Continuamos
con el
Estudio
Metódico del
Pentateuco
Kardeciano,
que
focalizará
las cinco
principales
obras de la
Doctrina
Espírita, en
el orden en
que fueron
inicialmente
publicadas
por Allan
Kardec, el
Codificador
del
Espiritismo.
Las
respuestas a
las
preguntas
presentadas,
fundamentadas
en la 76ª
edición
publicada
por la FEB,
basadas en
la
traducción
de Guillon
Ribeiro, se
encuentran
al final del
texto.
Preguntas
para debatir
A. ¿Influyen
los
Espíritus
sobre
nuestros
pensamientos
y actos?
B. ¿Por qué
Dios permite
que los
Espíritus
nos inciten
a la
práctica del
mal?
C. ¿Cómo
podemos
neutralizar
la
influencia
de los malos
Espíritus?
D. ¿Tiene el
exorcismo
alguna
eficacia en
el
tratamiento
de la
obsesión? En
estos casos
¿es la
oración una
ayuda?
E. Si no
existen los
demonios
¿cómo
entender la
expulsión de
los demonios
mencionada
en el
Evangelio?
Texto para
la lectura
252. Algunas
veces las
ideas de los
hombres de
inteligencia
y de genio
surgen de su
propio
Espíritu,
pero con
frecuencia
les son
sugeridas
por otros
Espíritus
que los
juzgan
capaces de
comprenderlas
y dignos de
trasmitirlas.
Cuando ellos
no las
encuentran
en sí
mismos,
apelan a la
inspiración:
Hacen una
evocación
sin
sospecharlo.
(L.E., 462)
253. Si
fuese útil
distinguir
con claridad
nuestros
propios
pensamientos
de los que
nos son
sugeridos,
Dios nos
hubiera dado
el medio
para
hacerlo.
Cuando una
cosa
permanece en
la
imprecisión,
es porque
así debe ser
para nuestro
bien.
(L.E., 462,
comentario
de Kardec)
254. El
primer
impulso
puede ser
bueno o
malo, según
la
naturaleza
del Espíritu
encarnado.
Es siempre
bueno en
aquél que
escucha las
buenas
inspiraciones.
(L.E., 463)
255. Ningún
Espíritu
recibe la
misión de
hacer el
mal. Cuando
lo hace, es
por su
propia
voluntad y,
por lo
tanto,
tendrá que
sufrir las
consecuencias.
Dios puede
dejar que lo
haga para
probaros,
pero jamás
lo ordena y
os toca a
vosotros
rechazarlo.
(L.E., 470)
256. Casi
siempre, el
sentimiento
de angustia,
de ansiedad
indefinible
o de
satisfacción
interior,
sin causa
conocida, es
un efecto de
las
comunicaciones
que, sin
saberlo,
tuvisteis
con los
Espíritus
durante el
sueño.
(L.E., 471)
257. El
Espíritu no
penetra en
un cuerpo
como tú
entras en
una casa: se
asimila con
un Espíritu
encarnado
que tiene
sus mismos
defectos y
sus mismas
cualidades,
para actuar
de manera
conjunta;
pero es
siempre el
Espíritu
encarnado el
que obra
como quiere
sobre la
materia de
la que está
revestido.
Un Espíritu
no puede
sustituir al
que se
encuentra
encarnado
porque alma
y cuerpo
están unidos
hasta el
tiempo
señalado
para el
término de
la
existencia
material.
(L.E., 473)
258. Hay sin
embargo,
casos en que
el alma
puede
encontrarse
bajo la
dependencia
de otro
Espíritu, de
manera que
se ve
subyugada u
obsesada por
él, hasta el
punto de ser
paralizada
su voluntad.
Estos son
los
verdaderos
poseídos;
pero
entiende que
este dominio
nunca se
realiza sin
la
participación
de aquél que
lo sufre, ya
sea por su
debilidad, o
bien por su
deseo.
(L.E., 474)
259. Los
Espíritus
ejercen un
papel muy
grande en
los
fenómenos
producidos
en los
individuos
designados
con el
nombre de
convulsionarios,
cuya primera
causa es el
magnetismo.
No obstante,
los
Espíritus
que
concurren a
esa clase de
fenómenos
son poco
elevados.
(L.E., 481 y
481-a)
260. Entre
las
facultades
extrañas que
se observan
en los
convulsionarios,
se ven con
facilidad
aquellas de
las que el
sonambulismo
y el
magnetismo
ofrecen
numerosos
ejemplos: la
insensibilidad
física, la
lectura del
pensamiento,
la
transmisión
simpática de
los dolores,
etc. Estos
individuos
parecen
estar en una
especie de
estado
sonambúlico
despierto,
provocado
por la
influencia
que ejercen
los unos
sobre los
otros. En
este caso,
son al mismo
tiempo
magnetizadores
y
magnetizados,
sin saberlo.
(L.E., 482)
261. La
causa de la
insensibilidad
física que
se observa
en los
convulsionarios
es, en
algunos, un
efecto
exclusivamente
magnético
que actúa
sobre el
sistema
nervioso de
la misma
manera que
ciertas
sustancias.
En otros, la
exaltación
del
pensamiento
embota la
sensibilidad,
porque la
vida parece
haberse
retirado del
cuerpo y
trasladado
al Espíritu.
(L.E., 483)
262. La
exaltación
fanática y
el
entusiasmo
ofrecen
muchas
veces, en
los casos de
suplicio, el
ejemplo de
una calma y
de una
sangre fría
que no
podrían
sobreponerse
a un dolor
agudo, si no
se admitiese
que la
sensibilidad
fue
neutralizada
por una
especie de
efecto
anestésico.
(L.E., 483,
comentario
de Kardec)
Respuestas a
las
preguntas
propuestas
A. ¿Influyen
los
Espíritus
sobre
nuestros
pensamientos
y actos?
Sí. Los
Espíritus
influyen en
nuestros
pensamientos
y en
nuestros
actos mucho
más de lo
que
imaginamos.
Ellos
influyen a
tal punto
que,
habitualmente,
son ellos
quienes nos
dirigen.
(El Libro de
los
Espíritus,
preguntas
459, 460,
461, 464,
466 y 469.)
B. ¿Por qué
Dios permite
que los
Espíritus
nos inciten
a la
práctica del
mal?
Los
Espíritus
imperfectos
son
instrumentos
apropiados
para probar
la fe y la
constancia
de los
hombres en
la práctica
del bien.
Como
Espíritus
que también
somos,
debemos
progresar en
la ciencia
de lo
infinito. De
allí pasamos
por las
pruebas del
mal para
llegar al
bien. La
misión de
los
Espíritus
buenos
consiste en
colocarnos
en el buen
camino.
Cuando las
malas
influencias
actúan sobre
nosotros, es
porque las
atraemos
deseando el
mal, puesto
que los
Espíritus
inferiores
corren a
auxiliarnos
en el mal en
tanto
deseamos
practicarlo.
Sólo pueden
ellos
ayudarnos en
la práctica
del mal
cuando
queremos el
mal. Si un
hombre fuera
propenso al
crimen
tendrá en
torno a él
una nube de
Espíritus
que le
alimentarán
esta
inclinación
íntima. Pero
lo cercarán
también
otros,
esforzándose
en
influenciarlo
para el
bien, lo que
restablece
el
equilibrio
de la
balanza y lo
deja dueño
de sus
actos. Es
así que Dios
confía a
nuestra
conciencia
la elección
del camino
que debamos
seguir y la
libertad de
ceder a una
u otra de
las
influencias
opuestas que
se ejercen
sobre
nosotros.
(Obra
citada,
preguntas
465, 465-a,
465-b, 466 y
467.)
C. ¿Cómo
podemos
neutralizar
la
influencia
de los malos
Espíritus?
Practicando
el bien y
poniendo
toda nuestra
confianza en
Dios,
repeleremos
la
influencia
de los
Espíritus
inferiores y
aniquilaremos
el imperio
que deseen
tener sobre
nosotros.
Para esto,
es necesario
no atender
las
sugerencias
de los
Espíritus
que nos
suscitan
malos
pensamientos,
que inspiran
la discordia
y nos
incitan las
malas
pasiones.
Debemos
desconfiar
especialmente
de los que
exaltan
nuestro
orgullo,
pues nos
atacan por
el lado
débil. Esta
es la razón
por la que
Jesús, en la
oración
dominical
nos enseñó a
decir:
“¡Señor! No
nos dejes
caer en
tentación,
mas líbranos
del mal”.
(Obra
citada,
preguntas
468, 469 y
472.)
D. ¿Tiene el
exorcismo
alguna
eficacia en
el
tratamiento
de la
obsesión? En
estos casos
¿es la
oración una
ayuda?
Las fórmulas
de exorcismo
no tienen
ninguna
eficacia
sobre los
malos
Espíritus,
que se ríen
y se
obstinan
cuando ven
que alguien
toma eso en
serio. En
cuanto a la
oración, he
ahí una
poderosa
ayuda en el
tratamiento
de la
obsesión.
Pero, según
el
Espiritismo,
no basta que
alguien
murmure
algunas
palabras
para obtener
lo que
desea. Dios
asiste a los
que obran,
no a los que
se limitan a
pedir. Es
pues
indispensable
que el
obsesado
haga por su
parte lo
necesario
para
destruir en
sí mismo la
causa que
atrae a los
malos
Espíritus.
(Obra
citada,
preguntas
475 a 479.)
E. Si no
existen los
demonios
¿cómo
entender la
expulsión de
los demonios
mencionada
en el
Evangelio?
Depende de
la
interpretación
que se le
dé. Si
llamamos
demonio a un
Espíritu
malo que
subyuga a un
individuo,
en cuanto se
destruya su
influencia
habrá sido
en verdad
expulsado.
Si le
atribuimos
al demonio
la causa de
una
enfermedad,
cuando la
hayamos
curado, se
podrá decir
con certeza
que
expulsamos
al demonio.
Una cosa
puede ser
verdadera o
falsa, según
el sentido
que se dé a
las
palabras.
(Obra
citada,
pregunta
480.)
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