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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 5 229 – 2 de Octubre de 2011 

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

(Parte 21)

Continuamos con el Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano, que focalizará las cinco principales obras de la Doctrina Espírita, en el orden en que fueron inicialmente publicadas por Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo.

Las respuestas a las preguntas presentadas, fundamentadas en la 76ª edición publicada por la FEB, basadas en la traducción de Guillon Ribeiro, se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Es exclusivamente moral el afecto que los Espíritus dedican a las personas?

B. Entre los males que nos alcanzan, ¿cuáles son los que más afligen a los Espíritus protectores? 

C. ¿Hay Espíritus que se unen a un individuo, en particular, para protegerlo? ¿Cuál es su misión y cómo se les denomina?

D. ¿Puede el protector espiritual abandonar a su protegido si éste se muestra rebelde a sus advertencias?

E. ¿Según el Espiritismo, podemos decir que Espíritu familiar,  ángel de la guarda y Espíritu simpático significan lo mismo?

Texto para la lectura

263. Los Espíritus buenos simpatizan con los hombres de bien, o susceptibles de mejorarse; los Espíritus inferiores, con los hombres viciosos o que pueden enviciarse. De allí su apego, resultado de la semejanza de sensaciones. (L.E., 484)

264. El afecto verdadero nada tiene de carnal; pero cuando un Espíritu se apega a una persona, no siempre lo hace por afecto, pudiendo existir en este caso un recuerdo de las pasiones humanas. (L.E., 485)

265. Los Espíritus buenos hacen todo el bien que pueden y se sienten felices por nuestras alegrías. Se afligen por nuestros males cuando no los sobrellevamos con resignación, porque entonces tales males no producirán resultados. Es como el enfermo que rechaza el medicamento amargo que lo sanará. (L.E., 486)

266. El egoísmo y la dureza del corazón, de los que todo procede, constituyen la clase de  males que más aflige a los Espíritus. Ellos se ríen de todos esos males imaginarios que nacen del orgullo y de la ambición, y se regocijan por los que tienen como fin abreviar nuestro tiempo de prueba. (L.E., 487)

267. Sabiendo que la vida corporal es transitoria, y que las tribulaciones que la acompañan son medios para conducirnos a un estado mejor, los Espíritus se afligen más por las causas morales que pueden distanciarnos de ese estado, que por los males físicos, que sólo son pasajeros. El Espíritu, que ve en las aflicciones de la vida un medio de adelantamiento para nosotros, las considera como la crisis momentánea que ha de salvar al enfermo. Se compadece de nuestros sufrimientos como nosotros nos compadecemos de los sufrimientos de un amigo, pero viendo las cosas desde un punto de vista más justo, los aprecia de diferente manera, y mientras los buenos revitalizan nuestro coraje, en interés de nuestro futuro, los otros nos incitan a la desesperación, buscando comprometernos. (L.E., 487, comentario de Kardec)

268. Nuestros parientes y amigos que desencarnaron antes que nosotros tienen más simpatía por nosotros que los Espíritus que nos son extraños, y con frecuencia nos protegen como Espíritu, según su poder. Además de eso, son muy sensibles al afecto que les dispensamos, olvidando, sin embargo, a quienes los olvidan.  (L.E., 488)

269. El Espíritu protector está obligado a velar por nosotros porque aceptó esa tarea, pero puede elegir a los seres que le son simpáticos. Para unos, eso es un placer; para otros, una misión o un deber. Claro que, uniéndose a una persona, no renuncia a proteger a otros individuos, pero lo hace de manera más general.  (L.E., 493 y 493-a)

270. Sucede con frecuencia, que ciertos Espíritus dejan su posición para cumplir diversas misiones, pero en ese caso son sustituidos. (L.E., 494)

271. A los que pensasen que es imposible para los Espíritus realmente elevados que se limiten a una tarea tan laboriosa, y de todos los instantes, diremos que ellos influencian en nuestras almas aun estando a millones de leguas de distancia: para ellos, el espacio no existe, y aunque vivan en otro mundo, conservan su relación con nosotros. (…) Cada ángel de la guarda tiene su protegido y vela por él, como un padre vela por el hijo, se siente feliz cuando lo ve en el buen camino, llora cuando sus consejos son desdeñados. (L.E., 495)

272. Los Espíritus buenos nunca hacen el mal; dejan que lo hagan los que toman su lugar y entonces acusamos a la suerte de las desgracias que nos oprimen, cuando la falta es nuestra. (L.E., 496)

273. Existe la unión de los Espíritus malos para neutralizar la acción de los buenos, pero si el protegido lo quiere, dará toda la fuerza a su Espíritu bueno. (L.E., 497)

274. Son la debilidad, la dejadez o el orgullo del hombre los que dan fuerza a los Espíritus malos. (L.E., 498)

275. El Espíritu protector no está constantemente con su protegido, pues hay circunstancias en que su presencia no es necesaria. (L.E., 499)

276. Cuando el Espíritu puede guiarse por sí mismo, ya no tiene necesidad del ángel de la guarda; pero eso no sucede en la Tierra. (L.E., 500)

277. La acción de los Espíritus que nos quieren bien está siempre regulada de manera que nos deja a nuestro libre albedrío, porque si no tuviésemos responsabilidad, no avanzaríamos en la senda que debe conducirnos a Dios. (L.E., 501)

278. El Espíritu protector se siente feliz cuando ve sus cuidados coronados por el éxito; es para él un triunfo, como un preceptor triunfa con los logros de su discípulo. (L.E., 502).

279. El Espíritu protector sufre por los errores de su protegido, y los lamenta, pero esa aflicción no tiene las angustias de la paternidad terrestre, porque sabe que el mal tiene remedio y que lo que no se hizo hoy, se hará mañana. (L.E., 503)

280. Cuando estemos en la vida espírita reconoceremos a nuestro Espíritu protector, porque a menudo lo conocíamos antes de la presente existencia. (L.E., 506)

281. Cada hombre, aun en estado salvaje, tiene un Espíritu que vela por él, pero las misiones son relativas a su objetivo. No daréis un profesor de filosofía a un niño que aprende a leer. El progreso del Espíritu familiar sigue al del Espíritu protegido. (L.E., 509)

282. Es verdad que los Espíritus malos tratan de desviar al hombre del buen camino cuando encuentran ocasión, pero cuando uno de ellos se une a un individuo, lo hace por sí mismo, porque espera ser escuchado. Entonces habrá una lucha entre el bien y el mal, y vencerá aquél a cuyo dominio se entregue el hombre. (L.E., 511)

283. Cada hombre tiene siempre Espíritus simpáticos, más o menos elevados, que le dedican afecto y se interesan por él, como también hay los que le asisten en el mal. (L.E., 512)

284. Algunas personas ejercen un efecto sobre otras, una especie de fascinación que parece irresistible. Cuando eso sucede para el mal, son Espíritus malos de los cuales se sirven otros Espíritus malos para subyugar mejor a sus víctimas. Dios puede permitirlo para probarnos. (L.E., 515)

285. Algunos Espíritus se unen a los miembros de una misma familia, que viven juntos y están unidos por el afecto, pero no creamos en Espíritus protectores del orgullo de las razas. (L.E., 517)

286. Los Espíritus van, de preferencia, adonde están sus semejantes, pues en esos lugares pueden estar más cómodos y más seguros de ser escuchados. El hombre atrae a los Espíritus en virtud de sus tendencias, ya sea estando solo o constituyendo todo un colectivo, como una sociedad, una ciudad o un pueblo. Hay pues sociedades, ciudades y pueblos que son asistidos por Espíritus más o menos elevados, según su carácter y las pasiones que los dominan. (L.E., 518)

287. Los Espíritus imperfectos se alejan de aquellos que los rechazan, y de allí resulta que el perfeccionamiento moral de un todo colectivo, como el de los individuos, tiende a alejar a los Espíritus malos y a atraer a los buenos, que despiertan y mantienen el sentimiento del bien en las masas, de la misma manera que los otros pueden incitar en ellas las malas pasiones. (L.E., 518)

288. Las sociedades, las ciudades y las naciones tienen Espíritus protectores especiales, porque marchan hacia un objetivo común y necesitan de una dirección superior. (L.E., 519)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Es exclusivamente moral el afecto que los Espíritus dedican a las personas?

No. El verdadero afecto nada tiene de carnal; pero cuando un Espíritu se apega a una persona, no siempre lo hace sólo por afecto. A la estima que esa persona le inspira puede agregarse una reminiscencia de las pasiones humanas. (El Libro de los Espíritus, preguntas 484 y 485.)

B. Entre los males que nos alcanzan, ¿cuáles son los que más afligen a los Espíritus protectores? 

Los Espíritus buenos hacen todo el bien que les es posible, y se sienten dichosos por nuestras alegrías. Se afligen por nuestros males cuando no los sobrellevamos con resignación, porque ningún beneficio sacamos de ellos, asemejándonos en tales casos al enfermo que rechaza el brebaje amargo que lo ha de curar. Los males que más los afligen son nuestro egoísmo y la dureza de nuestros corazones, de los que proceden todos los males; pero se ríen de todos esos males imaginarios que nacen del orgullo y de la ambición, y se regocijan por los que redundan en la abreviación del tiempo de nuestras pruebas. (Obra citada, preguntas 486 y 487.)

C. ¿Hay Espíritus que se unen a un individuo, en particular, para protegerlo? ¿Cuál es su misión y cómo se les denomina?

Sí. Se trata del hermano espiritual, al que llamamos el Espíritu bueno o genio bueno, cuya misión es como la de un padre en relación a los hijos: guiar a su protegido por la senda del bien, ayudarle con sus consejos, consolarle en sus aflicciones, levantarle el ánimo en las pruebas de la vida. (Obra citada, preguntas 489, 491, 492 y 493.)

D. ¿Puede el protector espiritual abandonar a su protegido si éste se muestra rebelde a sus advertencias?

Él se aleja cuando ve que sus consejos son inútiles y que, en su protegido, es más fuerte la decisión de someterse a la influencia de los Espíritus inferiores. Pero no lo abandona completamente y siempre se hace oír. Entonces es el hombre quien cierra los oídos. El protector vuelve en cuanto éste lo llame. (Obra citada, preguntas 495, 497, 498, 499, 500, 501 y 503.)

E. ¿Según el Espiritismo, podemos decir que Espíritu familiar,  ángel de la guarda y Espíritu simpático significan lo mismo?

No. El Espíritu familiar es más bien el amigo de la casa. El Espíritu protector, ángel de la guarda o genio bueno es aquél que tiene por misión acompañar al hombre en la vida y ayudarle a progresar. Es siempre de naturaleza superior, en relación a su protegido. Los Espíritus simpáticos son aquellos que se sienten atraídos a nuestro lado por afectos particulares y además por una cierta semejanza de gustos y sentimientos, tanto para el bien como para el mal. (Obra citada, preguntas 514, 490, 507 e 520.)

 

 

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Revista Semanal de Divulgación Espirita