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¿El alma
duerme en el
mineral?
Parte
1 |
Es común que
oigamos la
frase: "El alma
duerme en la
piedra, sueña en
el vegetal, se
agita en el
animal y
despierta en el
hombre", cuya
autoría es
atribuida a León
Denis. Sólo que,
curiosamente,
hasta hoy nadie
nos demostró
que, de hecho,
él haya dicho
exactamente eso.
Pero, en la
búsqueda en
que nos
empeñamos para
encontrarla,
acabamos por
depararnos con
la frase
verdadera,
veámosla: En
la planta, la
inteligencia
dormita; en el
animal, sueña;
sólo en el
hombre
despierta, se
conoce, se posee
y se hace
consciente;
a partir de ahí,
el progreso, de
alguna suerte
fatal en las
formas
inferiores de la
Naturaleza, sólo
se puede
realizar por el
acuerdo de la
voluntad humana
con las leyes
Eternas. (DENIS,
1989, p. 123.)
(Negrita
nuestra.)
Inicialmente
recurriremos a
lo que él,
Kardec, dijo en
la Introducción
de la primera
edición de El
Libro de los
Espíritus:
Cualquiera que
sea, es un hecho
que no se puede
contestar, pues
es un resultado
de observación,
es que los seres
orgánicos tienen
en sí una fuerza
interior que
produce el
fenómeno de la
vida, mientras
esa fuerza
existe; que la
vida material es
común a todos
los seres
orgánicos
y que ella es
independiente de
la inteligencia
y del
pensamiento:
que la
inteligencia y
el pensamiento
son facultades
propias de
ciertas especies
orgánicas;
finalmente, que
entre las
especies
orgánicas
dotadas de
inteligencia y
de pensamiento,
hay una dotada
de un
sentido moral
especial que le
da incontestable
superioridad
sobre las otras,
es la especie
humana.
Nosotros
llamamos,
finalmente,
inteligencia
animal al
principio
intelectual
común a los
diversos grados
en los hombres y
en los animales,
independiente
del principio
vital, y cuya
fuente nos es
desconocida.
(KARDEC, 2004,
p. 3.) (Grifo
nuestro.)
Los seres
orgánicos nacen,
crecen, se
reproducen por
sí mismos y
mueren
Eso fue
necesario sólo
para verificar
que, ya desde la
primera edición
de ese libro,
Kardec, sin
medias palabras,
afirma que “la
inteligencia y
el pensamiento
son facultades
propias de
ciertas especies
orgánicas”,
definiéndolas de
esta forma:
Los seres
orgánicos
son los que
tienen en sí una
fuente de
actividad
interior que les
da la vida.
Nacen, crecen,
se reproducen
por sí mismos y
mueren. Son
provistos de
órganos
especiales para
la ejecución de
los diferentes
actos de la
vida, órganos
esos apropiados
a las
necesidades que
la conservación
propia les
impone. En esa
clase están
comprendidos los
hombres, los
animales y las
plantas.
(KARDEC, 2007a,
p. 91.) (Negrita
nuestra.)
Y, para que
podamos
separarlos de
los inorgánicos,
traemos también
la definición de
esos: Seres
inorgánicos son
todos los que
carecen de
vitalidad, de
movimientos
propios y
que se forman
sólo por la
agregación de la
materia. Tales
son los
minerales, el
agua, el aire,
etc. (KARDEC,
2007a, p. 91.)
(Negrita
nuestra.)
Entonces, según
Kardec, podemos
clasificar los
seres orgánicos
en hombres,
animales y
plantas. Cuando,
en el libro La
Génesis, él
estudia el
Instinto y la
Inteligencia
(Capítulo III),
hace diversas
consideraciones,
en las cuales
vamos a
encontrar alguna
cosa para
dirimir posibles
dudas.
Dice ahí:
El instinto es
la fuerza oculta
que impulsan a
los seres
orgánicos
a actos
espontáneos e
involuntarios,
con miras a la
conservación de
ellos. En
los actos
instintivos no
hay reflexión,
ni combinación,
ni
premeditación.
Es así que la
planta busca
el aire, se
vuelve para la
luz, dirige sus
raíces para el
agua y para la
tierra
nutriente; que
la flor se abre
y cierra
alternativamente,
conforme se le
hace necesario;
que las plantas
trepadoras se
enroscan en
torno a aquello
que les sirve de
apoyo, o se le
agarran con los
apéndices.
Es por el
instinto que los
animales
son avisados de
lo que les
conviene o
perjudica; que
buscan, conforme
la estación, los
climas
propicios; que
construyen, sin
enseñanza
previa, con más
o menos arte,
según las
especies, lechos
blandos y
abrigos para sus
progenies,
trampas para
atrapar la presa
de que se
nutren; que
manejan
diestramente las
armas ofensivas
y defensivas de
que son
provistos; que
los sexos se
aproximan; que
la madre protege
a los hijos y
que estos buscan
el seno materno.
En el hombre,
sólo en el
comienzo de la
vida el instinto
domina con
exclusividad; es
por instinto que
el niño hace los
primeros
movimientos, que
toma el
alimento, que
grita para
expresar sus
necesidades, que
imita el sonido
de la voz, que
intenta hablar y
andar. En el
propio adulto,
ciertos actos
son instintivos,
tales como los
movimientos
espontáneos para
evitar un
riesgo, para
huir a un
peligro, para
mantener el
equilibrio del
cuerpo; tales
como el
parpadear de los
párpados para
moderar el
brillo de la
luz, el abrir
maquinal de la
boca para
respirar, etc.
(KARDEC, 2007b,
p. 89.) (Negrita
nuestra.)
El instinto
varía en sus
manifestaciones,
conforme a las
especies y a sus
necesidades
En esa decir de
Kardec queda
claro que él
admite el
instinto en las
plantas, en los
animales y en
los hombres.
Pero, “¿qué
tiene que ver
instinto con
inteligencia?”,
podría alguien
preguntarnos.
Pues bien, esa
duda fue
respondida por
los Espíritus,
que afirmaron
que el instinto
es una especie
de inteligencia,
una inteligencia
no racional
(respuesta a la
pregunta 73).
Un poco más al
frente, al
comentar la
respuesta a la
pregunta 75, el
codificador
explica:
El instinto es
una inteligencia
rudimentaria,
que difiere de
la inteligencia
propiamente
dicha, en las
que sus
manifestaciones
son casi siempre
espontáneas,
mientras que las
de la
inteligencia
resultan de una
combinación y de
un acto
deliberado.
El instinto
varía en sus
manifestaciones,
conforme a la
especies y a sus
necesidades. En
los seres que
tienen la
conciencia y la
percepción de
las cosas
exteriores, él
se alía a la
inteligencia, es
decir, a la
voluntad y a la
libertad.
(KARDEC, 2007a,
p. 97.) (Negrita
nuestra.)
Por lo tanto,
por orden, las
plantas, los
animales y los
hombres poseen
el principio
inteligente,
variando sólo en
cuanto al grado
de su
manifestación.
Sin embargo,
hasta ahora, no
hay nada
atribuyendo
también a los
minerales ese
principio, o que
el haya, alguna
vez, estacionado
en seres
inorgánicos.
Cosa difícil de
entender, ya que
esos seres no
poseen
vitalidad; por
lo tanto, no
están sujetos al
“nacer, crecer y
morir”, ciclo
indispensable,
según creemos,
para que ocurra
el progreso
intelectual de
ese principio.
La destrucción
no pasa de una
transformación,
que tiene por
fin la
renovación de
los seres vivos
El
esclarecimiento
acerca del
instinto de
conservación va
a ayudarnos a
esclarecer más
aún esa
cuestión. Leemos
en El Libro de
los Espíritus:
702. ¿Es ley de
la Naturaleza el
instinto de
conservación?
“A buen seguro.
Todos los
seres vivos lo
poseen,
cualquiera que
sea el grado de
su inteligencia.
En unos, es
puramente
maquinal,
razonado en
otros.”
703. ¿Con qué
fin otorgó Dios
a todos los
seres vivos o
instinto de
conservación?
“Porque todos
tienen que
concursar para
el cumplimiento
de los designios
de la
Providencia. Por
eso fue que Dios
les dio la
necesidad de
vivir.
Resalta que la
vida es
necesaria al
perfeccionamiento
de los seres.
Ellos lo sienten
instintivamente,
sin percibirse
de eso .”
728. ¿Es ley de
la Naturaleza la
destrucción?
“Preciso es
que todo se
destruya para
renacer y
regenerarse.
Porque, lo que
llamáis
destrucción no
pasa de una
transformación,
que tiene por
fin la
renovación y
mejoría de los
seres vivos.”
(KARDEC, 2007a,
p. 378 y 389.) (Negrita
Nuestra.)
De lo que
concluimos que
todos los seres
vivos poseen la
inteligencia en
algún grado, que
la vida es
necesaria a su
progreso y que
la destrucción
es necesaria
para que eso
ocurra;
entonces, en lo
que concerniente
a los minerales,
creemos que nada
de eso se
aplica.
Volviendo al
libro La
Génesis, iremos
a encontrar unas
palabras de
Kardec que, a
nuestro ver,
pone un punto
final sobre cómo
él veía el
asunto.
Vejamos cuando
él habla de la
“Unión del
principio
espiritual e de
la materia”, en
el capítulo XI,
ítem 10:
Teniendo la
materia que ser
el objeto de
trabajo del
Espíritu para el
desarrollo de
sus facultades,
era necesario
que él pudiera
actuar sobre
ella, por lo que
vino a
habitarla, como
el leñador
habita el
bosque. Teniendo
la materia que
ser, a la vez,
objetivo e
instrumento del
trabajo,
Dios, en vez de
unir el Espíritu
a la piedra
rígida, creó,
para su uso,
cuerpos
organizados,
flexibles,
capaces de
recibir todos
los impulsos de
su voluntad y de
prestarse a
todos sus
movimientos.
El cuerpo es,
pues,
simultáneamente,
el envoltorio y
el instrumento
del Espíritu y,
a medida que
este adquiere
nuevas
aptitudes,
reviste otro
envoltorio
apropiado al
nuevo género de
trabajo que debe
ejecutar, tal
cual se hace con
el obrero, a
quién es dado un
instrumento
menos grosero, a
medida que él se
va mostrando
apto a ejecutar
una obra más
bien cuidada.
(KARDEC, 2007b,
p. 241-242.) (Negrita
nuestra.)
La materia
inerte, que
constituye el
reino mineral,
sólo tiene en sí
una fuerza
mecánica
Por lo que
podemos deducir
de esa decir, no
hay como admitir
que el principio
inteligente
haya
estacionado en
los minerales, a
no ser
contrariando lo
que aquí fue
dicho por
Kardec.
En la
explicación de
la respuesta a
la pregunta 71,
del libro de los
Espíritus, el
codificador hace
la siguiente
consideración:
La inteligencia
es una facultad
especial,
peculiar a
algunas clases
de seres
orgánicos y que
les da, con el
pensamiento, la
voluntad de
actuar, la
conciencia de
que existen y de
que constituyen
una
individualidad
cada uno, así
como los medios
de establecer
relaciones con
el mundo
exterior y de
proveer a sus
necesidades.
Pueden
distinguirse
así: 1º. -
los seres
inanimados,
constituidos de
materia, sin
vitalidad ni
inteligencia,
que son los
cuerpos brutos;
2º. - los seres
animados que no
piensan,
formados de
materia y
dotados de
vitalidad, sin
embargo,
destituidos de
inteligencia;
3º. - los seres
animados
pensantes,
formados de
materia, dotados
de vitalidad y
teniendo además
un principio
inteligente que
les da la
facultad de
pensar. (KARDEC,
2007a, p. 96.) (Negrita
nuestra.)
Se clasifican,
por lo tanto,
los reinos de la
naturaleza en
tres: el
mineral, el
vegetal y el
animal, en el
orden citado por
Kardec. Así,
queda claro, por
lo que él dice,
que el reino
mineral no tiene
vitalidad ni
inteligencia, lo
que aún se
confirma en este
tramo: “La
materia inerte,
que
constituye el
reino mineral,
sólo tiene en sí
una fuerza
mecánica”.
(KARDEC, 2007a,
p. 327.) (Negrita
nuestra.)
Buscando también
la cuestión
136a, veremos
que la hipótesis
de la presencia
del principio
inteligente en
el mineral es
del todo
improbable, por
cuanto: “La vida
orgánica puede
animar un cuerpo
sin alma, pero
el alma no
puede habitar un
cuerpo privado
de vida orgánica”.
(KARDEC, 2007a,
p. 125.) (Negrita
nuestra.)
La escala
orgánica sigue
en todos los
seres, del
pólipo al
hombre, la
progresión de la
inteligencia
En la Revista
Espírita 1868,
Kardec teje
algunos
comentarios
sobre la
creencia de que
la Tierra
tendría un alma,
que es de
interés a
nuestro estudio.
Veamos:
[…] ¿La Tierra
es un ser vivo?
Sabemos que
ciertos
filósofos,
más sistemáticos
que prácticos,
consideran la
Tierra y todos
los planetas
como seres
animados,
fundándose sobre
el principio de
que todo vive en
la Naturaleza,
desde el mineral
hasta el hombre.
De
inicio, creemos
que hay una
diferencia
capital entre el
movimiento
molecular de
atracción y de
repulsión, de
agregación y de
desagregación
del mineral y el
principio vital
de la planta;
hay efectos
diferentes que
acusan causas
diferentes, o
por lo menos una
modificación
profunda en la
causa primera,
si ella fuese
única. (Génesis,
cap. X, nº 16 a
19.)
Pero admitamos
por un instante
que el principio
de la vida tenga
su fuente en el
movimiento
molecular,
no se podría
contestar que
sea más
rudimentario aún
en el mineral
que en la
planta;
ahora, de ahí a
un alma cuyo
atributo
esencial es la
inteligencia, la
distancia es
grande; nadie,
creemos, pensó
en dotar una
roca o un pedazo
de hierro de la
facultad de
pensar, de
querer y de
comprender.
Aún haciendo
todas las
concesiones
posibles a ese
sistema, quiere
decir,
colocándonos en
el punto de
vista de
aquellos que
confunden el
principio vital
con el alma
propiamente
dicha. El alma
del mineral no
estaría sino en
el estado de
germen latente,
una vez que en
el no se revela
por ninguna
manifestación.
Un hecho no
menos patente
que aquel que
acabamos de
decir es que el
desarrollo
orgánico está
siempre en
relación con el
desarrollo del
principio
inteligente;
el organismo se
completa a
medida que las
facultades del
alma se
multiplican.
La escala
orgánica sigue
constantemente,
en todos los
seres, la
progresión de la
inteligencia,
desde el pólipo
hasta el hombre;
y eso no podría
ser de otra
manera, una vez
que falta al
alma un
instrumento
apropiado a la
importancia de
las funciones
que ella debe
llenar.
¿De qué serviría
a la ostra tener
la inteligencia
del mono sin los
órganos
necesarios para
su
manifestación?
Si, pues, la
Tierra fuera un
ser animado
sirviendo de
cuerpo a un alma
especial, esta
alma debería ser
aún
más rudimentaria
que la del
pólipo, una vez
que la Tierra no
tiene aún la
vitalidad de la
planta, mientras
que por el papel
que se atribuye
a esa alma,
sobre todo en la
teoría de la
incrustación, de
ella se hace un
ser dotado de
razón y del
libre albedrío
más completo, un
Espíritu
superior, en una
palabra, lo que
no es ni
racional ni
conforme a la
ley general,
porque jamás el
Espíritu fue más
aprisionado y
más dividido.
(El presente
artículo será
concluido en la
próxima edición
de esta
revista.)
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