Celeste, de doce años,
tiene um corazón bueno,
es amorosa y cumplidora
de sus deberes. En la
escuela, vive cercada
por una banda de
compañeros y tiene
muchos amigos. Todos la
estiman. Sin embargo, a
pesar de sus cualidades,
está siempre
enfrentándose con el
hermano, Mateo, de diez
años.
Al escuchar una
discusión, la madre
dejaba lo que estaba
haciendo y corría para
acudir, pues a pelea
quedaba mal.
Y Celeste inmediatamente
reclamaba, llorando:
— ¡Madre, Mateo estropeó
mi aparato de grabar! ¡Él
toca todo lo que es mío!
¡No aguanto más eso!...
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Y el niño, nervioso,
explicaba gritando:
— ¡Madre! No estropeé
nada! Fui a buscar un
libro que estaba
necesitando y el aparato
cayó solo del armario!
Él estaba mal colocado,
sólo eso!...
— ¡Mentira, madre! Él
adora estropear mis
cosas! ¡Yo no soporto
más a este canalla! —
replicaba Celeste
llorando.
Y la madre quedaba en
medio de los dos,
intentando apaciguar la
situación:
— Mis hijos, vosotros
sois hermanos y
necesitáis entenderos!
No podéis pelear todo el
tiempo!
Pero nada adelantaba.
Cuando no era por un
motivo, era por otro:
era la bicicleta de
Celeste que Mato cogía
sin pedir permiso; o el
material escolar que
había desaparecido de la
mochila de ella; o un
libro de ella que él
había rasgado; o un
bombón que ella había
guardado y él se comió,
y así por delante.
Siempre había um motivo
para la discusión entre
los hermanos.
Cierto día, cansada de
esa guerra familiar y ya
sin saber qué hacer,
después de otra pelea,
la madre aprovechó que
Mateo fue a jugar con un
amigo y Celeste estaba
más tranquila para
resolver el problema.
Ella se aproximó y se
sentó cerca de Celeste,
que estaba en la sala
leyendo un libro. La
chica paró de leer y
miró para la madre,
aguardando que ella
hablara.
Cariñosa, la madre dijo:
— Hija mía, nosotros no
podemos continuar así.
El ambiente de nuestra
casa está horrible con
tantos desentendimentos.
No fue eso que
aprendimos con Jesús.
Y la niña, triste,
respondió molesta:
— Yo sé, mamá, y tampoco
entiendo como las cosas
ocurren. ¡Cuando yo
miro, ya estamos
peleando! Es más fuerte
que yo. ¡La verdad es
que no soporto más mi
hermano!
La madre la abrazó y
consideró:
— No digas más eso,
hija. Cuando Dios nos
coloca en una misma
familia, conviviendo
juntos en un hogar, es
señal de que necesitamos
amarnos. Si nosotros
tenemos dificultades con
alguien, es porque el
reajuste se hace
necesario. ¡La finalidad
amarnos unos a los
otros!
— ¡Yo sé, mamá, pero no
lo consigo! ¡Mateo
siempre consigue que
pierda la paciencia!
La madre sonrió,
añadiendo:
— Lo que significa que
tú no tienes paciencia y
necesitas desarrollarla
en tu interior, querida.
Abrazada a la madre, la
chica concordó:
— Yo sé, mamá. Pero,
¿qué puedo hacer?!...
— Celeste tú tienes más
edad que Mateo. Entonces,
es natural que la
comprensión venga de ti.
De ese modo, busca
mirarlo con ojos menos
críticos. Ejercita la
bondad en tus actitudes,
busca colocarte en el
lugar de él. Así, tengo
la seguridad de que tu
comprensión, paciencia y
tolerancia van a
aumentar. ¿Qué piensas?
— Voy a intentar, mamá.
No sé si lo conseguiré.
— No, hija mía. Di: ¡yo
voy a conseguir! Además
de eso, es preferible
que resuelvas tus
problemas con Mateo
ahora, porque cuando no
conseguimos realizar la
tarea que Dios nos
confió en el presente,
volveremos mañana, en
otra existência, com
mayores dificultades,
para comenzar de nuevo a
realizarla.
— Tienes razón, mamá.
¡Voy a cambiar, lo
prometo!
Aquel mismo día, Celeste
estaba pensando en cómo
aproximarse al hermano,
cuando lo vio triste,
sentado en el portón.
Mirándolo de forma
diferente, se aproximó y
le preguntó a él por qué
estaba triste.
— ¡Es que no tengo qué
hacer! Mi amigo prometió
venir a jugar conmigo, y
no vino.
— ¡Ah! ¡No te preocupes,
él debe haberse
atrasado! — y deseando
realmente entenderse con
él, lo invitó:
— ¿Mientras eso, tú
quieres tomar un helado?
¡Yo pago!
El chico se levantó en
el mismo instante, los
ojos brillantes, lleno
de animación, sin poder
creer en la invitación
de la hermana:
— ¡Claro que quiero!
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Fueron juntos,
conversando como amigos.
En la sorveteria, Mateus
escogió lo que deseaba y
se sentaron para tomar
el sorvete. El chico
miraba a la hermana,
surpreso con la nueva
actitud de ella. No
resistiendo, preguntó:
— Tú estás diferente
conmigo, Celeste. ¿Qué
ocurrió?
— Nada. Sólo me acordé
de cuando tinha tu edad
y de las dificuldades
que enfrenté. Tú me
perdonas por las peleas,
¿Mateo?
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— Claro que perdono.
¡Pero Celeste yo juro
que nunca actué mal por
querer! Creo que soy
atolondrado mismo, como
la mamá dice. Ellos
cambiaron uma mirada, y
cayeron en uma carcajada. |
Llegando a casa, al
verlos juntos, la madre
sonrió satisfecha y
avisó al niño:
— Mateo, tienes un amigo
esperándote!
El hijo salió corriendo
para ver al compañero, y
la madre miró para
Celeste preguntando:
— Vi que tu saliste con
Mateo. ¿Cómo fue, hija?
— ¡Excelente, mamá! ¡Mucho
más fácil de lo que yo
imaginaba! Ahora veo que
no sirve huir del
problema. En el fondo,
es preciso decisión de
nuestra parte para
resolver las
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dificultades. Si
hiciéramos
nuestra parte,
todo lo demás va
entrando en los
ejes! ¡Estoy muy
feliz! Gracias,
madre. ¡Si no
fuese por ti!...
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MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
Rolândia-PR, em
6/8/2012.)
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