El
proficuo escritor,
ensayista, deísta y
filósofo iluminador
francés Voltaire
(François Marie Arouet,
París, 1694-1778) quedó
muy conocido por su
perspicacia en la
defensa de las
libertades civiles,
inclusive la libertad
religiosa y el
libre-comercio. Es una
de entre las muchas
figuras del Iluminismo,
cuyas obras e ideas
influenciaron a
pensadores importantes
tanto de la Revolución
Francesa como de
Americana. Fue defensor
abierto de la reforma
social y frecuentemente
usó sus obras para
criticar a la Iglesia
Católica y las
instituciones francesas
de su tiempo, dirigiendo
duras críticas a los
reyes absolutistas y a
los privilegios del
clero y de la nobleza.
Por decir lo que pensaba,
fue apresado dos veces.
Una frase de Voltaire (Espíritu),
extraída de una
instructiva entrevista
incluida por Kardec en
la Revista Espírita de
septiembre de 1859, con
el título Confesión de
Voltaire, ofrece una
reflexión de peso para
nuestros estudios
espíritas y para nuestra
actuación ante el
conocimiento espírita
que ya detentamos.
Dice el Espíritu, en las
entrelineas de la
entrevista: “(...) Lo
que yo lamento es haber
vivido tanto tiempo en
la Tierra sin saber lo
que podría ser, y lo que
podría hacer. (...)”.
Recomiendo al lector
leer la entrevista
integra.
Detalles importantes de
las experiencias del
famoso escritor deben
ser tenidas en cuenta en
el contexto de la
afirmación. Sin embargo,
la frase abre
perspectivas inmensas en
la cuestión de los
intensos
cuestionamientos
íntimos, tan comunes
entre nosotros, en la
cuestión sobre lo que
somos y lo que podemos
hacer.
Muchos nos angustiamos
con el vacío interior,
con los abatimientos
constantes
auto-permitidos – que
generan aflicciones sin
cuenta – y con supuestos
programas de acción que
nunca conseguimos poner
en práctica.
La frase de Voltaire nos
remite de la ciudadanía
El lamento de Voltaire
también podrá ser
nuestro si no
empleáramos el tiempo y
posibilidad para el
propio crecimiento y las
oportunidades de auxilio
al crecimiento del medio
donde estamos y actuamos.
La frase de Voltaire,
todavía, nos remite a un
importante tema: la
ciudadanía.
La palabra ciudadanía,
significando la calidad
del ciudadano, implica
necesariamente el
comportamiento conectado
con el progreso y la
calidad de vida,
inclusive con
desdoblamientos en la
legislación, en los
intercambios
internacionales y en los
avances en todas las
áreas que envuelven el
desarrollo pleno del ser
humano, en su integridad.
La llamada cualidad del
ciudadano recuerda la
dignidad de vida o
comportamiento, de
trabajo y desarrollo en
la atención al
gigantesco cuadro de
necesidades de la
civilización, que
progresa, crea nuevas
necesidades y avanza en
la búsqueda permanente
de felicidad, armonía y
comprensión de la propia
naturaleza, ante sí
mismo y, claro, con
detalles en la vida
individual, familiar y,
por extensión, a la vida
social. Finalmente, el
ciudadano es el propio
ser humano.
Interesante porque,
cuando está ausente la
ciudadanía, encontramos
cuadros de miseria,
violencia y dificultades
agravadas por
situaciones y
circunstancias bien
conocidas en la
historia.
Eso hace recordar la
historia de la
civilización, desde sus
principios, para
situarnos en el cuadro
actual, donde – a pesar
de los cuadros difíciles
aún existentes – el
progreso acelerado
muestra el esfuerzo
continuado de muchas
inteligencias que se
aplican para tales
conquistas de dignidad
en favor de la
colectividad humana.
La
Revolución Francesa tuvo
repercusiones en el
mundo entero
Una de las mayores
revoluciones de la
historia es la
Revolución Francesa, que
abolió la servidumbre y
los derechos feudales,
proclamando los
principios universales
de la Libertad, Igualdad
y Fraternidad. Eso en
Francia, en la época el
centro cultural de la
humanidad, en los
últimos decenios del
siglo 18.
Antecedida e
influenciada por el
Iluminismo – movimiento
cultural de la elite de
intelectuales de Europa
– y por la independencia
americana, alteró todo
el cuadro político y
social de Francia, con
repercusiones en la
cultura y en el
comportamiento mundial.
Y, hecho importante, a
la víspera de la llegada
de Allan Kardec, que
codificó el Espiritismo.
Se nota ahí toda una
planificación buscando
preparar la mentalidad
humana para una nueva
fase de reflexiones con
las ideas traídas por la
Doctrina Espírita,
exactamente en Francia.
Kardec dejó materia
sobre los principios
proclamados por la
Revolución Francesa y
posteriormente publicada
en Obras Póstumas (libro
publicado en 1890, 21
años después de su
desencarnación), en el
cual su lucidez e
increíble capacidad
didáctica desdobla el
notable asunto.
Selecciono algunos
trechos del magnífico
capítulo que dispersan
comentarios:
- “Libertad, Igualdad,
Fraternidad, estas tres
palabras son, por sí
solas, el programa de
todo un orden social
(...)”
- “(...) la fraternidad,
en la rigurosa acepción
de la palabra, resume
todos los deberes de los
hombres relativamente
unos a los otros; ella
significa: dedicación,
abnegación, tolerancia,
benevolencia,
indulgencia; es la
caridad evangélica por
excelencia y la
aplicación de la máxima:
actuar para con los
otros como nos gustaría
que los otros actuaran
con nosotros. La
contrapartida es el
egoísmo. La fraternidad
dice: ‘cada uno por
todos y todos por uno’
El egoísmo dice: ‘cada
uno por sí (...)”
El
orgullo y el egoísmo nos
hacen omisos e
indiferentes
- “(...) la fraternidad
está en primera línea:
es la base; sin ella no
podría existir ni
igualdad y ni libertad
serias; la igualdad
transcurre de la
fraternidad, y la
libertad es la
consecuencia de las dos
otras (...)”.
Es impresionante leer a
Kardec decir que la
igualdad y la libertad
son hijas de la
fraternidad, destacando
sin embargo que la
libertad es consecuencia
de las dos otras.
¡De hecho! Finalmente,
el orgullo, padre del
egoísmo y enemigo de la
igualdad, crea la falsa
ilusión de que somos
superiores a alguien,
estimulando la vanidad y
la prepotencia, con la
ingenua suposición de
que somos mejores que
los otros, que nada
saben hacer o, cuando
hacen, son motivo de
discriminación.
Finalmente, destaca el
Codificador: “(...) la
libertad supone la
confianza mutua (...)”,
lo que no existe sin
fraternidad. Y concluye
después con sabiduría:
“(...)
La libertad sin la
fraternidad da libertad
de acción a todas las
malas pasiones, que no
tienen más freno.
(...)”.
El orgullo es el gran
enemigo de la igualdad,
exactamente por la falsa
suposición de
superioridad sobre los
otros.
¿Qué hacen el egoísmo y
el orgullo?
Los hacen omisos,
indiferentes,
prepotentes y, peor, nos
lleva a subestimar el
valor y los esfuerzos
ajenos.
Cuando guardamos con
nosotros el sentimiento
de fraternidad,
observamos al otro –
bajo cualquier aspecto –
en condiciones de
igualdad y, por lo
tanto, lo respetamos, y
ahí surge la libertad
que actúa con conciencia
y dignidad.
La
noble tarea que incumbe
a los hombres
progresistas
Por otro lado, la
ausencia de la
fraternidad, que crea el
sentimiento exclusivo de
la personalidad, se
satisface o se esconde a
expensas de otros, sin
cesar – porque no
desarrolló el
sentimiento de igualdad
que genera la libertad –
y nos coloca en guardia
unos contra los otros.
Note el lector que todas
esas consideraciones
caben en la cuestión
individual, en las
relaciones unos con los
otros, en el medio
familiar y social, y se
abre de manera
gigantesca también en
las cuestiones
colectivas y aún
internacionales.
En su texto el
Codificador destaca la
importancia del combate
al orgullo y al egoísmo:
“(...) trabajad sin
descanso para extirpar
el virus del orgullo y
del egoísmo, porque ahí
está la fuente de todo
mal, el obstáculo real
al reino del bien
(...)”.
Y culmina con esa perla:
“(...)” A los hombres
progresistas cabe
activar el movimiento
por el estudio y por la
práctica de los medios
más eficaces”.
Ahora dejo a la
reflexión del lector: ¿quiénes
son los hombres
progresistas?
¿Estamos incluidos en
esa categoría de
criaturas que estimulan
el progreso o aún
estamos dominados por el
orgullo de retener, de
dominar, de imponer y de
considerarnos mejores
que otros? Por otro
lado, ¿cómo activar el
movimiento por el
estudio? ¿Qué
iniciativas motivan el
progreso donde estamos?
¿Y cuáles son las
prácticas de los medios
eficaces?
Está ahí todo un
programa de acción para
el progreso a partir de
nuestras manos, para
llenar lo que podemos
ser y lo que podemos
hacer.
Por eso volvemos a
Voltaire: “(...) Lo que
yo lamento es haber
vivido tanto tiempo en
la Tierra sin saber lo
que podría ser, y lo que
podría hacer. (...)”.
¿Cómo estamos delante de
ese lamento?
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