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¿Qué hago conmigo?
Los desafíos no son
adversarios; son como
continentes que nos
compete domar y
conquistar
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Iniciaremos este estudio
con la cita del
evangelista Mateo, 5:24:
“Reconcíliate deprisa
con tu adversario”.
Entonces preguntamos:
¿Quién son nuestros
adversarios? El patrón,
el vecino, el farolero,
la cocinera, el
dirigente... Y así va,
por una infinidad de
personas
y circunstancias que día
a día están paralelas
con nosotros a lo largo
del camino y pueden
perturbarnos la paz.
Sabemos que no tenemos
el derecho ni la
posibilidad de cambiar a
quien quiera que sea.
Estamos todos, como dice
Fritjof Capra
(foto), “...
en la tela de la vida,
inter-obrando
mutuamente,
interdependientes e
individuales al mismo
tiempo”. En este
bailar de
acontecimientos no nos
cabe imputar a nadie los
espinos que por ventura
nos alcance. Los espinos
son, antes de cualquier
cosa, compañeros
adecuados a nuestros
momentos. Sabemos que en
esta “Tela de la Vida”
estamos construyendo y
destituyendo
simultáneamente.
Destituyendo complejos
emocionales perniciosos
que, asomando en nuestro
inconsciente,
perturban el consciente
obligándolo, en muchos
casos, a situaciones y
comportamientos
indeseados. A la vez
estamos construyendo
nuestro futuro, a partir
de otras posturas,
conectándonos a avances
intelecto-morales, de
conformidad con lo que
nos aconseja Kardec
cuando dice: “Se
reconoce al verdadero
espírita por lo mucho
que hace por domar sus
malas inclinaciones”
Ahora, si no puedo
imputar en el otro mis
agruras y si debo domar
mis malas inclinaciones,
debo, pues,
reconciliarme conmigo
mismo, quienes saben, mi
mayor adversario. Para
tal necesito conocerme
mejor, a partir de mi
constitución mental y de
los archivos
que traigo, que adoro o
que incomodan. Estamos
viniendo de un pasado
gigantesco donde
paulatinamente
avanzamos, en un caminar
lento, progresivo y
espectacular. Dormimos
en el mineral, como dijo
León Denis. La cuestión
540 de “El Libro de los
Espíritus” cita que:
“... Es
así que todo sirve, que
todo se encadena en la
Naturaleza, desde el
átomo primitivo hasta el
arcángel, que también
comenzó por ser átomo”.
Virtuosamente vinimos
evolucionando, pasando
después por el reino
vegetal, soñando con
algo que nos hiciera
conexos y listos a
vivir con conciencia.
Movernos, a
continuación, por el
reino animal, desde los
primeros instantes en
los océanos hasta la
grandiosa marcha por las
montañas, valles y
reinos otros que nos
capacitaron al
despertar, cuando
llegamos al hombre.
Imaginamos ahí la gama
de archivos que
construimos a lo largo
de este periodo a partir
de un arquetipo
primordial.
El sentimiento de culpa
es siempre un colapso de
la conciencia
André Luiz en el libro
Evolución en Dos Mundos,
concluyendo el tercer
capítulo, nos dice,
después de un análisis
del tiempo de viaje de
la monada divina por los
reinos de atrás, que: “Pero,
para alcanzar la edad de
la razón, con el título
de hombre, dotado de
razonamiento y
discernimiento, el
ser, automatizado en sus
impulsos, en el caminar
para el reino angélico,
consumió para llegar a
los principios de la
época cuaternaria, en
que la civilización
elemental del sílex
denuncia algún primor de
técnica, nada menos que
un billón y medio de
años”.
Ahora, en el
hombre, estamos
construyéndonos para
llegar a la santidad –
camino natural. Así
siendo y con las
indicaciones espíritas
que nos remiten al
Evangelio de Jesús,
necesitamos parar las
carreras para hacer un
análisis de nosotros
mismos en lo tocante a
lo que ya conseguimos
de bueno y a lo que
necesitamos realizar
para que nuestras
vivencias sean
provechosas en términos
de perfeccionamiento
ético-moral de
consecuencias
religiosas. Ideal
religión profesada en el
interior de cada uno de
nosotros en una relación
directa con el Padre.
No es raro encontremos
en esas investigaciones
personales los complejos
de las culpas y de los
miedos. Según Joanna de
Ângelis, incluido en su
libro “Conflictos
Existenciales”, en el
capítulo seis: “La
culpa es el resultado de
la rabia que alguien
siente contra sí mismo,
vuelta para dentro, en
forma de sensación de
algo que fue hecho
erradamente”.
Aún la propia mentora y
en el mismo libro,
capítulo tres, dice: “La
rabia es un sentimiento
que se exterioriza toda
vez que el ego se siente
herido, liberando ese
abominable adversario
que destruye la paz en
el individuo”.
Aprovechando la
enseñanza, citamos a
André Luiz que, en el
libro Entre la Tierra y
el Cielo – cap. 23,
anotó: “El
sentimiento de culpa es
siempre un colapso de la
conciencia y, a través
de él, sombrías fuerzas
se insinúan”.
Rabia, culpa y ego.
Sabemos que el ego
representa un conjunto
de ideas, voluntad y
pensamientos que mueven
a la persona y
desarrollan su
perspectiva delante de
su propia vida. El ego
provoca aceptación y
admiración propia. Esto,
dentro de las
informaciones corrientes
en varios compendios
principalmente de la
psicología analítica.
Joanna de Ângelis
informa que el ego es el
“Responsable por la
diferencia que el
individuo es capaz de
realizar entre sus
propios procesos
internos y la realidad”.
Entonces, la culpa por
algún comportamiento
infeliz
va a generar rabia y
afectará sobremodo al
ego, generando
reacciones en el campo
individual de relaciones
consigo mismo o con
otros. En contrapartida
y, por excelencia,
existe la perspectiva de
despertar el Self; o
sea: el Dios en sí, el
Yo interno.
Errar es del hombre,
persistir en el error es
una actitud infantil
Continuando nuestros
análisis, no queda
difícil concluir que los
miedos generados por la
culpa y por la rabia
pueden hacernos seres
violentos y agresivos,
tanto físicamente como
verbalmente, motivados
por inseguridades.
Inseguridades generan
desprotecciones propias
y en aquellos que están
a nuestra alrededor.
Pasamos así a vivir de
forma incompleta,
siempre observando las
reacciones de los otros
a nuestro respeto y
defendiéndonos,
desistiendo, de
adversarios visibles e
invisibles, personas o
circunstancias. De ahí
asoman las personas
(máscaras) en las cuales
nos escondemos temerosos
de enfrentar a los
adversarios creados y no
siempre reales que van
surgiendo a medida que
no los combatimos. Es
sabido que nos es
cobrado según nuestras
posibilidades. Errar es
del hombre, persistir en
el error es actitud
infantil.
Mientras estamos
aprendiendo,
experimentando,
perfeccionando, el
Espíritu se va ajustando
para vivir dentro de las
Leyes Naturales
instituidas por Dios.
Cuando pasamos a repetir
los errores dentro de
las lecciones ya
aprendidas y
consolidadas en nuestro
cognitivo, pasamos a
culparnos por aquellas
acciones. Ejemplos de
eso son los
despropósitos de la
sexualidad, de las
adicciones de la
ingestión de drogas
alucinógenas, del
alcohol, del tabaco, de
alimentos en demasía,
falacias infelices,
juicios a otros y una
infinidad de actitudes
incoherentes con el
hombre espiritual que
precisa despertar en sí
el Self.
No es raro pasar a ser
manipulados por personas
y situaciones que nos
fuerzan y fuerzan a
quién nos quiere bien.
Llegados a este punto,
necesitamos repensar los
efectos dañinos de toda
esa implicación
psicológica infeliz que
nos traen
aborrecimientos,
dificultándonos una
marcha saludable y
eficaz. De ahí surge la
cuestión de los
enfrentamientos.
Es muy interesante
cuando leemos en el
libro: “Triunfo
Personal” de la citada
mentora, capítulo cinco:
“La madurez
psicológica induce al
ser humano a los
enfrentamientos
sucesivos de su proceso
de individualización”.
Según Jung “La
individualización es un
proceso a través del
cual el ser humano
evoluciona de un estado
infantil de
identificación para un
estado de mayor
diferencia, lo que
implica una ampliación
de la conciencia”.
Importante cuando nos
colocamos como
observadores de nuestro
proceso de liberación de
las ideas y posturas
antiguas,
transformándolas en
hélices en movimiento,
auto-aspirándose para
mejor conducirnos en el
proceso de la evolución.
Es bueno que
perfeccionemos el
carácter, sublimando los
sentimientos
Antes, renacíamos,
crecíamos, trabajábamos
y desencarnábamos en
sucesivas ocasiones, sin
el conocimiento exacto
de lo que aquellos
eventos nos
proporcionaban. De esa
forma andábamos,
reíamos, trabajábamos en
algo y exaltábamos
nuestras personas y nos
complacíamos con sus
empedradas formaciones y
consolidaciones. La
individualización, con
todo, quedaba fuera del
contexto o, como mucho,
era realizada de manera
lenta no siempre
consciente. Ahora, con
las aperturas que “El
Libro de los Espíritus”
nos ofrece, vamos
a
observar que la dinámica
de la vida nos exige
participación
consciente. En la
cuestión 23 del referido
libro, somos informados
que “El espíritu es
el principio inteligente
del universo”.
Cuando pensamos en
universo, algo superior
aflora en nuestras
mentes e inmediatamente
viene la
reflexión: ¿qué es el
universo, para que sirve
en nuestras vidas? ¿Por
qué los monjes
orientales se conectan
tanto a él? Y un campo
inmenso de
investigaciones se
presenta a nosotros
dentro de nuestro
proceso de crecimiento
por la
individualización.
Para entender todo esto
que se nos ofrece por
nuevos desafíos es bueno
que enfrentemos todas
nuestras imperfecciones
morales. Es bueno que
perfeccionemos el
carácter, sublimando los
sentimientos. “Los
enfrentamientos son
campos de lucha, en los
cuales el ser crece y
desarrolla
los inestimable recursos
adormecidos en el Self,
que se encuentran a su
espera para ofrecer la
contribución de la paz
del Nirvana”
– informes de Joanna de
Ângelis en el libro
“Triunfo Personal”.
Vemos, a veces, personas
estáticas ante sus
culpas. El miedo de
enfrentarlas hace que el
tiempo pase y ellas
nunca salgan de los
estados infelices en los
cuales están
proyectadas. Viven
eludiéndose.
Viven deambulando en
torno a sí mismas,
buscando allí y allá el
próximo momento
satisfactorio que las
harán reír y divertirse
de sus carcajadas, para
inmediatamente enseguida
volver al estado casi,
si no completo, de
depresión por la
inmersión de los
sentidos en el valle
oscuro
de cavernas mentales. He
las, pues, amedrentadas.
Según Víctor Hugo, en el
libro Parias en
Redención: “El miedo
es verdugo impiadoso de
los que le caen en las
manos. Produce
vibraciones especiales
que generan sintonía con
otras franjas en la
misma dimensión de onda,
produciendo el
intercambio infeliz de
fuerzas deprimentes,
congestionadas”.
De ahí, muchas veces la
persona agrede para
defenderse o huye para
no luchar. Sabemos que
el Espíritu no tiene
fin, conforme consta en
la cuestión 83 de “El
Libro de los Espíritus”.
¿Viviremos infinitamente
en este
cómputo de
inseguridades? Sería un
destronar del Proyecto
Divino que nos creó para
vivir con Dios, en la
gloria eterna de la Luz.
El temor no es buena
compañía de jornada
Si aún no lo hizo, es
hora de enfrentar a sus
adversarios, que no
están allá fuera y sí
dentro de cada uno. Es
hora de reconciliarse
con ellos, como nos
aconseja Jesús. El temor
no es buena compañía de
jornada. Los cuidados
sí.
Estos lo son.
De esta forma nos
debemos
preparar para enfrentar
con gallardía y bueno
sentido nuestras culpas,
miedos e inseguridades.
De acuerdo con Joanna de
Ângelis: “Se hace
necesaria una
vinculación profunda con
el Self, que adquirirá
mayor concienciación de
las relaciones
indispensables con su
núcleo en la psiquis”.
Bueno investiguemos
nuestras compañías,
aquellas para las cuales
abrimos sonrientes las
puertas de nuestras
casas o las visitamos
contentas,
intercambiando regalos e
informaciones, brindando
en fiestas convulsas
esto o aquello.
A ellas estamos también
abriendo las puertas de
nuestros corazones y
mentes, archivando
hechos que irán a
generar reacciones. ¡Que
bueno que preservemos
nuestros hogares!
Recordémonos de que
conocemos a una persona
que decía existir en su
ciudad natal un niño que
hablaba con Dios, en la
intimidad de su cuarto.
Todos se reían de tal
afirmación. Un día
paramos para pensar en
la validez de aquella
historia. Ahora, si Dios
está dentro de nosotros,
si Su Reino es semilla
plantada, necesitando
regar, como nos dijo
Jesús en la Parábola del
Sembrador, entonces
podemos, dentro de
nuestras
particularidades
espirituales, hablar sí
con el Padre. Él nos
responderá de acuerdo
con nuestras
comprensiones y, de esta
forma,
estaremos vinculándonos
al Self que nos dirá la
mejor forma de proceder
para salir vencedores en
nuestras luchas,
venciendo las adicciones
y entronizando las
virtudes. Haciendo
silencios para que ellos
puedan aconsejarnos.
”El contenido religioso
es de vital importancia
en la psicoterapia del
enfrentamiento. Conocer
la Verdad para, a través
de ella, liberarse.
Luchar contra las
pasiones primitivas,
transformando impulsos
inferiores en emociones
de armonía. No huir,
ocultarse de los demás
ampliando la
amargura contra la
sociedad y contra sí
mismo.”
Además de estas sabias
orientaciones, Joanna de
Ângelis aún nos informa:
“A medida que el ego se
hace consciente de los
valores implantados en
el Self se hace factible
una programación
saludable para el
comportamiento,
trabajando cada
dificultad, todo
desafío, mediante la
reconciliación con su
realidad eterna”.
Ahora podemos
preguntarnos: ¿Qué hago
conmigo? ¿Me fustigo
ante adversarios o los
transformo en
continentes que debo
domar y conquistar? Es
bueno que nos amemos,
nos respetemos. Que nos
hagamos unos con la
Creación, pues somos
partes integrantes de un
todo de luz, por lo
tanto, somos luces. Es
bueno que enfrentemos
con sensatez nuestros
límites, extendiéndolos
con placer, siendo
victoriosos y, por eso,
virtuosos. Nada de
cargar el mundo en la
espalda y sí caminemos
en él con los ojos fijos
en los cielos de
nuestras conciencias
superiores.
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