Llegando a la escuela en
aquella mañana, Verinha
percibió que alguna cosa
había ocurrido. Todos
parecían molestos y
hacían grupitos,
conversando aquí y allí.
Sin embargo, como
Verinha había llegado
después de la hora, fue
inmediatamente para su
clase. Al entrar en la
sala, aún oyó a la
profesora decir a los
alumnos:
— ¡Desgraciado de
Rogério!
Sorprendida, Verinha se
sentó y preguntó:
— Profesora, ¿Rogério
está enfermo?
Y ella respondió, llena
de tristeza:
— No, Verinha. Esta
noche la casa de Rogério
se incendió y, como era
de madera, no restó
nada. ¡La familia es
pobre y no sé lo que va
a ser de ellos! Sólo
tuvieron tiempo de salir
de la casa, salvando las
vidas. En cuanto al
resto, casa, muebles,
ropas, todo fue quemado
por el fuego.
El grupo estaba agitado
comentando el asunto y
todos hablaban al mismo
tiempo. La profesora
pidió silencio, poniendo
orden en la sala:
— ¡Ahora basta niños!
¡Vamos a comenzar el
aula!
Los niños se callaron,
copiando lo que la
profesora iba
escribiendo en la
pizarra.
Verinha, sin embargo, no
conseguía parar de
pensar en el compañero.
Ella y Rogério nunca
habían sido muy amigos y
ahora ella estaba triste
por eso, y decidió que,
al terminar el aula,
ella iría hasta la casa
de él. Quería verlo,
saber como estaba.
Cuando toco la señal,
Verinha salió corriendo
para ir hasta la casa
del Rogério, pero no
podía tardar, su madre
quedaría preocupada.
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De lejos ya sintió olor
a quemado. Llegando
cerca, sus ojos se
llenaron de lágrimas:
sólo existía un monte de
cosas quemadas, negras,
de donde aún salía un
resto de humo oscuro. |
La calle estaba llena de
curiosos, personas que
pasaban y paraban,
haciendo comentarios.
Mirando alrededor,
Verinha vio, del otro
lado de la calle,
algunas personas
sentadas en el suelo
bajo un árbol. En medio
de ellas, estaba su
compañero. Atravesó la
calle y se aproximó a
él.
— ¡Rogério! ¿Cómo estás?
El chico se levanto y,
con expresión triste,
dijo:
— Gracias a Dios estamos
bien, Verinha. Pero no
sé lo que va a ser de
nosotros. ¡Perdimos
todo! ¡No sé para donde
vamos ni lo que haremos
de nuestra vida!
Verinha pensó un poco,
buscando colocarse en el
lugar de él: ¿Y si eso
hubiera ocurrido conmigo
y con mi familia? Ahora,
por ejemplo, es hora del
almuerzo y ando con
hambre. Con seguridad
ellos también están.
Decidida, verinha
convino:
— Rogério, ven con tú
familia a almorzar a
nuestra casa.
Los ojos del chico
brillaban de
satisfacción:
— ¿Estás segura,
Verinha?
Bien... ¡Acepto!
¡Realmente, estamos con
hambre!
El niño presentó a
Verinha a sus padres,
María y Manoel. Les
contó sobre la
invitación que la amiga
hube hecho. Los padres
de Rogério quedaron muy
contentos y, con otro
ánimo, fueron todos para
la casa de Verinha.
Al llegar allí, alegre,
la niña dijo a la madre:
— ¡Mamá, traje a algunos
amigos para almorzar con
nosotros!
¡La dueña de la casa
extrañó ver tanta gente!
¡Era una pareja y tres
hijos!
Perpleja, Estela no
sabía lo que hacer.
Abrió los brazos y,
tartamudeando, se
justificó:
— ¡Disculpenme! ¡Yo no
estaba esperando!...
Hija, ¿por qué no me
avisaste?
— Mamá, yo no avisé
porque sólo hace pocos
minutos decidí traerlos
para acá.
Y Verinha explicó a la
madre lo que había
ocurrido, completando:
— Entonces, mamá,
delante de la situación
que la familia está
atravesando, yo me
acordé de nuestro
Evangelio en el Hogar de
la semana pasada, cuando
leímos aquel pasaje en
que Jesús dijo que, si
la gente fuera dar un
banquete, debería
invitar para nuestra
casa, no
aquellos que pueden
retribuirnos, sin
embargo a los más
necesitados. ¡Hoy yo no
podría almorzar sabiendo
que mi compañero Rogério
y la familia de él no
tienen nada para
comer!...
Avergonzada y con los
ojos húmedos, la madre
reconoció:
— Tú tiene toda la
razón, mi hija. Hizo muy
bien de haberlos traído
para nuestra casa.
Realmente, no los estaba
esperando, pero haré
algo. Nuestra comida
puede atrasarse un poco,
pero todos nosotros
tendremos que comer. Si
quisieran, podrán hasta
tomar un baño. ¡Imagino
que deben querer quitar
la ropa oliendo a
quemado! ¡Daremos una
forma de arreglar ropas
para todos!
Estela cogió una muda de
ropa suya para María,
una de su marido para
Manoel, y una del hijo,
que serviría para
Rogério, y pidió a
Verinha que fuera a la
vecina a buscar ropas
para los dos niños más
pequeños.
Mientras la madre
cuidaba del almuerzo,
Verinha les mostró el
baño y cada uno tomó su
baño, saliendo de allá
con otra disposición.
En la cocina, Estela
pensaba lo que podría
hacer para tanta gente.
De repente, abrió el
armário y resolvió: —
¡Ya sé!...
Algún tiempo después el
almuerzo estaba listo y
un delicioso olor de
comida invadía el aire.
El dueño de la casa,
Valter, había llegado y
Verinha le presentó a
las visitas, explicando
la razón de estar allí.
Él quedó satisfecho.
— Estela, ¿cómo
preparaste un almuerzo
tan rápido? — preguntó
María, sorprendida.
—¡Todo fácil! Hice
macarrones.
¡Es rápido de hacer y
todos adoran!
Todos sentados para la
comida, Estela se
encargó de hacer la
oración.
— ¡Señor! Hoy nosotros
tenemos mucho más que
Agradecerte, porque
gracias a nuestra hija
Verinha tenemos la
presencia de invitados
muy queridos, pidiendo
Tus bendiciones para que
la situación de ellos se
resuelva de la mejor
manera. ¡Nos das un buen
almuerzo y tu paz!
Todos comieron con
satisfacción la enorme y
deliciosa comida de
macarrones de Estela.
Allí reunidos,
experimentaban más
alegría y calma,
sintiendo el ambiente
suave y agradable. La
familia de Rogério
porque, a pesar de haber
perdido las cosas
materiales, preservaron
el don mayor: ¡la Vida!
Y la familia de Verinha,
por estar pudiendo
ejemplificar el
evangelio de Jesús,
haciendo el bien.
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Pero no quedó por ahí.
Organizaron una campaña
para ayudar a la familia
en necesidad, y la
ciudad entera colaboró.
Llegaban sin parar
materiales de
construcción, muebles,
electrodomésticos,
ropas, finalmente, todo
lo que iban a necesitar
para recomenzar la vida.
Valter hizo cuestión que
permaneciera viviendo
allí con ellos, mientras
fuera necesario. Hizo
más: consiguió un empleo
mejor para Manoel, de
modo que pudiera criar a
los hijos con más
tranquilidad.
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Las familias de tal modo
se trataron que se
hicieran amigas para la
vida entera.
Y Rogério, cuando
alguien se acordaba del
incendio, decía:
— No lamento lo que
aconteció. ¡Fue gracias
a la generosidad de
Verinha que nuestra vida
cambió para mejor! Jamás
podré agradecer lo
suficiente. ¡Gracias,
amiga!
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Y le daba un abrazo
apretado y lleno de
cariño.
Meimei
(Mensagem psicografada
por Célia Xavier de
Camargo em Rolândia-PR,
no dia 9 de maio de
2011.)
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