, con miras a la misión con la cual se hubo comprometido. Si una vez más hubiera venido como mujer, principalmente en aquel inicio de siglo, jamás tendría ninguna oportunidad de hacerse oído y respetado. El prejuicio era muy marcado e impeditivo de cualquier nivel de los sexos.

Y cabe la indagação: viniendo como vino en un cuerpo masculino, ¿quién cometería el despautério de creer que aquella personalidad no era una mujer declarada, en todos los sentidos? Su psiquismo jamás traicionó la apariencia, la feminilidad. Su psicología behaviorista tenía el carimbo consagrado de los automatismos, de los reflejos, de los gestos, de los meneos, de los maneramientos de delicada, colorida y hermosa mujer.

¿Es posible, en sana conciencia, identificar en ese perfil dulce, dúctil y delicado cualquier señal de la robusta, varonil, vigorosa personalidad de Allan Kardec? Sólo a cuenta de intragable degeneración neurónica de idólatras ignorantes y charlatanes. Insistir en ese disparate no pasa de una idea más, deshonesta con el Espiritismo. 

 

Nota del Autor:

Claque en http://vimeo.com/9098617 para ver la conferencia “Chico, Diálogos y Recordaciones” proferida el 9/10/2009, en que Arnaldo Rocha habla sobre el añorado Chico Xavier y confirma la información contenida en este artículo.




 


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