Las tentaciones
y la experiencia
de Paulo de
Tarso
El tema
tentación,
bastante
conocido en el
medio espirita,
ya fue tratado
anteriormente en
este mismo
espacio. Como ya
dijimos, según
las enseñanzas
espiritas, nadie
en la Tierra es
perfecto; luego,
estamos todos
sujetos a las
tentaciones, que
nos acompañan
por la vida toda
hasta que
tengamos
integral dominio
sobre ellas,
motivo por lo
cual no podemos
olvidarnos, en
ningún momento
de nuestra
existencia, esta
conocida lección
enseñada por
Jesús:” Vigiad y
orad para que no
caigáis en
tentación”.
Si no tuviéramos
tal idea
presente en
nuestra mente,
de manera
continua, no
tengamos duda:
podremos caer
nuevamente en
las mismas redes
en las cuales ya
sucumbimos en el
pasado.
Toda vez que se
habla en
tentación nos
viene a mente la
palabra
obsesión. Es
común el
pensamiento de
que la tentación
nos acomete por
influencia de
alguien, quién
sabe un espíritu
que nos desea el
mal o que,
estando infeliz,
nos quiere ver
también infeliz.
Esa idea es, sin
embargo, falsa.
Como ya alertara
Tiago en su
extraordinaria
carta apostólica
(1:14), “cada
uno es tentado,
cuando atraído y
engatusado por
su propia
concupiscencia”.
(del latín
concupiscentia)
significa deseo
intenso de
bienes o gozos
materiales,
apetito sexual.
No es
necesario, por
lo tanto, a un
hombre, que trae
para la
existencia
actual
tendencias e
inclinaciones
sembradas en
sucesivas
experiencias,
ayuda de nadie.
Sus propias
perturbaciones
le bastan, lo
que ciertamente
fue el motivo
que llevó Kardec
a decir que el
hombre no raro
es el obsesor de
si mismo.
Las tentaciones,
como sabemos, no
se limitan a la
cuestión de los
apetitos
sexuales. Hay
quien no
consigue
reprimir el
deseo intenso de
jugar, de la
misma manera que
existen personas
que no consiguen
vivir lejos del
alcohol o del
cigarrillo.
Las experiencias
relatadas por
Paulo de Tarso
en sus cartas
pueden servir de
estimulo para
aquellos que
desean
sobreponerse a
las tentaciones
que los asedian.
En cierto
momento de su
vida, de acuerdo
con lo que
escribió en la
carta a los
Romanos
(7:15-20), Paulo
dice: “No
entiendo,
absolutamente,
lo que hago,
pues no hago lo
que quiero; hago
lo que
aborrezco”. Y
más adelante:
“No hago lo bien
que querría,
pero el mal que
no quiero. Así,
si hago lo que
no quiero, ya no
soy yo que lo
hago, pero sí el
pecado que en mi
habita”.
Los años se
pasaron y,
gracias a sus
esfuerzos en la
práctica del
bien y de la
madurez que la
experiencia le
trajo, Paulo se
transformó de
manera notable,
como él propio
dice en su carta
a los Gálatas
(2:20): “ Ya
estoy
crucificado con
Cristo; y vivo,
no más yo, pero
Cristo vive en
mí; y la vida
que ahora vivo
en carne, la
vivo en la fe
del Hijo de
Dios, lo cual me
amó, y se
entregó a sí
mismo por mi”.
Acordémonos de
la experiencia
de Paulo y,
delante de los
pensamientos
equivocados que
ciertamente nos
asediarán a lo
largo de la
jornada, fijemos
en nuestra mente
– además de
“Vigiad y orad”
recomendado por
Jesús – esta
otra importante
lección firmada
igualmente por
el Apóstol de
los Gentíos:
“Todas las cosas
me son lícitas,
pero ni todas
las cosas me
convienen. Todas
las cosas me
son lícitas,
pero yo no
dejaré dominarme
por ninguna”.
(1ª Epístola a
los Corintios,
6:12.)
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