Los
muertos
son los
vivos
del
cielo
El
Espiritismo
rompe
los
misterios
de la
muerte y
establece
la
Conexión
entre el
mundo
corporal
y el
mundo
espiritual
“En
verdad,
en
verdad
os digo
que, si
alguien
guarda
mí
palabra,
nunca
verá la
muerte.
Yosoy la
resurrección
y la
Vida;
quien
cree en
mí,
aunque
esté
muerto
vivirá;
y todo
aquel
que vive
y cree
en mí
nunca
morirá.
¿Crees
tú esto?
- Jesús
(Juan,
8:51 y
11:25 y
26.)
Popularmente
se dice
que
jamás
alguien
volvió
para
decir lo
que es
la
muerte.
Ledo
engaño.
Sin
mencionar
la
Codificación
Espírita,
toda
ella
fruto de
la
elaboración
de los
“muertos”,
inclusive
con
testimonios
explícitos
en la
segunda
parte
del
libro “El
Cielo y
el
Infierno”,
eso
no es
secreto
para
nadie
más, una
vez que
los
medios
ya
propagó
en
sonido e
imagen
incontables
casos de
criaturas
que
volvieron
de la “muerte”
y
narraron
con
perfectos
detalles
como se
dio tal
experiencia...
El
Espiritismo
desveló
ese
enigma
hace
décadas
y los
recientes
“descubrimientos”
sólo
vienen a
ratificar
sus
postulados,
es
decir, “llover
en
mojado”.
Por lo
tanto,
la
Doctrina
Espírita,
cuya
principal
función
es
mejorar
a las
criaturas,
revela,
también,
lo que
realmente
es la
muerte,
ofreciendo
la
irrefutable
conexión
del
mundo
corporal
con el
mundo
espiritual.
El
Espiritismo
probó
que la
muerte,
como
sinónimo
de
cesación
de la
vida, no
existe;
ella es
tan
solamente
un
cambio
de
estado
de
Espíritu,
la
destrucción
de una
forma
frágil
que ya
no
proporciona
a la
vida las
condiciones
necesarias
a su
funcionamiento
y a su
evolución.
Para
más allá
de la
sepultura,
se abre
una
nueva
fase de
la
existencia,
hasta
más
exuberante.
Y no
podía
ser de
otra
forma,
pues fue
Jesús
quién
afirmó
que Él
vino
a darnos
la vida,
y vida
abundante.
Por
todas
partes
está la
vida. La
naturaleza
entera
está
mostrándonos,
en su
maravilloso
panorama,
la
renovación
constante
de todo.
Ningún
ente
puede
perecer
en su
principio
de vida,
en su
unidad
consciente.
La vida
del
hombre
es como
el Sol
de las
regiones
polares
durante
el
estío:
desciende
despacio,
baja, va
enflaqueciendo,
parece
desaparecer
un
instante
por bajo
del
horizonte;
es el
fin, en
la
apariencia;
pero,
después,
se
vuelve a
elevarse,
para
nuevamente
describir
su
órbita
inmensa
en el
Cielo.
La
muerte
es sólo
un
eclipse
momentáneo
en la
gran
revolución
de
nuestras
existencias;
pero
basta
ese
instante
para
revelarnos
el
sentido
profundo
de la
vida.
De la
separación
del alma
del
cuerpo
somático
Acabando
el
fluido
vital,
el
Espíritu
se
desprende
del
cuerpo
en un
proceso
lento de
separación
de los
lazos
fluídicos.
Sería
una
especie
de
desatar
los “corchetes”
que
mantenían
el
Espíritu
prendido
al
cuerpo.
Esta
separación
comienza
antes de
la
cesación
completa
de la
vida del
cuerpo y
no
siempre
termina
en el
instante
de la
muerte.
Durante
el
desligamiento,
el
Espíritu
entra en
un
estado
de
perturbación
que lo
imposibilita
de
discernir
lo que
está
pasando.
Ese
proceso
puede
durar
horas,
meses o
hasta
años,
dependiendo
del
grado de
evolución
y del
desprendimiento
material
del
Espíritu.
Al
completar
la
separación,
el
Espíritu
se ve
libre de
la
esclavitud
material
y a
partir
de ahí
comienza
(nuevamente)
la
verdadera
vida,
donde
reencontramos
a
nuestros
amigos y
a las
personas
que
amamos,
y ellos
nos
felicitan
si el
exilio
material
fue
provechoso
para
elevarnos
en la
jerarquía
espiritual.
El
Espíritu
percibe
todo
cuanto
percibimos:
la luz,
los
sonidos,
olores
etc.;
pero,
mientras
encarnados,
los
sentimos
por
medio de
los
órganos.
En el
Espíritu
las
sensaciones
lo
sensibilizan
de
manera
general,
pues no
existen
órganos
limitadores.
Además
de eso,
el
Espíritu
tiene la
capacidad
de
sentir
cuando
quiere,
puede
suspender
la
visión o
la
audición
cuando
le
convenga;
esta
facultad
está en
la razón
directa
de su
superioridad
espiritual.
Las
sensaciones
inherentes
a la
materia,
al
cuerpo,
no se
verifican
en el
Espíritu.
No
siente
hambre,
dolor,
enfermedades,
ninguna
sensación
causada
por
necesidad
material.
Pero,
debido a
la
inferioridad
moral,
ciertos
Espíritus
tienen
todas
las
pasiones
y todos
los
deseos
que
tenían
en vida
y su
castigo
es no
poder
satisfacerlos.
La vida
después
del
deceso
corporal
Sería
infantilidad
creer
que la
vida
espiritual
es una
ociosidad.
Los
Espíritus
tienen
funciones
que
varían
de
acuerdo
con su
grado de
evolución;
pueden
dirigir
la
marcha
de los
acontecimientos
que
concursan
para el
progreso
del
mundo,
cuando
es de
alto
grado
evolutivo,
como
pueden
servir
de
protectores
de las
criaturas,
aconsejando
y
guiándolas
en la
camino
del
bien.
Los
trabajos
no se
restringen
a los
Espíritus
más
evolucionados.
Los
inferiores
tienen
también
su
función
de
acuerdo
con su
capacitación.
Vemos,
así,
como
están
lejos de
la
verdad
las
enseñanzas
y el
ceremonial
que
representan
la
muerte
de forma
lúgubre,
que más
traduce
un
sentimiento
de
terror
en las
personas.
Las
doctrinas
materialistas,
por su
parte,
no eran
propias
para
reaccionar
contra
esa
impresión.
La noche
es sólo
la
víspera
de la
aurora.
Cuando
acaba el
verano y
al
deslumbramiento
de la
Naturaleza
va a
suceder
el
invierno
taciturno,
nos
consolamos
con el
pensamiento
de las
florescencias
futuras.
¿Por qué
existe,
pues, el
miedo de
la
muerte,
la
ansiedad
pungente,
con
relación
a un
acto que
no es el
fin de
cosa
alguna?
Es casi
siempre
porque
la
muerte
nos
parece
la
pérdida,
la
privación
súbita
de todo
lo que
hacía
nuestra
alegría.
El
espírita
sabe
que no
es así.
La
muerte
es para
él la
entrada
en un
modo de
vida más
rico de
impresiones
y
sensaciones,
y ni
siquiera
nos
priva de
las
cosas de
este
mundo,
ya que
continuaremos
viendo a
aquellos
a quien
amamos.
Del seno
de los
Espacios
seguiremos
los
progresos
de la
Tierra;
veremos
los
cambios
que
ocurren
en su
superficie;
asistiremos
a los
nuevos
descubrimientos,
al
desarrollo
social,
político
y
religioso
de las
naciones
y, hasta
la hora
de
nuestro
regreso
a la
carne,
en todo
eso
hemos de
cooperar
fluidicamente,
auxiliando,
influenciando,
en la
medida
de
nuestro
poder y
de
nuestro
adelantamiento,
a
aquellos
que
trabajan
en
provecho
de
todos.
La
situación
del
Espíritu
tras la
muerte
es la
consecuencia
directa
de sus
inclinaciones,
sea para
la
materia,
sea para
los
bienes
de la
inteligencia
y del
sentimiento.
Si las
propensiones
sensuales
lo
dominan,
el ser
forzosamente
se
inmoviliza
en los
planes
inferiores
que son
los más
densos,
los más
groseros.
Si
alimenta
pensamientos
bellos y
puros,
se eleva
a las
esferas
en
relación
con la
propia
naturaleza
de sus
pensamientos.
Swedenborg
dice con
razón: “El
Cielo
está
donde el
hombre
puso su
corazón”.
Si el
mirar
humano
no puede
pasar
bruscamente
de la
oscuridad
a la luz
viva,
sucede
lo mismo
con el
alma. La
muerte
nos hace
entrar
en un
estado
transitorio,
especie
de
prolongamiento
de la
vida
física y
preludio
de la
vida
espiritual.
En esa
ocasión
el
estado
de
perturbación
será más
o menos
prolongado
según la
naturaleza
espesa o
etérea
del
periespíritu
del “muerto”
Libre
del
fardo
material
que la
oprimía,
el alma
se halla
aún
envuelta
en la
red de
los
pensamientos
y de las
imágenes
–
sensaciones,
pasiones,
emociones,
por ella
generadas
en el
curso de
sus
vidas
terrestres.
Tendrá
que
familiarizarse
con su
nueva
situación,
entrar
en el
conocimiento
de su
estado,
antes de
ser
llevada
para el
medio
cósmico
adecuado
a su
grado de
luz y
densidad.
Al
principio,
para el
mayor
número,
todo es
motivo
de
admiración
en ese
otro
mundo
donde
las
cosas
difieren
esencialmente
del
medio
terrestre.
Las
leyes de
gravedad
son más
blandas;
las
paredes
no son
obstáculos;
el alma
puede
atravesarlas
y
elevarse
a los
aires.
No
obstante,
continúa
retenida
por
ciertos
estorbos
que no
puede
definir.
Todo la
intimida
y llena
de
indecisión,
pero sus
amigos
de allá
la
vigilan
y le
guían
los
primeros
vuelos.
Los
Espíritus
adelantados
deprisa
se
liberan
de todas
las
influencias
terrestres
y
recuperan
la
conciencia
de sí
mismos.
El velo
material
se rasga
al
impulso
de sus
pensamientos
y se
abren
para
ellos
perspectivas
inmensas.
Comprenden
casi
luego su
situación
y con
facilidad
a ella
se
adaptan.
Su
cuerpo
espiritual,
instrumento
volador,
organismo
del alma
de que
ella
nunca se
separa y
que es
la obra
de todo
su
pasado,
flota
algún
tiempo
en la
atmósfera
terrestre;
después,
según su
estado
de
sutileza,
de
poder,
corresponde
a las
atracciones
lejanas,
se
siente
naturalmente
elevado
para
asociaciones
similares,
para
agrupaciones
de
Espíritus
del
mismo
orden,
Espíritus
luminosos
o
velados,
que
rodean
al
recién
llegado
con
solicitud
para
iniciarlo
en las
condiciones
de su
nuevo
modo de
existencia.
Los
Espíritus
inferiores
conservan
por
mucho
tiempo
las
impresiones
de la
vida
material.
Juzgan
que aún
viven
físicamente
y
continúan,
a veces
durante
años, el
simulacro
de sus
ocupaciones
habituales.
Para los
materialistas,
el
fenómeno
de la
muerte
continúa
siendo
incomprensible.
Por
falta de
conocimientos
previos
confunden
el
cuerpo
fluídico
con el
cuerpo
físico y
conservan
las
ilusiones
de la
vida
terrestre.
Sus
gustos y
hasta
sus
necesidades
imaginarias
como que
los
amarran
a la
Tierra;
después,
despacio,
con el
auxilio
de
Espíritus
benefactores,
su
conciencia
despierta,
su
inteligencia
se abre
a la
comprensión
de su
nuevo
estado;
pero,
desde
que
buscan
elevarse,
su
densidad
los hace
recaer
inmediatamente
en la
Tierra.
Las
atracciones
planetarias
y las
corrientes
fluídicas
del
Espacio
los
reducen
para
nuestras
regiones,
como
hojas
secas
barridas
por el
vendaval.
Los
creyentes
ortodoxos
vagan en
la
incertidumbre
y buscan
la
realización
de las
promesas
de sus
líderes
religiosos,
el gozo
de las
beatitudes
prometidas.
A veces
es
grande
su
sorpresa;
necesitan
de largo
aprendizaje
para
iniciarse
en las
verdaderas
leyes
del
Espacio.
En vez
de
ángeles
o
demonios,
encuentran
Espíritus
de los
hombres
que,
como
ellos,
vivieron
en la
Tierra y
los
precedieron.
Viva es
su
decepción
al ver
sus
esperanzas
malogradas,
transformadas
sus
convicciones
por
hechos
para los
cuales
de
ningún
modo los
hubo
preparado
la
educación
que
habían
recibido;
pero, si
su vida
fue
buena,
sumisa
al
deber,
no
pueden
esas
Almas
ser
infelices
por
tener
sobre el
destino
más
influencias
los
actos
que las
creencias.
Los
Espíritus
escépticos
y, con
ellos,
todos
aquellos
que se
rechazan
a creer
en la
posibilidad
de una
Vida
independiente
del
cuerpo
se
juzgan
buceando
en un
sueño.
Ese
sueño
sólo se
disipa
cuando
acaba el
error en
que esos
Espíritus
laboran.
Las
impresiones
varían
infinitamente,
con el
valor de
las
Almas.
Aquellas
que,
desde la
vida
terrena,
conocieron
la
verdad y
sirvieron
a su
causa,
recogen,
luego
que
desencarnan,
el
beneficio
de sus
investigaciones
y
trabajos.
La
manera
correcta
de
encarar
la
muerte
Muy
lejos de
ahuyentar
la idea
de la
muerte,
como en
general
lo
hacemos,
sepamos,
pues,
mirarla
cara a
cara,
por lo
que ella
es en la
realidad.
Esforcémonos
por
desembarazarla
de las
sombras
y de las
quimeras
con que
la
envuelven
y
averigüemos
como
conviene
prepararnos
para ese
incidente
natural
y
necesario
en el
curso de
la vida.
El
Universo
no puede
fallar:
¡su fin
es la
belleza!
¡Sus
medios
de
justicia
son el
amor!
Fortalezcámonos
con el
pensamiento
en el
ilimitado
porvenir...
La
confianza
en la
otra
vida
estimulará
nuestros
esfuerzos,
los hará
más
fecundos.
Ninguna
obra de
grandeza
y que
exija
paciencia
puede
ser
llevada
a buen
término
sin la
certeza
del día
siguiente.
De cada
vez que,
a la
rueda de
nosotros,
distribuye
sus
golpes,
la
muerte,
en su
esplendor
austero,
se hace
una
enseñanza,
una
lección
soberana,
un
incentivo
para
trabajar
mejor,
para
proceder
mejor,
para
aumentar
constantemente
el valor
de
nuestra
Alma…
El
conocimiento
que nos
haya
sido
posible
adquirir
de las
condiciones
de la
vida
futura
ejerce
gran
influencia
en
nuestros
últimos
momentos;
nos da
más
seguridad;
abrevia
la
separación
del
alma.
Para
prepararnos
con
provecho
para la
vida del
Más Allá
es
preciso
no
solamente
estar
convencidos
de la
realidad
de esa
vida,
sino
también
comprenderle
las
leyes,
ver con
el
pensamiento
las
ventajas
y las
consecuencias
de
nuestros
esfuerzos
para el
ideal
del
bien.
Nuestros
estudios
psíquicos,
las
relaciones
establecidas
durante
la vida
con el
mundo
invisible,
nuestras
aspiraciones,
las
formas
de
existencia
más
elevadas
desarrollan
nuestras
facultades
latentes
y,
cuando
llega la
hora
definitiva,
como se
encuentra
ya en
parte
efectuada
la
separación
del
cuerpo,
la
perturbación
poco
dura. El
Espíritu
se
reconoce
casi
inmediatamente.
Todo lo
que ve
le es
familiar;
se
adapta
sin
esfuerzo
y sin
emoción
a la
condiciones
del
nuevo
medio.
Ciertas
instituciones
religiosas
enseñan
que las
condiciones
buenas o
malas de
la vida
futura
son
definitivas,
irrevocablemente
determinadas
por
ocasión
de la
muerte y
esa
afirmación
perturba
la
existencia
de
muchos
creyentes;
otros
temen el
aislamiento,
el
abandono
en el
seno de
los
Espacios.
La
Doctrina
Espírita,
que es
la
Revelación
Tercera,
hecha
por los
propios
Espíritus
que ya
habitan
el mundo
del lado
de allá,
viene a
colocar
un
“basta”
a todas
esas
aprensiones,
una vez
que nos
traen
sobre la
vida del
más allá
(de
donde
los
materialistas
proclaman:
“Nec
plus
ultra”)
las
indicaciones
exactas,
disipa
la
incertidumbre
cruel,
el temor
de lo
desconocido
que nos
aterroriza.
Con el
Espiritismo,
pasamos
a
comprender
que la
muerte
en nada
cambia
nuestra
naturaleza
espiritual,
nuestros
caracteres,
nuestras
virtudes
(e
infelizmente
nuestros
defectos),
finalmente,
lo que
constituye
nuestro
verdadero
“yo”;
sólo nos
hace más
libres,
nos dota
de una
libertad,
cuya
extensión
se mide
por
nuestro
grado de
adelantamiento.
Aquí y
allá,
los
esperan
amigos,
protectores,
apoyos...
Mientras
en este
mundo
lloramos
la
partida
de
uno de
los
nuestros,
como si
él fuera
a
perderse
en la
Nada,
por cima
de
nosotros,
seres
etéreos
glorifican
su
llegada
a la
Luz, de
la misma
forma
que
nosotros
nos
regocijamos
con la
llegada
de una
criatura,
cuya
Alma
viene,
de
nuevo, a
abrirse
para la
vida
terrestre.
La
Doctrina
de los
Espíritus,
entre
tantas
virtudes,
tiene
esta
más:
probarnos,
de modo
incuestionable
y
explícito,
que los
“muertos”
son los
vivos
del
Cielo.
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