“Aunque yo
hablara las
lenguas de los
hombres y las
lenguas de los
propios ángeles,
si yo no tuviera
caridad, seré
como el bronce
que suena y un
címbalo que
retiñe.” 1 – Así
inició Pablo de
Tarso una de sus
más coherentes y
admirables
cartas a la
comunidad de
Corinto, en
Grecia de su
tiempo.
En lo tocante a
esa virtud, el
sacerdocio
organizado que
tomó como suya
la posesión de
la verdad
absoluta, desde
el siglo cuarto,
tiene también
escrito sus
cartas. En una
de sus últimas
cartas
circulares
pontifícias,
datada del siete
de julio de
2009, a Caritas
in Veritate (Caridad
en Verdad),
párrafo 1.º,
aparece la
esdrújula
doctrinaria de
la “redención
por la sangre de
Cristo”, que, de
inicio, afirma:
La caridad, en
la verdad, que
Jesucristo
testificó con su
vida terrena y,
sobre todo, con
su muerte y
resurrección, es
la fuerza
propulsora
principal para
el verdadero
desarrollo de
cada persona y
de la humanidad
entera.
Verdades de
ellos
En otro tramo de
esa encíclica,
en su párrafo
2.º, se afirma
aunque “la
caridad haya de
ser comprendida
y practicada
bajo la luz de
la verdad”.
Quién lea
examinando el
desenrollar del
texto, luego
entenderá que
esa “verdad”,
obviamente, es
la de el
sacerdocio
organizado. O
sea: quién no se
adhiere a la
verdad de la
salvación por la
fe, no puede ser
salvada. (La
referida
encíclica se
encuentra a
disposición en
Internet.)
Acerca del
concepto de
“salvación”, el
propio Jesús
jamás afirmó,
siquiera insinuó
tamaño absurdo.
Su doctrina se
resume en el
mayor de todos
los mandamentos2
y nada más.
Salvarse, según
Jesús, significa
cumplir el
mandamiento de
la Ley Mayor, el
cual se resume
en el amor sin
restringir a
todas las
criaturas, al
prójimo, a los
más próximos.
Sin el magno
compromiso moral
que recomienda
“amor a Dios
sobre todas las
cosas y al
prójimo como a
sí mismo”, la
criatura
encarnada (¡y
desencarnada!)
nunca tendrá en
sí el Reino de
Dios.
Acordémonos de
que ese reino no
pertenece a este
mundo ni posee
forma exterior,
siendo
esencialmente un
estado de paz,
de conciencia
tranquila. Tal
sentimiento de
bienestar, lo
sublima el deber
cumplido por la
acción generosa
en provecho de
alguien o de
algunos, o de
muchos.
No pasa de
mentiroso
El bien al
prójimo, a los
más próximos,
finalmente, a
todo lo que
cerca o envuelve
a los seres
vivos, la
naturaleza, da
ese estado de
espíritu y hace
al benefactor el
más feliz de los
seres mismo ante
los
desagradecidos,
los envidiosos,
los
calumniadores,
ante todas las
vicisitudes de
la existencia.
¡No es posible!
Si alguien dice
que
trae consigo ese
reino, y a la
vez no respeta
la creencia de
los otros, crea
barreras como la
de el prejuicio,
de la mala
voluntad,
juzgando,
condenando,
denigrando
nombres e
instituciones
respetabais. No
pasa de un
mentiroso.
Lo que más la
intolerancia y
el prejuicio
religioso
produjeron
fueron
injusticias,
crueldades. Los
actos del
Tribunal del
Santo Oficio,
las Guerras
Santas que lo
digan, en que
pese a Jesús
haber dejado
bien claro el
segundo
mandamiento,
además del amar
a Dios de todo
corazón, de toda
el alma: “(...)
Amarás a tu
prójimo como a
ti mismo”
(Mateo, 13,
30-40).
Sin embargo,
religiones y
sectas dichas
cristianas se
valen del engaño
Paulino
referente a la
caridad y a la
fe, anteponiendo
esta a aquella,
a fin de
mantener el
dogma de la
“gracia y
salvación por la
fe”, en
contraste con la
moral del
Evangelio. Por
cuenta de ese y
de otros puntos
de doctrina,
extraños al
pensamiento del
Maestro
Nazareno, aún
por encima
definirán a la
Iglesia como la
“única columna y
baluarte de la
verdad”, con
base en la
primera epístola
del mismo
Apóstol )I a
Timoteo, 3,15).
Es por esas y
otras que ese
Cristianismo
sentencioso
colisiona con
“ahora estas
tres virtudes:
la fe, la
esperanza y la
caridad
permanecen,
siendo de más
excelente la
caridad”, del
propio Pablo
(Corintios, 13,
13); con “así
también la fe,
si no tuviera
obras, por sí
sóla está
muerta”, del
Apóstol Santiago
(Santiago,
2,17).
Caridad, y no
verdad de a, de
b o de c
La caridad, como
la entiende
Jesús, y
confirmada por
la Doctrina
Espírita, es y
siempre será el
único medio de
salvación, y no
según la verdad
de a, de b o de
c. Por señal,
las modernas
ediciones
bíblicas
astutamente
sustituyeron el
término
caridad por
el término
amor,
quitándole el
brillo del
sentido dado por
el Maestro. Por
eso, según el
Espiritismo,
ella no se
limita a tan
solamente
favorecer a los
pobres con cosas
materiales; bajo
el punto de
vista espírita,
caridad va desde
el acto de
donación de “
una moneda”
hasta el de
“perdonar al
enemigo”.
Perdonar al
enemigo se
resume en
caridad moral
por tener como
principio la
Humildad, la
mayor de todas
las virtudes, de
ahí que Jesús la
coloca en el
primer ítem de
las
Bienaventuranzas,
durante el
Sermón de la
Montaña (Mt.,
5,3). 3
Salvación,
conforme la
Doctrina, no se
relaciona a
“penas eternas”
ni con la
salvación de
supuestas
tentaciones de
seres
infernales, ni
con infierno.
Pablo – no el de
la carta a los
efesios (Ef.,
2,8) al
escribir: “por
la gracia sois
salvos mediante
la fe”, y sí
Pablo a los
romanos (Rom.,
2,6), “Dios
retribuirá a
cada uno según
sus obras” –
comprendió que
la salvación
sólo ocurre por
la práctica del
bien, por actos
provenientes del
sentimiento
caritativo.
“Obras”, aquí en
el caso, es
igual a lo que
entendemos como
caridad, o sea,
el conjunto de
todas las
virtudes del
alma, porque de
ella resulta la
benevolencia con
todas las
Criaturas, y
está al alcance
de todos: del
ignorante al
sabio, del pobre
al rico,
independientemente
de cualquier
creencia
particular.
4
Ninguna
filosofía,
religión o secta
posee el
privilegio de la
verdad absoluta.
Salvación,
quiere decir
evolución; sólo
dice respeto a
nosotros mismos;
sin ella,
estacionamos en
errores y
sufrimientos. Si
no combatiéramos
nuestras malas
tendencias, si
no superáramos
adicciones y
defectos, jamás
evolucionaremos
y, así pues,
se hará cada vez
más difícil el
Reino del Cielo
en nosotros, la
bienaventuranza,
o felicidad
perfecta. Esta,
sólo la
conseguiremos a
costa de una
profunda reforma
de temperamento,
y Jesús ya hizo
su parte; Él ya
enseñó como
hacerla bien.
Quedemos, por
tanto, con esta
bellísima
ilación del
Espíritu
Enmanuel:
(...) Salvar,
en legítima
significación,
es “librar de
ruina o
peligro”,
“conservar”,
“defender”,
“abrigar”, y
ninguno de esos
términos exime a
la persona de la
responsabilidad
de conducirse y
mejorarse. Navío
salvo de riesgo
inminente no
está exonerado
del viaje, en el
cual enfrentará
naturalmente
peligros nuevos.
Y enfermo salvo
de la muerte no
se libra al
imperativo de
continuar en las
tareas de la
existencia,
sobrepujando
percances y
tentaciones.
(...) Pedro,
salvo de la
indecisión, es
impelido a
sostenerse en el
trabajo hasta la
vejez de las
fuerzas físicas.
Pablo, salvo de
la crueldad, es
obligado a un
esfuerzo máximo,
en la propia
renovación,
hasta el último
sacrificio.
5
Referências:
1
KARDEC, Allan. O
Evangelho
segundo o
Espiritismo.
Tradução
Herculano Pires.
62. ed. São
Paulo: Lake
—
Livraria Allan
Kardec Editora,
2001. Cap. 15,
do item 1 ao 3,
p. 197.
2
Idem, ibidem.
Item 4 e 5, p.
199.
3
Idem, ibidem.
Cap. 7.o,
item 1 ao 13, p.
105.
4
Idem. O Livro
dos Espíritos.
Tradução
Herculano Pires.
62. Ed. São
Paulo: Lake
—
Livraria Allan
Kardec Editora,
2001. Cap. 11,
questão 886, p.
292.
5
XAVIER,
Francisco C.
Palavras de Vida
Eterna (Espírito
Emmanuel). 13.
ed. Rio de
Janeiro:
Federação
Espírita
Brasileira (FEB),
1989. Tema 153,
p. 322.
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