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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 292 – 23 de Diciembre de 2012

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Espíritu navideño

 

Estaban en el mes de diciembre. Los últimos días de aula traían alegría a los alumnos porque representaban la llegada de las vacaciones, las fiestas de final de año, viajes y divertimentos. Sin embargo, también cierta tristeza, pues la convivencia diaria con los compañeros, a que estaban acostumbrados y que les daba tanto placer, dejaría de existir.

En el cierre del año lectivo, al despedirse de sus alumnos, la profesora habló sobre la Navidad, explicando la importancia de la venida de Jesús al mundo, y concluyó diciendo:

— Nunca se olviden que el espíritu navideño representa, sobre todo, repartir lo que tenemos con el prójimo, aunque sea

poco. Eso es lo que el Maestro espera de nosotros: que podamos actuar como verdaderos hermanos.

Nico se quedo con aquellas plabras en la cabeza.

¿Qué tendría él para repartir con alguien? No era rico. Al contrario, era de familia bien pobre. Las ropas y calzados que usaba le eran necesarios. Juguetes, él no tenía. Se acordó de los libros escolares que ya no le servirían más. ¡Sí, podría donarlos a algún niño pobre!

Sonrió a esa idea. Encontró algo para repartir.

Íntimamente, sin embargo, no se sentía satisfecho. ¡Dando los libros escolares a alguien, no estaría repartiendo nada, sólo sería algo que no le haría falta! En aquel gesto estaba faltando alguna cosa...

Algunos días después, ya bien próximos a la Navidad, fue a visitar a su abuelo y recibió una moneda. ¡Una linda moneda!

— ¿Qué haré con ella? ¡Ya sé! Voy a comprar aquel perrito-caliente que siempre soñé comer y que nunca pude.

Nico salió corriendo rumbo a aquella barraquita de perritos-calientes que él tan bien conocía de tanto oír a las personas elogiar.

Pidió el sándwich y, lleno de ansiedad, ya con agua en la boca, apenas podía esperar que quedara listo. Añadió los condimentos y todo lo más a que tenía derecho, y se acomodó en el escalón para apreciarlo debidamente.
 

Satisfecho, respiró hondo y abrió bien la boca para dar el primero bocado. En ese instante, vio a su lado, también sentado en el filo, un niño negro sucio y con harapos, cuyos ojos hambrientos no se desplegaban de su sandwich.

Nico, al principio intentó no dar atención niño. Pero aquellos ojos pendiente lo incomodaban.

En aquel momento, se acordó de las palabras de la profesora, el último día de aula, y entendió finalmente lo que ella quería decir.

Se levantó, y, poco después volvió, con el perrito dividido por la mitad. Entregó una parte para el chico, que lo agradeció con una enorme sonrisa, y quedó con la otra. 

Y juntos saborearon el delicioso sandwich.

Jamás Nico había experimentado tal sensación de bienestar y de felicidad. La gratitud del niño callejero tenía para él un sentido todo especial.

Finalmente había entendido lo que era el

espíritu navideño. Él hubo conseguido renunciar, dividiendo algo que mucho deseaba. Había repartido el pan con alguien aún más necesitado  que él, y tenía certeza de que Jesús aprobaba su gesto. ¡Ni sabía el nombre del niño negro! ¿Pero que importancia tenía eso?

Se volvió para el chico, que lo miraba con ojos brillantes y llenos de alegría. Sonrieron. Había ganado un amigo.

— ¡Feliz Navidad! — exclamo satisfecho.

— ¡Feliz Navidad! — repitió el niño.

Y se abrazaron contentos. 

                                      

                                                                   TIA CÉLIA   


               
 


                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita