André, de sólo siete
años, recibió un pequeño
cofre con el formato de
un cerdito. A partir de
ese día, comenzó a
guardar las monedas que
recibía. Sabiendo de
eso, siempre que les
sobraba alguna moneda,
los padres y abuelas las
daban al niño.
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Al recibir una moneda
sus ojos brillaban.
Contento, él corría para
el cuarto y depositaba
la moneda en su
cofrecito, cuyo peso fue
aumentando cada vez más.
Algún tiempo después,
fuertes lluvias cayeron
y André supo que un
barrio muy pobre fuera
invadido por las aguas
del río, inundando las
calles y casas. Un grupo
de personas pedía ayuda
para los habitantes del
barrio, que ahora
estaban al
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desamparo,
después de
perder casas,
muebles y ropas.
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André sintió mucha pena
de esas personas. Cuando
pasaron por su casa
recogiendo ayuda para
los flagelados, el chico
pensó que le gustaría
ayudar, ¡pero no tenía
nada!...
La madre, recibiendo a
los visitantes informó:
— Quiero mucho
colaborar, sin embargo,
en este momento acepten
estas piezas de ropas.
— Gracias, señora.
¡Serán muy útiles! —
respondió el hombre con
una sonrisa.
André, que oía la
conversación, se acordó
de su cofrecito. ¡Él
tenía dinero! Corrió
hasta el cuarto y,
quitando al cerdito de
encima de la mesita,
notó como estaba de
pesado.
Salió del cuarto doblado
bajo el peso del cofre,
cuando de repente se
paró, pensando: ¡Pero
esas monedas son todo lo
que yo tengo!... ¡¿Voy a
darlas todas?!... — y
dio media vuelta,
dejando el cofre donde
estaba.
En aquella noche, la
familia se reunió para
el Evangelio en el
Hogar, y la lección era
sobre la avaricia.
— ¿Papá, qué quiere
decir avaricia? — André
preguntó, curioso.
— Avaricia, hijo mío, es
el apego excesivo que
ciertas personas tienen
al dinero.
Después de la lectura,
pasaron a los
comentarios. El niño
volvió a indagar,
preocupado:
— Papá, ¿entonces el
dinero es malo?
— No, hijo mío. El
dinero es neutro: ni
bueno ni malo. Depende
del uso que hagamos de
él. Es malo cuando lleva
al crimen, a las
adicciones y todo lo que
sea negativo. Pero
también es bueno, pues
ayuda a construir
escuelas, hospitales,
puentes, socorrer
personas. Cuando
guardamos el dinero sin
objetivo, el se vuelve
un peso.
— Ah!... ¿Entonces no
podemos guardarlo? —
volvió el niño.
— Podemos sí, André. El
dinero que conseguimos
economizar es esfuerzo
que hacemos pensando en
el futuro. Sin embargo,
hijo mío, las monedas
que no nos hacen falta
pueden representar una
bendición de Dios para
los que la necesitan.
— Entendí, papá. ¡Es
cómo si Dios, a través
de nuestras manos, les
hubiera entregado!
— Eso mismo, hijo.
— Pero si el dinero fue
regalo de otras
personas, ¿aún así
podemos dar?
El padre entendió dónde
el hijo quería llegar y
esclareció:
— ¡A buen seguro, André!
Cuando recibimos algún
regalo, él pasa a ser
nuestro y podemos
utilizarlo como hallemos
mejor.
— ¡Ah!... — André se
calló, pensativo.
La reunión fue concluida
con una plegaria.
Después de una ligera
cena, fueron a dormir.
El niño estaba todo
animado, deseando que
llegara el día
siguiente.
Apenas un rayito de sol
entró por su ventana,
André despertó. Se
arregló, cogió el
cofrecito y salió de
casa, tomando el rumbo
de la escuela donde las
personas estaban
acogidas.
Entrando en el barrio
cubierto, quedó muy
triste al ver cuánta
gente estaba durmiendo
allí en el suelo: había
niños, jóvenes, adultos
y ancianos. Las familias
se mantenían unidas,
pero la tristeza era
grande y muchos
lloraban.
Andando en medio de
aquella gente, André vio
a una familia en un
rincón y se sintió
atraído por ella: eran
los padres, cuatro niños
y un bebé. “¿Y si fuese
el que estuviera allí en
el lugar de ellos?” — a
ese pensamiento, se
sintió tocado.
Se aproximó y extendió
los brazos, entregando
al padre su pequeño
cofre. Una niña, de tres
años, sonrió y aplaudió
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de alegría,
diciendo: —
¡Mirad! ¡Que
lindo cerdito!... |
Todos sonrieron y el
padre, emocionado, al
ver el peso de las
monedas, agradeció el
regalo. Le preguntó el
nombre, después se
presentó, extendiendo la
mano:
— Yo soy Afonso. ¡Muchas
gracias, André, por tu
ayuda! ¡Tú no sabes
cuánto representa eso
para nosotros! ¡Fue Dios
que te mandó aquí!...
Los ojos de André se
humedecieron delante de
aquellas palabras
Afonso pareció pensar
por algunos instantes,
después consideró:
— André, si no te
importa, yo voy a
entregar este tesoro que
nos diste para el equipo
que está ayudándonos.
Así, tu dádiva servirá
para comprar comida para
todos. ¿Todo bien?
André sonrió, estando de
acuerdo. Aunque niño,
notó la grandeza de alma
de Afonso que,
preocupado con los demás
flagelados, no quería
beneficiarse solo de
aquello que recibió.
Después de charlar un
poco con la familia, el
chico se despidió
prometiendo volver. Por
el tamaño de la
necesidad de aquellas
personas, decidió que
volvería trayéndoles
todo lo que pudiera
conseguir. Además de
eso, pretendía también
pedir en las casas,
colaborando en la
recolecta a favor de los
necesitados.
André volvió para casa
sintiéndose aliviado. No
sólo sus manos estaban
libres de un peso.
Sentía el corazón
también más ligero.
Y, allá en el fondo del
pecho, él notó que un
calorcito bueno se
esparcía por todo el
cuerpo llenándolo de
bienestar y alegría por
haber realizado una
buena acción.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
30/01/2012.)
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