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El abuelo llevaba a
Guilherme, el nieto de
siete años, para la
escuela.
El niño, preocupado,
caminaba con la cabeza
baja. El abuelo notó el
estado del nieto y
preguntó:
— ¿Por qué estás tan
callado, Guilherme?
El niño dio un suspiro y
dijo:
— ¡Abuelo Ernesto, yo
estoy con miedo!... La
profesora va a aplicar
un examen en nuestro
grupo y recelo no saber
la respuesta a las
preguntas.
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— ¡Ah!... ¿Pero tú no
estudiaste? |
— ¡Estudié sí, abuelo!
Sin embargo tengo miedo
de no conseguir salir
bien en ese examen, que
vale bastante. ¡Es
importante para mí!
El abuelo miró para el
nieto, que ya estaba con
carita de llanto, y
cogiéndole la mano lo
tranquilizó:
— Queda tranquilo,
Guilherme. Si tú
estudiaste la materia no
tienes que temer. Además
de eso, ¿no confía en
Jesús?
El niño pensó un poco y
respondió:
— Confío, abuelo. ¡Sólo
no confío en mí!
Como aún tuvieran algún
tiempo, pasando por una
plaza el abuelo lo
invitó para sentarse en
un banco. Después,
habló:
— Guilherme, ¿sabes que
los discípulos de Jesús
también tenían miedo?
— ¿Es verdad, abuelo?
— ¡Verdad! Pues te voy a
contar un hecho.
El niño, curioso, olvidó
por unos momentos su
preocupación, esperando
la narración del abuelo,
que siempre conseguía
prender su atención. Y
el abuelo comenzó a
contar:
— Cierto día, Jesús
hablaba al pueblo al
margen del lado de
Genesaré, que también es
conocido por el Mar de
Galilea. Como fuera
tarde, decidió que
deberían pasar para el
otro margen. Entonces,
despidiendo a la
multitud, ellos
partieron en el barco.
Ocurrió que una gran
tempestad se formó, y el
viento agitaba las olas,
que se tiraban contra el
barco, que estaba
llenándose de agua, casi
a punto de zozobrar.
— ¿Y Jesús? — indagó
Guilherme, asustado.
— Mientras eso, Jesús
dormía, sereno.
Aterrorizados, los
discípulos gritaron para
despertar a Jesús. —
¡Maestro! ¡Maestro!
¡Sálvanos! ¡Vamos a
morir! — Y Jesús,
despertando, reprendió
al viento y calmó el
mar. Después,
restablecida la orden,
Jesús preguntó a sus
discípulos:
— ¿Dónde está la fe de
vosotros?... (1)
Guilherme oía al abuelo
y, en su cabecita
fértil, aparecían
imágenes de Jesús en el
barco con sus
discípulos, calmando el
viento y la tempestad.
Lleno de admiración y de
respeto, miró para el
abuelo con ojos muy
abiertos:
— ¿Es verdad, abuelo?
¡Jesús es muy poderoso!
¡Si yo estuviera junto
con Él, creo que no
tendría miedo de
nada!...
El abuelo Ernesto sonrió
y consideró:
— Con esa pregunta
“¿Donde está la fe de
vosotros?” Jesús muestra
claramente que, delante
de las situaciones más
difíciles, cuando todo
parece perdido, es que
necesitamos mantener la
confianza, pues es en
ese momento que
demostramos la fe que
poseemos. ¿Entendiste,
Guilherme?
— No, abuelo.
Entonces el abuelo pensó
un poco, y explicó:
— Guilherme, ¿cuándo es
que la gente demuestra
que es de paz, que no es
de pelear?
— ¡Cuando un compañero
nos irrita, y la gente
no le golpean a él!
— ¡Eso mismo, Guilherme!
— dijo el abuelo
sonriendo delante del
recuerdo del nieto.
Y el abuelo continuó:
— ¿Entendiste? De ese
modo, no podemos
demostrar optimismo,
cuando todo en nuestra
vida esté bien, así como
sólo podemos ayudar a
alguien en las horas de
dificultad. Entonces,
siempre que oremos
pidiendo el amparo de
Jesús, nosotros seremos
ayudados, como los
discípulos lo fueron
en medio de la
tempestad. Pero es
preciso que nos
acordemos de mantener la
fe en las horas en que
estamos atravesando
algún problema.
El niño estaba con otro
brillo en la mirada.
— Abuelo, yo no estoy
más con miedo del
examen. Confío en Jesús
y voy a mantener la
calma.
El abuelo, sonriente,
concordó:
— ¡Eso mismo, Guilherme!
Pero, está casi la hora
de sonar la señal.
¿Vamos?
Llegaron a la escuela y
el chico caminó decidido
para el portón. Antes de
entrar, aún se volcó,
mirando para el abuelo.
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Más tarde, cuando
Ernesto vino a esperar
al nieto en la salida,
quedó muy contento de
verlo con una gran
sonrisa. Corriendo para
el abuelo, Guilherme
contó:
— ¡Ah, abuelo! ¡Gracias
a la ayuda de Jesús y a
la tuya, yo acerté todo
en el examen!
El abuelo también
sonrió, esclareciendo.
— Guilherme, tú fuiste
muy bien porque
estudiaste la materia.
Te faltaba sólo
confianza en ti mismo.
Si no hubiera estudiado,
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ni mismo Jesús
podría haberte
ayudado.
¡Felicidades!... |
Y Guilherme volvió para
casa sintiéndose feliz.
Descubrió dentro de sí
un sentimiento nuevo de
confianza que hacía que
se creyera capaz de
realizar cualquier cosa.
Sin temor, pensaba ya en
el futuro, cierto de que
podría vencer todos los
obstáculos que surgieran
en su existencia. Iría a
realizar sus sueños.
Antes de entrar en casa,
ansioso para contar a la
madre la novedad, aún
elevó el pensamiento a
lo Alto, agradeciendo:
— ¡Gracias, Jesús!...
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
23/05/2011.)
(1)
Mateus 8:23-27; Marcos
4: 35-41; Lucas 8:22-25.
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