En aquella tarde,
Daniel entró en casa
muy triste. Cayó
sentado en una
silla, desanimado.
Su madre, que estaba
preparando una
merienda para la
familia, preguntó:
— ¿Qué pasa, hijo
mío? Tú no estás
bien…
Con los ojos
húmedos, el niño
contó:
— Mamá, ¿sabes
que mi amigo
Breno está muy
enfermo? Ahora
ni puede jugar
más conmigo.
Antes, a pesar
de usar silla de
ruedas, era
alegre,
estábamos
siempre juntos y
nos divertíamos
bastante.
— Yo lo sé,
hijo. Vosotros
siempre fuisteis
amigos, desde
que la familia
de él vino a
vivir aquí
cerca. Después,
él tuvo
parálisis
infantil y, no
pudiendo andar
más, me gustaba
cuando tú
empujabas la
silla de él,
llevándolo para
pasear en la
acera y jugar
con los vecinos.
Pero, ¿qué pasó
ahora? |
|
— La madre de Breno
dijo que él no puede
jugar y ni recibir
visitas. ¡Está en el
hospital con un
problema en los
pulmones y no
consigue ni respirar
bien!...
Daniel estaba
triste, sin
conformidad con la
situación del amigo.
— ¡No entiendo,
mamá! ¡Tú siempre
dices que Dios es
padre de todos
nosotros! Entonces,
¿por qué Breno está
sufriendo tanto? ¡Yo
no tengo enfermedad
ninguna, nunca estoy
ni con gripe! Y él,
además de no poder
andar, ¿ahora está
obligado a quedarse
en el hospital? ¿Por
qué Dios le dio un
cuerpo tan enfermo?
¡Parece un castigo!
La madre miró para
el hijo y vio como
él estaba sufriendo
por el amigo. Se
sentó, lo colocó en
sus brazos y lo
abrazó con mucho
amor; después
explicó:
— Daniel, no es un
castigo. Tampoco fue
Dios que dio un
cuerpo enfermo para
Breno. Es que Dios
nos creó a todos
para la perfección,
es decir, para
progresar en
conocimiento y
sentimiento. Así, a
través de las
existencias, vamos
mejorando siempre.
Entonces, todos
nosotros somos
Espíritus
reencarnados, usando
temporalmente un
cuerpo de carne. Ya
vivimos muchas vidas
y trajimos, de esas
otras vidas, las
consecuencias de los
problemas que nos
causamos a nosotros
mismos o a las otras
personas.
— “¿Consecuencia?”...
¿Cómo es eso, mamá?
— preguntó el niño.
— Hijo mío, al
crearnos, Dios nos
colocó bajo leyes
divinas que
necesitan ser
respetadas. De ese
modo, es el alma, el
Espíritu de él que
está enfermo. Todo
lo que aparece en el
cuerpo es reflejo de
las enfermedades del
alma.
Viendo que el niño
aún no había
entendido, ella
pensó un poco y
continuó:
— Voy a darte un
ejemplo: Tu abuelo
Felício anda con un
problema en el
hígado. ¿Tú sabes
por qué?
— ¡Claro que lo sé!
¡Tú y papá siempre
habláis que el
abuelo Felício quedó
así porque él tenía
la adicción a la
bebida!
— ¡Eso mismo!
Entonces, el
problema en el
hígado es
consecuencia de la
bebida. Sólo que él
está sufriendo el
daño que causó al
cuerpo en esta
existencia aún. Así,
a través de las
enfermedades, vamos
curando nuestro
cuerpo espiritual,
que quedará limpio y
luminoso. ¿Entendiste?
— ¡Ah!... Entendí.
Pero Breno no hizo
nada para sufrir
tanto en esta vida.
¡Él es niño aún!
— No lo hizo en esta
vida, pero lo hizo
en otras, Daniel. Lo
importante es que él
quedará bueno, libre
de esos problemas
después que vuelva
para el mundo
espiritual. ¡Y él
sabe que es para el
bien de él y está
contento de pagar su
cuenta con la
justicia divina!
— ¡¿Él está
contento?!... —
extrañó el chico,
sin entender.
— ¡Claro! ¿Tú ya lo
oíste protestar de
alguna cosa?
Daniel pensó un poco
y respondió con los
ojos abiertos:
— ¡No! ¡Él nunca
protesta de nada!
¡Está siempre alegre
y bien dispuesto!
— ¿Ves cómo tengo
razón? Entonces, por
ahora, ten un poco
de paciencia que
inmediatamente
Breno volverá para
casa y tú podrás
visitarlo.
Algunos días
después, Daniel supo
que el vecino había
vuelto para casa y
corrió para verlo.
Entró en el cuarto,
que él tan bien
conocía, y encontró
a Breno que, al
verlo llegar, hizo
una gran sonrisa.
— Andaba con
nostalgia de ti,
Daniel. Gracias
a Dios ahora
estoy en casa y
vamos a poder
jugar. De
momento no puedo
salir, pero
podemos jugar, o
ver televisión.
— También estoy
contento por
estar de vuelta,
Breno. Todo era
un aburrimiento
sin ti.
Recordando lo
que su madre le
había dicho,
Daniel comentó: |
|
— Tú estás muy bien,
Breno. Alegre y
animado, a pesar de
todo.
Breno sonrió y quiso
saber:
— ¿Por qué “a pesar
de todo”? ¡Estoy
bien! No puedo
quedarme triste.
Tengo todo lo que
preciso: una casa
buena, una familia
amorosa; yo puedo
ver, oír, sentir y
tener placer con lo
que tengo a mi
alrededor; puedo
pensar, razonar,
estudiar y
aprovechar el
tiempo. ¡Además de
todo
aún tengo amigos!
¿Que más puedo
querer de la vida?
Sólo no puedo andar,
pero no lo echo en
falta: ¡tengo mi
compañera que me
lleva para todos los
lugares! ¡Por eso,
soy muuuy feliz!...
Y agradezco a Jesús
por todo lo que me
dio en la vida.
El paró de hablar
por algunos
instantes delante
del amigo perplejo,
después explicó:
— Sabes, Daniel,
entendí que de mí
dependía ser feliz o
infeliz. Si yo me
entregara a la
tristeza,
ciertamente sólo
cogería tristeza e
infelicidad. Por eso
busco siempre
mantener el
pensamiento
optimista y elevado,
viendo lo que hay de
bueno y bello en
todo lo que me
rodea. ¡Y, así, sólo
cojo bienestar y
alegría de la vida!
Daniel se acordó de
la madre y reconoció
que ella tenía toda
razón.
Breno era un chico
muy especial.
— Quiero ser cómo
tú, Breno. Yo te
admiro mucho.
Después, no
queriendo que el
amigo percibiera su
emoción, disfrazó
mostrando una
caja:
— ¡Mira! ¡Te traje
un nuevo juego! ¡Es
bien bueno! ¿Vamos a
jugar?
— ¡Claro! Ayúdame
sólo a sentarme en
la cama.
Y así, durante
horas, ambos
quedaron
entretenidos con el
nuevo juego. Daniel
se sentía contento.
El ejemplo del amigo
había tocado hondo
su corazón.
Tomando la decisión
de cambiar de
actitud, él volvió
para casa, ansioso.
Quería contar a la
madre que ella tenía
razón en cuanto a su
amigo del pecho.
MEIMEI
(Recebida por Célia
X. de Camargo, em
Rolândia-PR, em
10/10/2011.)
|