En medio del bosque,
entre árboles frondosos
y flores silvestres,
vivía una pequeña
lechuza llamada Cacá.
Aunque hubiera nacido en
aquel ambiente y crecido
entre animales amigos y
bondadosos, Cacá vivía
atormentada por el miedo.
Veía peligro en todos
los lugares, detrás de
cada árbol y un enemigo
bajo cada piedra.
Durante el día, andaba
tropezando con las
cosas, como todos los de
su especie, incapaz de
ver. Pero cuando la
noche caía, el
sufrimiento de Cacá era
mayor.
Temiendo moverse,
permanecía en la rama
del árbol que le servía
de abrigo, temblando de
los pies a la cabeza,
con aquellos grandes
ojos abiertos que el
Señor le había
concedido.
Al más pequeño ruido,
escondía la cabeza entre
las alas y quedaba allí,
escondida y trémula.
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Un día, el maestro
Lechuza, que era muy
inteligente y sabido, se
aproximó a Cacá e invitó:
— ¿Vamos a dar una
vuelta?
Cacá levantó la cabeza,
temerosa:
— Me gustaría mucho,
maestro Lechuza, pero no
puedo. ¡Oh! ¡Como sufro
yo! — y echó a llorar.
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Abriendo aún más los
ojos, el maestro lechuza
exclamó: |
— ¡Ahora con esa! ¿Por
qué no puedes?
Mirando para todos los
lados, Cacá murmuró con
miedo:
— ¿El Maestro no oye el
ruido del monstruo que
se aproxima?
— ¿Monstruo? ¡Pero,
Cacá, no existe monstruo
ninguno!
— ¿Cómo no? ¡Oiga el
ruido! ¿Y el lobo feroz
que me acecha,
aguardando una
oportunidad para
comerme?
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— ¿Lobo? ¡Pero no
existen lobos en este
bosque! ¿Tú ya los
viste? |
— No necesito verlo para
saber que existe. Oígo
siempre sus aullidos.
— ¡Es el miedo que te
hace ver cosas, Cacá!
— Sabía que el maestro
Lechuza no iba a creer
en mí. ¡Ah! ¡Y tiene aún
un fantasma que me espía
entre los árboles con
sus ojos fulgurantes!
Moviendo la cabeza, el
maestro Lechuza le
afirmó con calma y
delicadeza:
— Cacá, yo creo que tú
oigas todo lo que dices.
Pero tu miedo hace que
interpretes errado todo
lo que oyes y ve.
Y, tomando una decisión,
le ordenó: — Ven conmigo.
— ¡No! ¡Tengo miedo! —
exclamaba la miedosa
lechucita.
— No tengas recelos.
Verás que todo tiene una
explicación muy simple.
Bien, ¿por dónde
comenzamos? ¿De que lado
dices tú que venía el
monstruo?
— ¡De aquel!
Volaron, con cuidado y
atención, en la
dirección que Cacá
apuntó. Al lleguen cerca
del lugar de donde venía
el ruido, el maestro
Lechuza alejó algunas
ramas y encontró los
tiernos ojos de Doña
Corza y sus hijitos.
— ¡Ah, Maestro Lechuza!
Mis hijitos no quieren
acomodarse esta noche.
Ya se hace tan tarde y
ellos no duermen — se
justificó la mamá Corza.
Al verlos, Cacá respiró
aliviada.
— ¿Estás más tranquila
ahora? ¡El ruido del
“monstruo” era
simplemente el ruido de
los venaditos agitándose
en el suelo de hojas
secas! |
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— Está bien! Pero, y el
lobo? — dijo Cacá.
Volaron en la dirección
que Cacá había afirmado
haber oído aullidos,
hasta llegar a una cueva.
El ruido parecía venir
de allá.
Cacá quedó escondida,
pues solamente el
Maestro Lechuza tuvo
coraje de aproximarse.
Entró en la cueva e
inmediatamente salió
dando una carcajada.
— ¡No tiene lobo ninguno,
Cacá!... ¿Sabes lo que
hace ese ruido? El
viento pasa por una
abertura de la cueva y
silba, produciendo ese
sonido, semejante al de
un aterrador aullido.
Veamos ahora el
fantasma.
Volaron para el lugar
donde Cacá afirmó haber
visto dos ojos
fulgurantes que la
miraban. ¿Sabes lo que
era? Sólo el reflexo de
la luz de la luna en los
salientes de una piedra.
Avergonzada, Cacá bajó
la cabeza.
— ¿Está viendo? El miedo
está en nuestra cabeza,
Cacá. Tenemos miedo de
todo lo que no vemos y
de todo lo que no
conocemos. En verdad,
necesitamos aprender a
confiar en Dios, que
nunca abandona a sus
hijos — le habló el
amigo.
Cacá estuvo de acuerdo
con el Maestro Lechuza
y, de aquel día en
adelante, se hizo una
lechucita mucho más
tranquila y feliz.
¡Y nunca más vio peligro
donde no existía!
TIA CÉLIA
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