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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 5 230 – 9 de Octubre de 2011 

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El verdadero tesoro

 

Leonel nació en un hogar muy pobre. Sus padres, que no tuvieron oportunidad de estudiar, trabajaban de sol a sol en el campo. Y, por tener tres hijos más, vivían con mucha dificultad, no era raro hasta sin tener comida para alimentar a los hijos.  

No aceptando esa situación de miseria, a los diez años Leonel huyó de casa y fue para la ciudad, donde tuvo el amparo de una pareja que, llenos de compasión, decidieron ayudarlo. Así, el niño fue para la escuela, beneficiándose con la luz del conocimiento.

Creció, se hizo hombre. La pareja, que lo amaba como hijo del corazón, murió en un accidente de coche. Como no tuviera otros descendientes, Leonel recibió toda la herencia, que no era grande, sin embargo mucho más de lo que él hubo soñado poseer.  

Ahora, dueño de su vida y con algún dinero, Leonel multiplicó lo que hubo recibido, haciendo negocios, invirtiendo en títulos, oro y joyas. Construyó un pequeño sótano, debajo de la casa, que él mantenía cerrado y donde colocaba todos sus tesoros.

Leonel se casó con Alice y tuvo dos hijos. Sin embargo, tenía mucho miedo de perder lo que había conquistado con tanta

dificultad. De ese modo, obligaba a la familia a llevar una vida miserable, donde la propia alimentación era moderada. La familia pasaba necesidad de cosas básicas, material escolar, ropas, calzados. Y su esposa, protestaba a favor de los hijos:

— ¡Leonel, nuestros hijos necesitan de ropas nuevas y calzados! ¡No pueden salir con ropas rasgadas!

— ¿Por qué no las remiendas? Mi dinero no es para gastar en futilidades. ¡Si ellos quieren nuevas ropas, que las compren!

— Pero, ellos son pequeños, querido; necesitan estudiar. No tienen edad para trabajar.     

— Pues con la edad de ellos, yo ya trabajaba en la siembra.

Cansada de argumentación en vano, la pobre madre se callaba. Y así el tiempo fue pasando.

Cierto día, Leonel necesitó viajar por negocios por varios días y no dejó dinero. Cansada de aquella miseria, después de la partida de él, Alice fue con los hijos para la casa de sus padres, en un barrio distante.  

Cuando Leonel volvió, después de una semana, quedó aterrado. Vio que la casa había sido completamente destruida por el fuego. Al verlo llegar, los vecinos corrieron a encontrarlo.

— ¡Leonel! ¿Dónde estaba usted? Su casa se incendió e intentamos apagarlo, pero sin éxito. ¡Nadie supo explicar lo que ocurrió! ¡Cuando vimos, las llamas ya habían alcanzado toda la casa!

Leonel lloró copiosamente, desesperado. Durante aquellos días de ausencia, hubo sentido mucha falta de la esposa y de los fijos. ¿Donde estarían ellos? ¡Con seguridad estarían muertos! Dios lo había castigado por su avaricia, retirando lo que él tenía de más valioso. Se puso a gritar:

— ¡Dios mío, perdóname! ¡Quiero a mi familia de vuelta! ¡Alice, mis hijos, perdonadme! ¿Qué será de mí sin vosotros?

El vecino lo calmó, explicándole que los bomberos sólo encontraron destrozos de cosas quemadas. Y concluyó:

— Nadie vio a tu familia por aquí. Extrañé la ausencia de ellos. Si hubiésemos tenido la llave, los bomberos aún habrían conseguido salvar alguna cosa...

En ese momento, Alice y los hijos venían llegando. Sabiendo que era el día de volver Leonel, volvían para casa cuando vieron todo destruido.  

Al verlos, Leonel los abrazó con lágrimas, agradeciendo a Dios por haberlos preservarlos.

— ¿Qué pasó Leonel?!... — indagó Alice.

— No sé, querida. Nadie sabe la razón del incendio. Pero, ¿dónde estábais vosotros?

— Como tú no habías dejado dinero y no teníamos qué comer, nosotros fuimos para la casa de mis padres — explicó ella, temerosa de la reacción del marido.

Leonel le pidió perdón, avergonzado de sus actitudes, afirmando que, gracias a eso, no habían muerto.

Después, perplejo, Leonel miraba la casa destruida, donde todo estaba negro y el olor de cosas quemadas aún era fuerte, pensando: ¿dónde habría comenzado el incendio?  

¡De repente, él se acordó! Antes de viajar, había ido hasta su escondite para apreciar una vez más sus tesoros. Como él no había hecho la conexión eléctrica, encendía una vela toda vez que quería iluminar el cuartito. ¡En la prisa de viajar, había olvidado la vela encendida!

Con el corazón amargado, caminó en medio de los destrozos, preocupado con su tesoro, pero nada encontró. Ciertamente los títulos se habían quemado; el oro y las joyas, alguien ya los habían encontrado y llevado.

Preocupada, Alice preguntó al marido:

— Leonel, ¿qué va a ser de nosotros, ahora sin nuestra casa, sin recursos para vivir?

Por primera vez en todos aquellos años de convivencia, él la abrazó, tranquilizándola:

— ¡Querida, no te preocupes! ¡Tenemos lo suficiente para proveer las necesidades de la familia, gracias a Dios!

Después, envolviendo a la esposa y los hijos en un gran abrazo, concluyó:

—Todo lo que perdimos nada significa. No hay tesoro mayor para mí que vosotros. Continuar con nuestra familia reunida es lo que más pido a Dios. A partir de hoy, comienza una nueva vida para nosotros. ¡Vosotros tendréis todo lo que merecéis, yo lo prometo!  

Los niños tocaron las palmas, contentos. El padre prosiguió:

— ¡Y hay más! He sentido añoranza de la casa de campo donde nací. Quiero que conozcáis a mis padres y hermanos. Iremos a visitarlos y, si ellos aceptan, pretendo traerlos para vivir con nosotros.  

Los niños intercambiaron una gran sonrisa, felices por la oportunidad de conocer a los abuelos paternos y los tíos. Y Alice sintió su corazón llenarse de nuevas esperanzas delante de aquellas palabras. Una nueva vida repleta de amor y felicidad comenzaba para toda la familia.           

                                                                  MEIMEI 

(Mensagem recebida por Célia X. de Camargo, Rolândia-PR, em 19/09/2011.)    
         



                                                         
                          



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Revista Semanal de Divulgación Espirita